El síndrome de la sobrecualificación

El síndrome de la sobrecualificación

Helena BPC

18/03/2017

Currículum: listo; carta de presentación: lista; carta de recomendación: lista; copia del expediente académico: listo; indumentaria profesional: lista. Primera entrevista de trabajo, allá voy. No hace ni tres meses que terminé el posgrado y ya tengo mi primera entrevista de trabajo. Espero causar una buena primera impresión, la verdad es que hay mucha competencia pero considero que tengo un buen respaldo académico, tengo una titulación en marketing y finanzas con buen expediente académico, hablo inglés y alemán de manera fluida –con estancias en el extranjero incluidas- y tengo un máster en mercados internacionales. Mi familia y amigos me han dado el apoyo moral que necesitaba, así que me he lanzado con confianza al mundo laboral. Me he inscrito en varias páginas de empleo y me he leído todos los consejos para hacer una buena entrevista. Es difícil que me pillen. El puesto de trabajo es de consultor con nivel alto de idiomas. Entro en el edificio, una flamante obra de arquitectura moderna, acristalada y con tonos metalizados. Tras preguntarle a la recepcionista dónde se encuentran las oficinas, subo en uno de los rápidos ascensores hasta la planta decimoquinta. Espero en unos sofás de piel en color azul, a juego con el color corporativo de la empresa. Hay diez personas más esperando, y por su aspecto cualquiera diría que en lugar de una entrevista de trabajo parece un casting para supermodelos; me reprocho a mí misma el haber escatimado en abalorios y haber optado por una indumentaria más sencilla. Estamos en una sala de espera que da a una oficina acristalada, con un trasiego de gente trayendo y llevando documentos. Cuando miro fijamente, me llama la atención el hecho de que algunos de los trabajadores llevan un pantalón de pijama de cuadros y unas zapatillas de estar por casa en lugar de traje. Miro a los demás candidatos, pero no levantan la vista de su móvil, parece que no se han percatado de la rareza de la situación. Supongo que formará parte de algún proyecto de investigación comercial, o que tratan de dar una nueva imagen corporativa a lo Steve Jobs, que iba siempre con cuello largo y deportivas. Conocía la metáfora de vivir en el trabajo, pero no me imaginaba que se tratase de una expresión literal. Cuando casi ha pasado una hora, una mujer joven me llama para pasar a la sala de reuniones para ser entrevistada. Otro elemento a resaltar es el enorme cartel con luces intermitentes al estilo “Las Vegas” que indica la entrada a la “Sala de reuniones”.

— Buenos días, Laura, te presento al director del departamento de finanzas, el señor Rodríguez; y a la jefa de recursos humanos, la señora Ibáñez.

—Mucho gusto.

Obvió la presencia de un hombre trajeado que parecía un gorila de discoteca, con gafas de sol, que me miraba fijamente. No le faltaba ni el pinganillo.

—Laura, cuéntanos un poco qué te ha motivado a solicitar este puesto— preguntó la señora Ibáñez.

—Bueno… llevo mucho tiempo interesada en el sector de consultoría, he seguido de cerca sus últimos proyectos y considero que poseo todas las aptitudes requeridas para formar parte de su equipo.

—Muy bien… supongo que sabe que en este puesto de trabajo se requiere un nivel alto de idiomas, tenemos muchos clientes alemanes y estadounidenses.

—Así es, cursé un año de la carrera en Berlín con la beca Erasmus, y también estudié inglés durante 6 meses en Dublín.

—Fantástico pero… ¿sabe usted hablar Klingon?

Supuse que había oído mal, así que pregunté:

—¿Disculpe?

—Que si sabe usted hablar Klingon—respondió la señora Ibáñez, muy seria tras sus gafas de media luna—el idioma de Star Trek.

Debía tratarse de una broma.

—No, la verdad es que no… soy más de hablar el idioma élfico—respondí, siguiéndoles el juego.

—¡Vaya, pues eso nos va a resultar de gran utilidad!—Exclamó el señor Rodríguez, tomando notas sobre mi currículum.

Me quedé anonadada, miré de reojo al gorila de la puerta que seguía tieso al lado de la puerta.Todos aparentaban normalidad.

—Y… ¿de qué equipo de fútbol es?

—No me gusta mucho el fútbol.

Rodríguez hizo una mueca de desaprobación. ¿Qué tenía que ver eso con el puesto de trabajo? Pareció adivinar mis pensamientos:

—Pedíamos habilidades sociales y capacidad para trabajar en grupo, si no es de ningún equipo de fútbol, ¿cómo espera crear vínculos con sus colegas? De verdad, estos chicos salen cada vez de la universidad peor preparados…

Vi a través del cristal un hombre en el pasillo con un disfraz de conejo. Pensé que podría suavizar la tensión preguntando acerca de los disfraces:

—¿Están celebrando un carnaval en la oficina? ¡Parece muy divertido!

—No exigimos reglas de etiqueta, eso es todo. Contamos con un equipo productivo y con notables dotes creativas—respondió la señora Ibáñez, secamente—¿Piensa usted en tener hijos? Le veo yo mucha cara de fresca, seguro que cualquier día se queda embarazada.

Aquello ya me parecía el colmo, me dispuse a levantarme para darle una reprimenda pero el gorila me empujó hacia abajo sin inmutarse.

—Una última pregunta… ¿sabe imitar a Chiquito de la Calzada?

No respondí.

—Deduzco que eso es un no… muy bien señorita, eso es todo. Puede usted retirarse, ya le llamaremos tanto si la contratamos como si no.

Cuando salí a la sala de espera, pregunté a la recepcionista:

—¿Qué clase de empresa es ésta? No se puede ir disfrazado al trabajo, ¿y qué más da si sé hablar Klingon o no? Si mi currículum es idóneo…

—Como se nota que eres nueva en el mundo laboral… esto es lo más normal del mundo, lo último que importa es tu formación. Me parece que sufres del síndrome de la sobrecualificación.

El guacamayo que tenía en el hombro repitió la máxima:

—¡Síndrome de sobrecualificación! ¡Dame una galleta!

Supongo que me acabaré acostumbrando.

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