Si tuviera la posibilidad de comenzar de nuevo lo haría sin titubear. Apenas tengo 26 años y odio cada minuto de mi existencia, detesto cada segundo que pasa en esta maldita rutina interminable que hace muchos años me ganó la partida. Lo gracioso es que a los ojos de la sociedad soy un tipo promedio, la razón de mi odio a la vida no es por una niñez de abusos o por alguna tragedia que me haya marcado, es que ni siquiera es por un amor no correspondido. No señor, estoy fastidiado del mundo por la monotonía. Un monstruo al que la mayoría de personas se acostumbran, una entidad que entra en el sistema como un parásito y se queda ahí, en silencio por el resto de los días. Yo no me pude acostumbrar a ese engendro, cada jornada laboral me asfixia un poco más y siento que estoy llegando al límite.
No sé en qué momento las metas dejan de ser metas y se convierten en sueños que se alejan entre recibos de luz, hipotecas y cuentas de bares. Supongo que los sueños no nos dan de comer. Se espera mucho de nosotros. Debemos ser ‘alguien’ en la vida, ir a la universidad a cursar una carrera que valga la pena, tener un trabajo de oficinista pero que dé seguridad económica, producir, ser útil para la comunidad, escalar puestos en la compañía, cumplir un horario, cobrar un sueldo, ir a las fiestas de fin de año de la empresa, rendir pleitesía al jefe de turno, comprar un carro promedio que no consuma mucha gasolina, conseguir alguna casa en arriendo, comprar un apartamento y endeudarse, casarse antes de los 30 años, procrear, salir ocasionalmente a fortalecer los lazos sociales, ver como los hijos crecen, jubilarse, y finalmente tratar de convencerse que fue una vida exitosa. Mentirse y pensar que nunca faltó nada, que siempre hubo un pedazo de pan en la mesa. Eso es el éxito, eso es ser alguien en la vida. Ser reconocido por un gremio de mierda y tener una familia, porque un hombre no es hombre hasta que no se consolida como tal, y esa consolidación solo se obtiene al lograr transferir su ADN a la siguiente generación.
Y eso soy yo, un tipo que se levanta a las seis de la mañana a lidiar con el spleen de la rutina. Paso ocho horas diarias en un cubículo y otras tres en el tráfico. Trabajo para producir activos a alguien más. Soy preso del sistema, tengo que agachar la cabeza cada vez que se me pisotea porque soy muy afortunado al tener un empleo, pues la tasa de desempleo es cada vez más alta en el país. No me puedo quejar, vivo bien, no tengo emociones fuertes pero mi estómago siempre está lleno, me alcanza para invitar a mi novia a un restaurante decente de vez en cuando, a veces salgo a tomarme una cerveza con mis amigos. Somos como un colectivo zombie que se ahoga en alcohol en un intento desesperado de escapar de las garras del monstruo. Por lo menos mis padres están orgullosos, cada vez que pueden alardean que con mi edad ya tengo un empleo bien pago y que eso es porque me gradué cum laude en la universidad. Les gusta verme en corbata, yo siento que más que un traje es como una camisa de fuerza.
En fin, es una vida de mierda, yo no quería nada de eso, yo quería ser pintor, escritor, músico, viajero, futbolista, fotógrafo, chef, filósofo, marinero, productor de cine. Soñaba con hacer un retrato a la mujer más bella que haya parido la tierra, anhelaba escribir sobre todas las buenas personas que me crucé en mi vida, quería tocar como el flautista de Hamelin para llevarme a todas las ratas del mundo conmigo, deseaba viajar a los lugares más recónditos de mi hermosa América latina, aspiraba a jugar fútbol como Diego Armando Maradona, hubiera amado poder fotografiar la aurora boreal, quisiera haberle cocinado a todo aquel que necesitara un plato de comida, ansiaba ser el Aristóteles del siglo XXI, imaginé recorrer los siete mares, y finalmente hacer una película de mi vida.
Solo tengo 26 años y creo que lo he hecho todo mal por complacer al resto, por tratar de ser alguien normal, por no desafiar al monstruo, por encajar en el rompecabezas social, por no morirme de hambre, por no querer ser un perdedor, por esperar que las personas vieran en mí a un tipo exitoso. Se me olvidó soñar, arriesgarme, ser insolente, a no conformarme con nada, querer siempre un poquito más, visualizar, improvisar, amar, sentir, a ser más rebelde… se me olvidó vivir. Y todo eso por el miedo, él es el secuaz perfecto del engendro de la rutina, de la monotonía, es el que lo alimenta día a día, el que no nos deja hacer nada para cambiar la situación que estamos viviendo. No sabemos decir no. Decir no a conformarnos con tan poco, rechazar la idea de pasar la vida como unos sedentarios frente a un computador. Vivimos negando la posibilidad de ser felices, de pensar que hay algo más, que afuera hay un mundo, que no estamos destinados a estar encerrados en cuatro paredes, que tal vez, solo tal vez, tenemos derecho a tomar las riendas de nuestras vidas, de ganarle el pulso al demonio.
Ojala pueda sostener todo lo que acabo de decir, se acaba el tiempo y cada vez estoy más perdido, palabras lindas las puede decir cualquiera, pero actuar lindo es solo de valientes y diferentes. Por el momento me voy a dormir, mañana me esperan nuevamente en el campo de concentración y debo ser puntual, no puedo recibir otro memorando.
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