El calendario y la ineludible marcha del tiempo, me indican que ya han transcurrido varias décadas de aquel dia donde se efectuó una reunión de familia para analizar la apremiante situación económica. Mi padre estaba cesante. Mi abuelo, como Director de escuela rural, tenía una renta exigua. Entonces, hasta que mi progenitor encontrara un trabajo, alguien debía ayudar por unos meses a cancelar los gastos básicos como luz eléctrica, agua potable y gas habitacional.

Ese alguien era yo, que solo contaba con 17 años y cursaba el penúltimo grado de educación secundaria. Al principio, al ser señalado para esa tarea, experimenté asombro e inquietud. Luego, reaccionè y acepté, pese a estar presente en mi memoria los estudios, el grupo de amigos y mi incipiente relaciòn romàntica con la hija de un vecino.

Luego de algunos días, una señora que conocía a mi abuela, ofreció ayudarnos. Me presentaron y, después de una breve conversación, me citó en su domicilio a la 08.00 del día siguiente. De ahí, nos dirigimos hasta el centro del Puerto donde se ubicaba un viejo y descolorido edificio en cuyas paredes se distinguía un nombre : » Departamento Sanitario «. Entramos y subimos hasta el tercer piso.

En una puerta había un título que decía : » Jefa del Departamento». La vecina abrió la puerta. En un antiguo escritorio se encontraba una mujer corpulenta y de mirada dura . Al estrechar su mano, escuché que se llamaba Marta y que me daba la bienvenida a su equipo de trabajo. La jornada era de lunes a viernes con nueve horas diarias. Podría empezar de inmediato.

Jamàs imaginé que a partir de ese instante y por varios meses, mi vida sufriría un cambio insospechable.

Esta mujer hizo sonar un timbre y apareciò un empleado de avanzada edad . Le dieron las instrucciones para que me hiciera entrega de los implementos para efectuar mi trabajo y èl me indicó que lo siguiera. Bajamos hasta un sótano. Ahí, me pasó de un par de guantes plàsticos desechables, un delantal blanco forrado en su parte delantera con una goma delgada, una botella de desinfectante con un gancho para colgar en el cinturón , una bolsa de algodón y una libreta donde debìa anotar en forma diaria mis inspecciones. Luego, puso en mis manos una barra extensible que según èl, la iba a necesitar siempre porque se podían alcanzar seis metros de largo.

Finalmente, me explicó en forma resumida cual sería mi trabajo:

– » Como Inspector auxiliar de salubridad tendrìa que recorrer todas las poblaciones marginales y campamentos para revisar en las vivienda el estado de cada pozo séptico, comprobando si estaba apto para seguir en uso o,si se debía tapiar con cal porque estaba sobre el límite de 5 metros.Mi libreta y unas hojas adicionales servirían para avisar al departamento que abriera otro » –

A partir de ese día y por casi ocho meses, recorrí las poblaciones. Frente a los moradores, trataba de mostrar tranquilidad pero, la amargura saltaba a la vista cuando me enfrentaba a un pozo. Entre una nube de moscas, cucarachas, mal olor y suciedad, yo abría la tapa para introducir la barra entre las heces, orina y papeles, y comprobaba la altura de los desperdicios. El olor era insoportable. Sentía mareo y náuseas. Pese a mi cuidado, al retirar la barra, a veces los excrementos rozaban mis brazos y manos. Entonces, sacaba un poco de algodón y lo empapaba con alcohol. Me limpiaba y luego hacía lo mismo con la barra .

Recuerdo haber bajado varios kilos de peso porque el asco que me producìan esos olores, lograban que rechazara la sola idea de comer…

En las mañanas, cuando partía rumbo a mis inspecciones, el trayecto lo recorría en silencio pero, al volver en unos destartalados buses, luego de interminables 40 minutos, me bajaba en la plaza principal y caminaba hasta mi hogar. Estaba obligado a pasar por una parte de la calle principal del balneario. Para los adolescentes de familias adineradas, ese era su punto de encuentro. Jóvenes de ambos sexos, vestidos con sus impecables uniformes, charlaban, bebían jugos y saboreaban helados de distintos sabores . Se les escuchaba reír con sus bromas. Yo sentía envidia por esas personas que disfrutaban de la vida sin mayores complicaciones pero, también tenía temor de acercarme mucho a ellos porque más de alguno podría decir que estaba hediondo y olía a heces.

Recuerdo que ver un partido de tenis me sirvió para ayudar en mi desagradable trabajo. Conseguí un trozo de gènero de felpa, el cual lo coloquè con cinta adhesiva en mi muñeca. Así, pude limpiar mi transpiraciòn de la frente y de vez en cuando, mis lágrimas.

El sueldo mensual era mísero. Cerca de 20 mil escudos . Algo asì como 50 euros de hoy que servían para costear parte de los consumos básicos.

Cuando terminò ese período de largos ocho meses, estuve por cerca de un año con el olor a excremento pegado a mi nariz. Pese a ello, esa amarga experiencia me sirvió para conocer en vivo la miseria y las inhumanas condiciones de vida de los miles de pobladores que los usan en varias partes del planeta.

Nota : » Los pozos sépticos son sistemas de baños de aguas residuales usados en varios continentes. Se hacen con diversos materiales e instalados casi siempre bajo tierra de forma circular. Sobre el pozo se coloca una cesta de madera que asemeja una taza de WC. Se usa cal para descontaminar hasta en un 80 % las aguas servidas que se generan en el uso de la evacuaciòn de orina y excrementos.Tienen una duración limitada hasta que el nivel de materia descompuesta supera el 70 % de la profundidad del pozo «.

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