De acción y decepción

De acción y decepción

La Caminante

09/05/2017

Esta historia ocurrió hace varios años. En ellas se vieron involucradas dos personas: una que fue despedida injustamente y la otra que vio como una buena acción acabó convertida en una injusticia.

Sucedió en una empresa de biotecnología que se dedica principalmente al diagnóstico clínico de enfermedades raras.

Lucía, durante un tiempo, fue la última persona en llegar. A pesar de ser licenciada, llegó a la empresa a través de las prácticas laborales de un grado superior, después de las cuales, la contrataron para formar parte de la plantilla, primero como personal temporal, le hicieron hasta seis contratos temporales distintos, y finalmente, como personal fijo.

Esta empresa, en consonancia con las más recientes noticias, se nutre de un amplio número de trabajadores en prácticas o becarios cuyo trabajo, en su mayoría, es sin remunerar.

Una de estas personas, Matías, fue el primer alumno oficial de prácticas de Lucía. Era un chico simpático, inteligente, aplicado y con muchas ganas de aprender. Era un placer enseñarle los entresijos del trabajo y comprobar cómo era capaz de hacerlo casi todo de forma autónoma muy rápidamente.

En poco tiempo se encargaba él solo de realizar las extracciones de material genético a partir de muestras biológicas. Porque estaba perfectamente cualificado para el trabajo.

En dos meses sus prácticas terminaron y les dieron la noticia, especialmente feliz para Lucía, de que este chico formaría parte de la plantilla de la empresa a media jornada.

Le asignaron la parte de extracción de ADN y la realización de geles para visualización de resultados. Aquí se ha de destacar que son dos funciones que si bien en una jornada completa puede quedar un poco de tiempo libre, para una media jornada era demasiado trabajo. No obstante, Matías realizaba las dos tareas a la perfección antes de marcharse, aunque normalmente siempre tenía que echar un mínimo de media o una hora más, horas que no cobraba, por supuesto, aunque él jamás se quejó. El trabajo y la experiencia le gustaban y siempre quería aprender más.

Los turnos en la empresa eran de mañana o de tarde. Durante la mañana se concentraba el grueso del trabajo y por la tarde se quedaban unas pocas personas (tres o cuatro), para que la producción fuera lo más amplia posible. Los empleados a media jornada, normalmente, ocupaban el horario de mañana de modo que Matías no estaba nunca de tarde.

Sin embargo, Lucía sí tenía su día de tarde, como casi todos los compañeros, y fue un día de tarde cuando, mientras añadía el ADN de una muestra a una de las pruebas, se dio cuenta de que el número de identificación que ponía en el tubo de dilución (a veces, cuando la muestra estaba muy concentrada y no era adecuada para su uso, se diluía con agua en otro tubo) no coincidía con el tubo original de ADN concentrado.

Lucía estaba nerviosa puesto que estaba claro que el tubo diluido ya se había usado para hacer muchas pruebas y de algunas de ellas se habían entregado incluso los informes. Era un error grave y tuvo que dar parte de ello a la responsable de laboratorio, para poder enmendar el error lo antes posible, sobretodo en lo concerniente a los informes.

– ¿De quién es la letra del tubo diluido? – esa fue la única pregunta que hizo la responsable – ¿Reconoces la letra?

Pese a estar nerviosa, Lucía reconoció la letra. Nuria. Ella era la encargada principal de la parte de extracciones. Reconocer la letra era fácil, pese a todo el volumen de trabajo, eran cuatro gatos lo que siempre hacían el trabajo, luego era difícil no reconocerla.

– La verdad, no lo sé. No podría decírtelo – fue, sin embargo, la contestación de Lucía.

La empresa pecaba siempre de buscar culpables, no de intentar remediar los errores, y Lucía no estaba dispuesta a ser parte del linchamiento de una persona.

Al día siguiente, cuando llegó Matías, Lucía le contó todo lo que había ocurrido, ya que tenía que ver con su departamento. Él buscó el tubo y comprobó que, efectivamente, la letra era de Nuria. Ella también lo sabía, pero dijo que no estaba segura de si era o no su letra. Hubo bastante revuelo en el laboratorio. La gerente de la empresa, ese mismo día también, felicitó a Lucía por los pasillos por haber detectado ese error, aunque Lucía nunca se lo tomó como un cumplido.

No se habló más del tema de la letra. Sí se hicieron las pruebas pertinentes y, afortunadamente, el error en el número de identificación sucedió después de dar los informes, por lo tanto aún no se había puesto una muestra errónea de otra persona.

Unos días después, Matías le dijo a Lucía que la gerente quería hablar con él al final de su jornada. Estaba nervioso, pues la actitud de ella le había sugerido que no era para nada bueno. Lucía intentó calmarlo. Él no había hecho nada malo. Ese mismo día lo despidieron.

Lucía sintió como si le hubieran echado un cubo de agua fría.

Lo habían echado, a él, que no había cometido ningún error, pero no había subido a disculparse ante los gerentes por el error cometido en su departamento, a él, que en ningún momento se quejó de las horas extras y que hacía su trabajo impoluto, le habían cargado un error grave que nada tenía que ver con él.

La empresa lo tuvo claro. Necesitaban un culpable, un chivo expiatorio, y Nuria no era una opción, llevaba muchos años en la empresa y era muy amiga de la responsable de laboratorio, figura que manipulaba y tejía los hilos a su antojo.

Lucía no podía entenderlo. Ella no quiso acusar a nadie, sólo quiso enmendar un error.

Pero en un lugar dónde lo que menos importan son las personas y en el que cada uno va mirando su propio ombligo, es normal que las mejores acciones acaben convirtiéndose en las peores de las decepciones.

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