¿A qué edad se pierde la inocencia? Me lo he preguntado muchas noches desde aquel suceso.

Las tragedias a las que somos ajenos suceden todos los días frente a nuestras narices, casi pasan desapercibidas y sólo en los escasos momentos de nulo egoísmo podemos lograr percatarnos del sufrimiento del otro.

Yo tenía sólo quince años cuando aquél niño de la calle Acapulco entro a la tiendita que administraban mis tías. La gente de por ahí se conoce de años, y él era uno de sus muchos vecinos.

Creció entré drogadicción, delincuencia y abusos, en un lugar que es de por sí deplorable, donde las condiciones de vida son totalmente humildes, y los asaltos y sustancias ilegales están a la orden del día.

Pero Panchito parecía inmune a la malicia de quienes le rodeaban, parecía protegido, afortunadamente feliz y reacio a dejarse llevar por la tristeza y soledad de ese mundo.

Sonrió al entrar al lugar y con un tono bajo de voz mientras se encogía de hombros pidió las cosas del encargo de madre. Todos artículos de primera necesidad, los cuales colocamos en una bolsa para que pudiera llevarlos.

-Gracias Rosita.

Dijo el niño mientras tomaba la bolsa, y mi tía anotaba las cosas en su lista de “fiado”.

Panchito era un niño bajito, de tez morena y algo gordito, no pasaba de los seis años y solía jugar con sus otros tres hermanitos más pequeños afuera de su casa. Vivía además de con su mamá y hermanos con su abuela y un tio, un tipo con antecedentes criminales, y drogadicto.

El niño no necesitaba más que canicas para divertirse, y a veces un poco de agua para mojarse con sus hermanos. Siempre lucía sucio, pero también siempre una radiante sonrisa.

Después de las vacaciones con mi abuela y mis tías dejé esa colonia y me dediqué a estudiar el nivel preparatoria por tres años, hasta que llegó el tiempo de mi graduación.

Escoger el vestido era una de mis labores principales saliendo del colegio, y como el centro de la ciudad quedaba a escasos metros, iba ahí con mis amigas a asomarnos a las tiendas y tratar de encontrar el atuendo perfecto.

Fue entonces cuando lo vi, saliendo de una conocida tienda en la calle Cinco de Mayo, estaba Panchito, parado, como desubicado, buscando a alguien.

Cruzamos las miradas y me sonrío, parecía feliz como siempre.

-Yo lo conozco.

Dije mientras mis amigas avanzaban sin siquiera prestar un poco de atención al niño.

-Quizá está perdido o no encuentra a su mamá.

-¿Quién? ¿El de los chicles? – Pregunto Pamela mirando su celular.

Dios, ni siquiera lo había notado. No podía creerlo. El niño estaba ahí, afuera de la tienda, bajo el sol vendiendo chicles y yo en ningún momento me había percatado.

Sentí tanta rabia, frustración y coraje. Y al verlo sonreír, al verlo sonreírle a la gente mientras todos lo ignoraban sólo me daban ganas de nunca más ir a un evento social, de nunca más comprar vestidos o salir con mis amigas, tomar todo ese dinero, todo ese desperdicio y sacarlo de esa pesadilla que estaba viviendo, darle una esperanza, mostrarle una cara amable, verle una sonrisa sincera.

Pero es tan difícil, y yo no soy valiente, no me atreví. Sólo tomé mi bolsa y me marché, me perdí entre la gente. Fui una más que siente pena, que siente lástima y nada hace.

Fui un testigo del maltrato, del abuso infantil. No sé cuántas horas estaba ese niño ahí, no sé si el dinero era para su comida o las drogas de su tío, no sé qué lo orilló a esa situación o quién lo permitió. Sólo sé una cosa: Yo lo dejé seguir, lo dejé pasar… Soy tan culpable como todos, y más culpable aún por saber que actuaba mal, por sentir pena y no hacer nada, por ser débil y cobarde.

Han pasado ya muchos años, soy más madura y consiente de que el mundo es cruel y duro.

La pena que sentía se convirtió en miedo, me da terror encontrarlo convertido en un hombre diferente, en una mala persona quizá o una versión de su tío, y saber que quizá yo pude ayudar a evitarlo.

Espero con todo mi corazón que en la vida le haya ido mejor, que esa sonrisa que siempre tenía para con los demás la haya tenido el destino con él.

Espero que algún día Panchito puedas leer esto, y me perdones, y sepas que sí lo entendí, sí comprendía la razón de esa sonrisa tan bella… y esa mirada tan triste.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS