En la tercera carta, Isabel se dio cuenta de que lo había encontrado sin ella buscarlo y sin saber muy bien que significaba realmente. Pero ahí estaba, lo tenía al alcance de la mano.
La forma en que la hablaba tan sólo un mes después de haberse conocido y despedido de él, era algo inesperado para ella. Le fue a despedir a la estación, y se dieron un abrazo. Ni siquiera se dieron un beso, en los años 50 no se hacía de esa manera. Se conocían poco, habían coincidido un par de veces en realidad. La primera vez en casa de Isabel, cuando su hermano Ángel subió acompañado de Luis, al que sólo conocía de oídas. Cuando su hermano presentó a Luis a su madre, a su hermana Rosa y a Isabel, a ella le pareció muy simpático, alegre y por supuesto, guapo. Aquella media sonrisa, desconcertó a Isabel la primera vez en que se encontró con ella.
La segunda vez que lo vio fue en el cine con sus hermanos. Fue un encuentro inocente, como eran las salidas acordadas en esa época.
-Rosa, ¿qué te parece si vamos con Isabel y Luis al cine el sábado que viene? Han estrenado la última película de Bogart y Ava Gardner.
-Me parece muy buena idea -respondió divertida Rosa. Tu amigo es muy simpático y seguro que nos gustará la película. Me encanta Humphrey Bogart!
-Y a mí Ava –contestó Ángel con una gran carcajada.
Cada uno a su manera habían preparado el camino. Rosa consiguió sacar de la boca de Isabel una sonrisa pícara cuando la preguntó si le parecía bien ir los cuatro al cine. Isabel no puso ningún impedimento, algo inusual en ella, ya que normalmente los ponía.
Por su parte, Ángel lo tenía mucho más claro. Luis no había parado de hablar de Isabel, después de subir a aquella casa de la calle Lavapiés. Había hablado tanto de Isabel, que Ángel para que le dejara en paz, había pensado en ir al cine para que Luis la viera una segunda vez. Es cierto que Ángel no pensaba que a su hermana Isabel le pudiera interesar Luis, y mucho menos que le pudiera gustar. Qué equivocado y perdido estaba de lo que le iba a ocurrir a su hermana.
A Luis le habían hecho un contrato para jugar en un equipo de fútbol de primera división. Tenía 22 años y no le importaba irse lejos de Madrid para vivir del fútbol. En esa época, el fútbol no generaba el negocio que ofrece hoy, pero él quería intentarlo, aunque fuera muy lejos de su casa. El equipo era el Jerez Fútbol Club y Luis estaba muy ilusionado con esa oportunidad.
Desde su habitación del piso que compartía con dos jugadores del equipo, Luis recordaba aquella cita encubierta en la que fueron al cine.Recordaba aquella sonrisa cautivadora de Isabel, aquella manera de moverse con un ligero contoneo, aquella forma de hablar y reírse, y esa mirada chispeante al hablar con ella. Luis había caído fulminado ante aquella mujer alegre, y muy guapa. Su piel morena, sus ojos y pelo oscuros, sus labios frescos le habían dejado sin aliento. Y ahí estaba él, a 600 kilómetros de ella.
Por su parte, Isabel recordaba a aquel muchacho hablador, con esa media sonrisa que al encontrarse con la suya desencadenaba un torbellino en su interior. Recordaba esos ojos pardos, esa manera de acercarse sutilmente a ella y ese tono dicharachero en su conversación.
Así empezó una historia que nadie hubiera pensado 60 años después. Los comienzos fueron duros con una distancia difícil, con unos padres que no ayudaron demasiado por ninguno de los dos lados.
El padre de Luis, militar de carrera no entendía por qué su hijo, que empezaba a despuntar como futbolista, sólo pensaba en volver a Madrid con su gitana, como llamaba Luis a Isabel.
-Hijo, ya tendrás tiempo y no te faltarán oportunidades –le dijo en más de una ocasión -en aquellos años de cartas en que Luis no desfallecía.
Luis escribía a Isabel todos los días. No era lo que se puede decir una carta, pero si la escribía lo suficiente para que Isabel no se olvidara de él y mantuviera viva la ilusión por verse en el próximo descanso de liga, navidades o celebración familiar importante.
Y lo consiguió porque Isabel tampoco abandonaba su ilusión por aquel muchacho, que siempre encontraba lo que ella necesitaba oír. Podía tardar más o menos pero Luis siempre lo encontraba. Ella luchaba continuamente contra la distancia, contra una madre que no entendía por qué esperaba a ese futbolista un año tras otro, cuando veía que otros hombres se esforzaban en despertar la atención de Isabel. Pero ella no veía nada más allá de Luis.
Finalmente el día tan esperado llegó y un día 2 de Agosto de 1957 se casaron. A los tres años, Luis dejó su amada profesión. Ahora ya eran cuatro…habían nacido dos niños. El primero fue una gran alegría, el segundo otra alegría mayor, se podría decir.
Si bien la vida se hizo más dura a su regreso a Madrid, pronto llegó el tercero, de nuevo otra gran alegría y en cuanto al cuarto y al quinto, fueron verdaderos regalos por inesperados los dos.
Es delirante cómo Isabel ya no recuerda casi nada de lo ocurrido a lo largo de todos esos años. Su memoria se encuentra ahora perdida entre los flashes de su infancia en la Plaza de Lavapiés, de su marido al que reconoce en su foto de boda aunque apenas hable ya de él en voz alta, iluminándose su rostro al enseñar esa foto a cualquiera que pase delante de ella, y sintiendo todavía, el día en que perdió a Luis para siempre. Vive ahora entre sus hijos, sus nietos, entre su familia que la arropan en sus últimos paseos por un camino andado anteriormente con aquel muchacho de la media sonrisa.
FIN
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