Nuestros primeros padres. Menudos cenizos. No comáis del fruto del árbol del bién y del mal. Toma: manzanita al canto. Puñetera serpiente.
Y así empezó todo: » Os ganareis el pan con el sudor de vuestra frente. » Y enseguida la ropa de faena, no fueran a sentir vergüenza los pobres. En pelotas los habria tenido yo toda su vida.
Terminaba la década de los sesenta. Maestría industrial terminaba yo en ese momento. Trabajo al fin y al cabo; y durante las vacaciones mas trabajo. Me contrataron un mes en el almacén de una papelería, de palabra claro. En esos tiempos estos trabajillos eran de extranjis. Ni seguridad social, ni gaitas. Eran otros tiempos y había que sacarse un dinerillo para los pequeños vicios que no te financiaban en casa. Mil pesetillas al mes por ocho horas diarias de lunes a sábado. Y tan a gusto: ¡ Viva la explotación !
En este, mi primer «trabajo» cogí también mi primera borrachera, para eso era ya todo un hombre. Aparecio, y sin avisar, un enorme camión lleno de cajas con libretas de gusanillo.
Toda una mañana descargando y apilando cajas. A pelo, es decir, ni una mala carretilla, y de un elevador para colocarlas nada de nada. Eran otros tiempos. El camionero que debió quedar satisfecho con el tiempo empleado nos invita a un piscolabis. El buen hombre no regatea en tapeo y cerveceo. Lo del cerveceo fue mi perdición: jarras y jarras de litro para dos gatos y medio que éramos. Así llegué yo a mi casa, de milagro. Primera etapa al lavabo, segunda a la cama a dormirla.
Después de este paréntesis laboral toca empezar un nuevo curso. Primero de peritos industriales. No todo iba a ser tan
fácil. Lo de peritos industriales está obsoleto, deben llamarse: Ingenieros técnicos industriales, que viste mas. El conflicto está servido. Huelga a la vista, con todo lo que conlleva: Carreras delante de los grises, (policía franquista) cánticos subversivos: «Unidos en la lucha, no nos moverán…» En definitiva curso perdido.
– Pascual, el ayudante que tenemos en la farmacia se va a la mili. ¿ No te interesaría, ahora que no haces nada, sustituirlo? –
La propuesta es de mi tío Juan, auxiliar mayor de farmacia y practicante.
– El próximo curso, cuando se solucionen todos esos follones que os traéis, ya lo continuarás. –
Me convence.
La farmacia, situada en la zona de Valencia llamada el ensanche, tiene una decoración singular. Parece una mezquita, con sus pequeños arcos árabes y su mostrador a juego. Y allí me encuentro yo, en mi primer día de trabajo, esta vez si, con todas las bendiciones laborales y administrativas. Los ordenadores en aquellos tiempos estaban aún por venir. Para controlar las ventas y hacer los pedidos, a la recepción de los medicamentos se rellenaban unas etiquetitas que se pegaban a los envases con un engrudo de goma arábiga. Cuando el medicamento era dispensado se cortaba la solapa de la etiqueta y se depositaba en una caja de cartón. Los nombres de los medicamentos de dichas etiquetas se copiaban en una libreta, para luego pasarlos de viva voz por teléfono al almacén. Y ese fue mi arranque como mancebo, rellenar cientos y cientos de etiquetas.
– Pascual viene licenciado de la mili el mes que viene y se va a incorporar a su puesto. Me ha comentado don Nicanor el médico que viene por aquí de vez en cuando, que necesitan un auxiliar para la farmacia de su mujer.-
– Pero ya sabes tío, que mi intención es retomar mis estudios. –
– Este curso ya está mediado, tiempo tienes para pensártelo para el próximo. –
Me vuelve a convencer.
Botica nueva. Esta no tiene arcos árabes, ni de ninguna clase. Aspecto funcional. Funcional cutre, diría yo. Pero lo peor no es eso. Durante mi primera mañana entran cuatro gatos y gatas, mal contados.
-» Donde me he metido. » Pienso.
Por supuesto estoy solo. El tal Nicanor está en su consulta, y me ha dicho que se pasará a eso de las doce o la una. A la farmacéutica tardaré semanas en verla. Santiago de Compostela, apáñatelas como puedas. Y eso hago, intentar apañármelas. Y puedo.
Mi primer percance es un amago de denuncia. Le dispenso a una buena mujer unos supositorios. Al cabo de dos o tres días entra hecha un basilisco.
– Sabes que te voy a llevar al juzgao. –
– ¿ Y como es eso. ? – Le pregunto.
– Me has dao unos endepositorios caducaos.-
Miro la fecha de caducidad del envase y le muestro que faltan dos años para que caduquen.
– Pos te los vas a comer tú.-
Saco como puedo a la pobre mujer de su error, pero de todas formas se va refunfuñando. -Señorcico, Señorcico… –
Han pasado treinta años y yo sigo allí. De los estudios nada más se supo. Todo ha cambiado. Ahora ya hay ordenadores y la farmacia ya no parece tan cutre. Sigo estando prácticamente solo, y la farmacia hace años que remontó el vuelo. Gracias ( perdón por la inmodestia ) a mi buen hacer.
Pero todo en la vida no es perfecto, porque mi jefa ( a la que ya conozco) traspasa la farmacia, y me quedo sin trabajo. Bien indemnizado. Del mal el menos.
Tengo suerte, porque me coloco enseguida de conserje en la Gerencia de Justicia. Paso de la Aspirina a las últimas voluntades. Pero eso es una historia para otro día de estos
Ahora soy jubilado y Corredor de Bolsa: la bolsa del supermercado, del pan y de la basura.
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