…los árboles, sí dejan ver el bosque

…los árboles, sí dejan ver el bosque

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06/04/2017

La iluminación del aparcamiento recordaba el color pizarra de un cielo gris. Recorrió la entrada siguiendo la línea azul que delimita la zona donde se aparca. No se encontraba demasiado bien aquella noche.

Por aquel entonces la doctora de la mutua ya le había prescribido simvastatina, emconcor, lisinopril, hidroclotiazida, amlodipino y aspirina. Y después vino también el keppra. 2000mg de keppra al día. ¡Después de aquella noche!

−¡Exprendedores automáticos de ticket!

−…¡lo nunca visto!…

−Buenas noches −saludó, entrando en la sala de control−.

“turno de noche” cuando te veo, se me alegra el corazón.

−…y con los cajeros automáticos las primeras en desaparecer serán las taquilleras.

−No te lo pierdas, el recorte de personal será obvio.

Las noches en los aparcamientos son largas e interminables.

−¿Sabéis que por mejoría tecnológica nos pueden meter un ERE que te cagas?

−¡Bueno! el comité algo tendrá que decir.

−Dicen que habrá que reformar entradas y salidas.

−¡A tomar por culo la garita donde cobramos!

−¿Y las TPV?

−¡O-R-D-E-N-A-D-O-R!

−Se dice computadora.

−Tendrán que darnos cursillos, yo no tengo ni idea.

Siempre se hace un café en el cambio de turno. El de la María, es el mejor.

Se tomó las pastillas para su confusión arterial.

−¡Si nos ve la jefa que tomamos café en su despacho!

−Hoy en día, con tantas máquinas, el trabajador tiene poco futuro.

−¡Yo ya con el tener las cámaras de seguridad en el cogote me siento malo!

A «turno de noche» le habían pillado durmiendo. ¡No estaba durmiendo! Sólo no se encontraba bien. Pero la jefa le amenazó con denunciarle a RRHH.

−¡Cámaras, cajeros automáticos, barreras que se abren y cierran solas!

−Sin hablar de los interfonos: se comenta que contrataran gente que hablará idiomas y desde la central, dicen, resolverán todos los problemas por interfono y en todo el territorio nacional.

−¡Si! ¿Y cuando se atasca un ticket?

−¡Un drama perderlo!

Mientras escuchaba al personal, meditó sobre las miles de noches que había pasado solo: …¡ya no habrá a quien dirigirse en los aparcamientos, sólo voces oxidadas procedentes de unos interfonos! …¡bah!

Ya eran casi las 4 de la madrugada cuando salió apresuradamente de la oficina. Se ve por cámara de seguridad. Caminó vacilando y arrastrando los pies cómo si fueran animales muertos. En la cera delante de la oficina de control se arrodilló y vomitó. Su respiro, de animal cansado, se fue irritando más y más y su corazón tamborileó un sistemático rumor en sus oídos. En el umbral del vestuario, tirado en el suelo, entró automáticamente en modalidad nostalgia. Un dolor de perro le subió desde el fondo del estómago y un dulce, suave y libre calor húmedo irrumpió en su entrepierna. Su pecho no daba abasto, no pudiendo concentrarse en una expeditiva disnea. El dolor se escapó hacia el celebro acompañado por una severa crisis comicial.

A las seis menos diez entró Manèl, del turno de mañana. ¡Con su coche, casi lo aplasta!

−¡Eh tú!, ¿estas vivo?

Las noches en los aparcamientos son largas e interminables.

Pobladas de incomprensibles ruidos metálicos. De rumores sombríos y cavernosos, a veces lejanos y siempre más cercanos.

FIN

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