Todavía siento con orgullo, el día que decidí estudiar derecho, dura carrera, pero estaba como una niña con zapatos nuevos. Desde muy pequeña lo tenía claro, quería defender a los débiles, y ayudar a los más desfavorecidos.
Emprendí el camino, y durante unos años, sacrifiqué parte de mi existencia, días y noches de estudio, olvidando que era joven y tocaba otro ritmo, pero no podía seguirlo, tenía que aprovechar todos los recursos que me ofrecían mis progenitores, con grandes esfuerzos.
No había tiempo para guateques, yo quería ser la más brillante, quería matrículas de honor, reconocimientos. Puse todos los medios, jornadas inacabables de impartir clases particulares, buscando un espacio en mi apretada agenda, tardes de becaria, donde conocería personas cruciales en mi profesión.
Tuve suerte de compartir mi vida, mi alma y mi corazón con una persona excepcional, entregada a mi causa, apoyándome en el desaliento, regalándome su tiempo. No pude elegir mejor. Fue, sin duda, el escudero de mi guerra, ganar la batalla se lo debo a él. Siempre en la sombra, estratégicamente. Hubo muchas noches de café, cuando el sueño me vencía, de sonambulismo, de no poder más. Pero mi fiel compañero no dejó que me rindiera con sus sabias reflexiones.
Con toga y birrete, culminó una etapa enloquecedora, tenía la llave de mi futuro. Posiblemente, esa foto junto a mis compañeros de aula, era la meta soñada. Estampaba lo más esperado cuando pensaba que solo era una quimera en momentos de dudas. La felicidad que sentí en ese momento cumbre me recompensó, reconfortó y premió. A pesar de todo, no tenía suficiente, mi afán, mi ambición personal me exigía nuevos retos. Quería defender y hacer justicia, continuar en el mundo de la ley, pero a lo grande. Sabía que valía para ello, mi carácter firme y ecuanimidad a la hora de proceder, lo indicaban. Me pensé capacitada y con madera para ello. No obstante, hice un alto, una excedencia en el camino. Tenía que recompensar y dedicar gratitud a mi leal cómplice, ofrecerle un espacio de mi vida, amor, compromiso. Era necesario el reconocimiento. “Buenos días, Señoría”. Me costó siete años de mi vida, esta vez tenía refuerzos, éramos cuatro en casa. Este nuevo reto me inspiraba con más fuerza. Tenía que esforzarme aún más, mis pequeños me admiraban, no podía fallarles. Era su referente, guiaba sus pasos, me tomarían de ejemplo y eso era un peso importante.
Aplicar las leyes, que gran responsabilidad. Durante un tiempo y, con gran sentido de la justicia, me entregué en cuerpo y alma. Por mis manos pasaban personas, vidas, situaciones límites, escalofriantes… Nadie puede llegar a pensar la enorme soledad de un juez frente al mundo, recluida horas en ese desierto despacho, aplicando, meditando, intentando satisfacer las opiniones de todos. Un trabajo de envergadura. “Necesito un respiro, perderme una temporada, escapar a la montaña y mirar horizontes y amaneceres.”
Jamás he dejado la lucha, pero a veces la batalla se pone agría, se enrarece… Tienes que saltar al arcén, salir de la autopista y parar, coger fuerzas, repostar. Soy lo que soy, una persona fuerte, tenaz e inconformista. Mi lema vital es y será: “Si quieres, puedes” y siempre lo he seguido y conseguido.
Ahora a por el Supremo. Imparable, persistente, con ese Patio de los Naranjos y el Salón de los Pasos he vuelto a soñar con el próximo logro. Dedicado al amor de mi vida, a mi hidalgo y noble compañero, que nunca me ha fallado. Cuando miro atrás en esa joven novel, que quiso comerse el mundo y se lo comió.
Esta gran vocación ha reforzado mi personalidad. A través de ella he crecido con alegrías y tristezas, a veces impotencia. He conocido personajes interesantes, historias enternecedoras y terribles, han alimentado mi ser.
Ha sido un viaje apasionante, una vida apasionante. Voy a por otro sueño, pongo en marcha mi entusiasmo, que nunca se detuvo.
Mi equipo está preparado en boxes, levantemos la bandera.
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