LA INFANCIA DE LA IMAGEN

LA INFANCIA DE LA IMAGEN

¡Dad paso! que corre la reina, la loca,

llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto

en la boca.

Loca. Manuel Ortíz Guerrero, poeta popular paraguayo (1893-1933)

He conocido desde niña la nostalgia , sentimiento que siempre asocié con la belleza, algo que es “al mismo tiempo ardiente y triste”, como diría Baudelaire.

En el año 1986 yo tenía 4 años.Una parte del mundo conocido por mi familia materna desaparecía ese año al cerrarse, luego de varias décadas de actividad, el cine familiar.

Cuando empecé a escribir este relato me preguntaba : ¿qué de singular podría tener esta historia?. ¿ que puede contar una familia común de un pequeño pueblo sudamericano a partir de fotografías cuyos temas son los mismos que los álbumes familiares en todas las latitudes del planeta?.

Mi ordenador dejó de funcionar en la semana y tuve que volver al bolígrafo y al cuaderno(recordé como me resistí a cambiarlos por el insípido archivo de Word en el año 96).Busqué soportes en anécdotas, fotografías antiguas , solicité grabaciones de algunas navidades y fiestas de cumpleaños a la familia, y una vez que encontré a la única persona del pueblo que podría traducirme el contenido de grabaciones de VHS y que un amigo digitalizara las fotografías, pude percatarme de que estaba intentando generar un texto a partir de un universo desaparecido.

¿Percepción epifánica o descubrimiento Sebaldiano?: sentí que estaba ante la infancia misma de la imagen, desarmada de la digitalidad y el instante.

Las intentaría entonces aprehender dese ese primer lenguaje y las traduciría provisoriamente, para ser comprendida en esta época. Sabía que ella no dejaría de ser lo que es: textura del recuerdo.

Esa percepción de la infancia de la imagen a partir de la división entre lo digital y lo analógico me remitió a otra separación , la de dos territorios vinculados con mis primeros recuerdos: la mesa y el patio de la casa familiar.

Ninguno de esos mundos tendría sentido sin un demiurgo que les diera vida con sus rituales: María Antonia, abuela Reina.

Mujer independiente, solidaria, de carácter firme y jovial , mantuvo su casa con las puertas abiertas desde siempre para familiares y amigos que gustaban de compartir animadas tertulias , descansar o incluso vivir allí por alguna temporada.

La mesa. La larga mesa familiar de manteles a cuadros donde se podía beber( cerveza, vino) comer ( los fideos tallarines de los domingos), escuchar poesía ( de preferencia poetas populares como Manuel Ortíz Guerrero, quién dio nombre al cine y cuyo poema“ Loca” era la declamación obligada de la abuela en las celebraciones ) o escuchar guaranias , polcas y tangos.Era el territorio de los mayores.

El patio, ese mismo de las funciones de cine al aire libre, todavía poseía vestigios de los bancos de madera , y un improvisado garage donde antaño se resguardaba el camión con el parlante que anunciaba los horarios de función. Ese era nuestro reino.

Abuela se movía libremente entre esos dos mundos y los administraba con sutil alegría.

En el patio se recreaba cada Navidad el montaje del nacimiento. Aunque evocación de una realidad inmutable y cronológica, ese patio podría remitir al kairos, a ese tiempo circular y genésico donde desde un espacio sagrado emergían de nuestras manos creaciones que no distinguían entre objetos de la historia y objetos de la memoria.

Fue así como año tras año, en las escenificaciones se colaban los remanentes materiales de aquel desaparecido cine familiar. No distinguíamos entre fantasía y realidad, ellas cohabitaban con total naturalidad. Así resultaba comprensible que los reyes magos posaran alegremente con los muñequitos que venían con las gaseosas Coca Cola  cercanos a souvenirs de viajes y casitas de cartón pintado, que King Kong, observase a la sagrada familia en pose de guerra sobre algún montículo de piedra o que una legión de muñecos E.T , de la película homónima que llevó a Spielberg a la fama en el año 1982 sea la que custodie al niño en un círculo que precedía la visita de los pastores con su rebaño.Hay una belleza triste en los juegos que se generan en esos territorios que preservan un tiempo perdido.

El momento del “ vito”, es una imagen que recuerdo con gran alegría. Este rito forma parte de las celebraciones populares del paraguay católico y consiste en repartir caramelos y en algunos casos monedas para conmemorar el favor recibido por un santo.

Abuela acostumbraba a hacer esto el 13 de junio, día de San Antonio. Lanzaba caramelos y monedas en la mesa( para los adultos) y en el patio (para los nietos). Sin embargo, habían momentos en que adultos y niños combatíamos alegremente y sin distinción por los preciados regalos en un solo territorio, el patio.

En la grabación, ya traducida al lenguaje digital, se puede recuperar el registro de la celebración de un cumpleaños de la abuela. Aquel día, una tormenta inundó el patio.La larga mesa familiar fue reemplazada por sillas dispuestas en un círculo. Se cantó, se bailó se comió y se tomó hasta tarde.

Hoy puedo percibir que la mesa de los adultos estuvo en otro patio, el interno. La división de los reinos de la realidad y la imaginación. del rito y el juego, son traiciones de la racionalidad adulta que esquivan la unidad original de nuestras primeras imágenes, aquellas conservados intactas quizá solo en la infancia, las manifestaciones del arte o la locura. Ella , fue médium, puente y bisagra de esos mundos.

Kusbroek, gran escritor de la nostalgia, había dicho que “todo desaparece, salvo lo que está fotografiado, por que la fotografía nos muestra que algo ha existido”. Esas imágenes de celebraciones familiares son especiales por que corroboran que existimos de una forma genuina sobreviviendo a la desaparición o la muerte.

Algo de esa nostalgia infantil se suple en mi gracias a la escritura y al cine, en ellos encuentro el jolgorio dominical de la mesa, la sonoridad que proviene de aquel patio de mi niñez.

FIN

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