El club de los asquerosos

El club de los asquerosos

Ale Flamini

21/04/2017

Hay tipos que dan asco. Muy ejecutivos, glamorosos, prolijamente vestidos, pero los hijos de puta terminan de mear y no se lavan las manos. Entonces, tengo que esperar que se vayan y hacer acrobacias para abrir el picaporte de la puerta del baño con el pie. Hacer tripa y corazón cada vez que me extienden la mano para saludarme en el ascensor o en sus inmaculadas oficinas; o cuando me piden fuego y no puedo evitar que me saquen el encendedor de la mano, para después salir casi corriendo a lavarme.

Lo del encendedor una vez fue espantoso. Un metrosexual que trabaja en RRHH me pidió fuego, justo a mí, habiendo en ese momento otras cuatro o cinco personas fumando en el patio de luz. Decenas de veces lo había visto dejar el mingitorio y abandonar el baño sin pasar por el lavamanos. Eso sí, muecas al espejo, revisión del peinado y de la alineación del ambo… pero agua y jabón ni a palos. Intenté encenderle yo mismo el cigarrillo, pero de lo nervios le pifiaba al botoncito de gas y no hacía más que largar chispas sin generar la llamita. Entonces, este adonis repugnante me lo arrebató de las manos a la voz arrogante de “dejame probar a mí”. Lo apretó con su puño impregnado de sudor a pija e hizo girar el chispero como mil veces hasta que, por fin, encendió. Me dieron nauseas. Pensé en regalárselo, decirle que se lo quede, que yo tenía otro y él ninguno, pero no me dio tiempo. Lo puso delante de mi pecho y se fue sin dar ni las gracias. Después de recibir el encendedor pensé en dejarlo caer. Ya no tenía sentido. Toda su asquerosidad había contaminado mi camisa y mi mano.

Eso hacen: contaminan todo. En algún momento, todo lo van a tocar. Los escritorios, los mouses y los teclados, los expedientes, las ventanas, las puertas, los dispensers de agua; todo tiene su inmundicia pegada, en mayor o menor medida. Hablé de este tema con mi terapeuta y me dijo que mi postura era algo obsesiva y, en ese mismo instante, tuve la impresión de que él también era uno de ellos. Al terminar la sesión, dejé que él se encargue de la puerta y me despedí sin estrecharle la mano. Fue la última sesión. Aunque no estaba seguro de los hábitos de higiene de mi terapeuta ya había entrado al Club de los Asquerosos.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS