Historias de la mina

La vida en la montaña es difícil, apenas si saca uno para lo necesario, la situación es precaria y no hay otro modo de subsistir, la mina es el sostén de miles de familias que habitan en los recovecos de esta pequeña ración de tierra denominada “cerro colorado” ubicado muy cerca de las formaciones rocosas y muy alejadas del amor de Dios. La otra opción es el pastoreo, pero en las épocas decembrinas nadie lo quiere hacer, la temperatura es muy fría y persisten las enfermedades respiratorias, y solo se obtiene una escasa porción de leche o algún queso que obsequia el dueño del rebaño, en una ocasión que la situación se puso más dura, lo hice, pero no pude más, una pulmonía se apostó en mis frágiles pulmones que a punto estuve de perder la vida. Hay ocasiones que ya no quisiera seguir aquí, pero ¿A dónde ir? La población más cercana está a 350 kms. de distancia, y no hay servicio de autobús, si acaso, alguno de los propietarios de la mina que se ofrecen a llevarlo a uno, pero como son extranjeros siempre nos tratan de una forma por demás racista. Tengo apenas 23 años, el estudio no se me dio y no pude culminar mis estudios de primaria, pero si logre aprender a leer y a escribir, nuestra situación económica en nuestro hogar era deplorable, apenas si mis padres podían mantenernos a mis tres hnos. y a mí, de un pan sacaban varias fracciones para que saciáramos nuestros instintos, un poco de leche era revuelto con agua de la llave para que alcanzara y así poder terminar la jornada, cuando bien nos iba, un poco de frijoles hervidos era la suculenta comida que nos hacía felices por unos momentos, íbamos al día y pues desafortunadamente mis hnos. no soportaron la situación, uno se marchó y hasta la fecha jamás se supo de él, y el menor se fue hacia la cima con los pastores y no supimos de él, mucho se decía que se había resbalado en el risco cayendo al vacío y así perdió la vida, no obstante, otros dicen que lo han visto a varios poblados de aquí, aunque nada de eso sea comprobado. Mi padre ya está viejo, apenas si puede moverse, sus articulaciones han mermado su movilidad volviéndolo casi un paralítico

Mi madre que es más joven, es la que lo ve, y le brinda lo necesario para que lleve una calidad de vida mejor. Hay muchas carencias, no tenemos luz eléctrica ni gas, La lumbre se obtiene de una pequeña hoguera que se efectúa en el anafre que se sitúa a un lado de la pequeña cocinita, ahí es donde se calienta la comida, y que en época de calor se vuelve un horno, más, sin embargo, nos hemos adaptado a las circunstancias. Mi hna. es la mayor, ella ayuda con las labores del hogar y detrás de nuestra morada tiene una hortaliza que nos va apoyando con sus legumbres para aminorar la escasez de alimento. Entre a trabajar a la mina hace dos años aproximadamente, pero, a decir verdad, todavía me da miedo, subirme en los pequeños furgones elaborados de acero metálico y con un olor a muerte que socava mi interior, aun no me acostumbro a ese rechinar cada vez que recorren los inertes rieles por donde nos bajan y sentir que tal vez, ya no regresemos a la superficie y quedarnos ahí para siempre. La remuneración apenas si alcanza para los gastos personales, solo que en ocasiones los patrones nos dan vales para comprar comida en el pequeño tendejón que está ubicado en el mismo predio en donde se sitúa la mina y le llaman el casino. Nos brindan uniformes y zapatos propios para la actividad, la última vez que procedieron a darme mis utensilios me percaté que mi linterna estaba muy desgastada, eso me dio miedo, y empecé a hacer suposiciones hasta llegar al grado de ya no querer bajar y un frío sudor envolvía mi faz. Pedro, mi compañero sonrió y con unas breves palmaditas en mi espalda alcanzó a decir, -vamos mijo, tú estás para esto y más- y sin más nada nos dirigimos a nuestro centro de trabajo. El ver como poco a poco el abismo nos iba absorbiendo me volvía un ser talante, y me cobijaba en aquellas oraciones cuando de la mano de mi madre me conminaba a agradecer y a sentirme bendecido por el solo hecho de existir, hacer eso era mi aliciente en el preámbulo de lo que sucedería allá abajo. El asombro a ver cómo nos devoraba aquella cueva era motivo de quedarme perplejo, de preguntarme una y otra vez ¿por qué mancillábamos la montaña y extraíamos el fruto de sus entrañas? hasta cierto punto era allanar la tierra que nos vio nacer. A medida que bajábamos llegamos a un pequeña recepción que tomaba en cuenta cuantos íbamos y que llevábamos, y así sucesivamente hasta llegar y tocar fondo, ahí, donde la oscuridad hace de las suyas, donde se siente la falta de oxígeno y la temperatura incrementa; ahí era nuestro centro de labores, ya una vez apostados en tierra firme, pico y pala eran nuestros compañeros hasta extraer el carbón mineral que habría de subir por góndolas arrastradas por cadenas hasta pernoctar en lo alto de la superficie. Entrabamos a las 7 am. Y salíamos a las 18 hrs. pm. Todo el día sumergido en el centro de la tierra, nuestros cuerpos cubiertos de hollín nos hacían parecer pedazos de carbón vivientes, sólo alcanzando a relucir las dentaduras blancas y los globos oculares. dos años permanecí ahí, desde aquel día en que vi como mi amigo juan, quedaba sepultado bajo de toneladas de tierra sin que nada pudiera hacer, nunca tuvo una indemnización por haber muerto en tan trágica forma, ahí los que ganaban eran los dueños, mientras los trabajadores éramos esclavos de sus ambiciones y discípulos de su avaricia.

Edgar Landa Hernández…

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