“Yo lo único que sé es que, de pronto me vi, y estaba todo ensangrentado. No tenía ni la más remota idea de lo que había pasado. Mi último recuerdo era diciéndote a vos “¿qué no me das las llaves?” Y una nube de arena arremolinándose en mis ojos…Ahora me sentía desvanecido, desgastado. Esperé a estar un poco mejor antes de volver a casa. Cuando me incorporé, me di cuenta que estaba en un lugar distinto al que mi memoria traía como fogonazo.
En aquel entonces, Papá y Mamá nos habían dejado en herencia este apartamento en Buenos Aires, pero como siempre fue costoso mantenerlo, lo compartíamos con una compañera tuya de la Facultad y un amigo mío de Rosario.
Luego de desandar el camino del que no tenía registro, traspasé la puerta de entrada, abrí el ascensor, toqué el círculo que indicaba el quinto piso y me contemplé al espejo. Yo, Manuel, con mis rulos rebeldes y desgreñados, la sangre seca en mis mejillas, puños y antebrazos, mi remera hecha un estropajo…
Tanteé el picaporte y, afortunadamente, no estaba puesta la llave de casa. Los rayos matinales me dejaron bastante atontado. Me senté en el sillón a reposar un rato. Por allá, extraviado, percibí un sonido metálico. Atendió Juan Pablo, envuelto en esos paños, como de niño de ocho años. “ Mmmhhhh… que la ingresaron…sí…que la golpearon…no la violaron…que está conciente…mmm…que se la puede ir a ver…ok…” Antes de que pudiese reconstruir ante mí – mínimamente – toda esa masa de información, un segundo llamado; obstinado y descarado. Fue, y escuchó… escuchó atentamente una catarata de palabras. Y me miró. Claro que me miró. Fijo, de lleno, seguro que era a mí a quien miró. “¿Qué hiciste? ¿Qué te entró? ¡Desfiguraste a tu hermana!» Y yo que seguía sin acordarme de nada… ¿Sería cierto? ¿Le habría tironeado de sus rubias rastas?…»
-Manuel…Manuel…son las nueve menos diez…
-Sí, sí…
-Tomá, acá tenés un mate para despejarte… -me dijo Mariana, que se había sentado en mi cama.
-¡No sabés lo que soñé!… Vos… Yo…
-¡No! ¡No me lo cuentes sin antes comer algo…! Es tradición hacerlo tras algún bocado…si no, se cumple lo soñado…
-No, está bien; sólo te digo algo: si sucede lo soñado, yo me mato…
-No seas tan exagerado… ¿Qué tal el amargo?
-Rico, muy rico. Me voy a dar un baño.
«Necesito lavarme. Me siento sucio. Siento que verdaderamente fui yo el que anoche destrozó a su hermana. Mucha, mucha agua; agua hirviendo, vapor, un gran sopor, a ver si me salen estas manchas…Más agua…intensidad, potencia: aguaaa…»
Cuando martilló insistentemente el despertador, su cuerpo estaba como recién salido de un sauna, con las sábanas todas pegadas, pero a Manuel nada de eso le preocupaba.
FIN
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