PUTAS, PALABRAS Y AMOR

PUTAS, PALABRAS Y AMOR

PUTAS, PALABRAS Y AMOR

Susana insistía día y noche con que estudiara, que leyera, que ocupara mi tiempo en aprender. Me lo repetía hasta hartarme.

Es que era ella la que estaba harta de venderse, de dejar su vida desparramada entre sábanas y salivas inmundas, manoseos, palabras putrefactas, heridas y magullones engendrados en la más humillante de las indiferencias.

Ella creía que yo nunca me enteraría. Y la verdad es que no quería enterarme. Dilaté el tiempo de la tierna ingenuidad defendiendo en mi interior, a capa y espada, esa imagen materna bendita, inviolable, de aquella que sacrificó todo por mí, abriéndose paso desde la soledad de la madre sola, que a nada le teme y enfrenta por su hijita.

No la culpo. Su madre, también intentó mantenerla al margen, pero la vida en un prostíbulo le abrió los ojos muy prematuramente.

Iwona, mi abuela, una polaca hermosa y de un espíritu muy valiente, nacida y criada en los suburbios de Varsovia, fue vendida a los trece años a un proxeneta argentino que la obligó a prostituirse. Murió a los veinticinco de sífilis.

Iwona tuvo a Susana a los quince años. Los ojos perdidos de amor de mi madre al describirla fueron el germen y fundamento de mi deseo profundo de escribir, nacido en mi temprana infancia.

Ella edificó su amor durante los diez primeros y únicos años que Iwona pudo darle de luz y cuidados en medio de una vida sombría, poblada de maltratos, abusos, castigos, sometimiento, obligados silencios, donde el personaje más temido era el varón-macho siempre connotado  en el peor de los sentidos.abu1.jpg

Mi madre siempre tomaba de un pequeño monedero, que conservó como preciado tesoro, la única fotografía arrugada, ajada por el tiempo, único lazo con su recuerdo, y acariciando suavemente la imagen inventaba historias bellas, desbordadas de fantasías, de abundancia, de felices encuentros y amores fugaces.

Susana tenía diez años cuando su madre murió quedando al cuidado de una compañera del burdel, donde vivían unas veinte mujeres en las mismas condiciones. Las niñas nacidas en aquel cautiverio tenían el penoso destino dibujado en la frente y a Susana la violaron a los once años para convertirla en una joya más del mercado de la prostitución infantil, producto preferido y mejor pagado por los más siniestros y pervertidos clientes.

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En ese contexto, solo cabía sobrevivir al desamparo, el dolor y la vergüenza. Susana se alzó sobre la fuerza heredada de su madre y transformó el miedo en coraje y bravura, adoptando una actitud atrevida y resuelta, por lo que no era tan elegida a la hora de la oferta.

A sus quince años, como Iwona a ella, me trajo al mundo, y cuatro años más tarde escapó conmigo a un pueblo del interior de la provincia. Como joven mujer madre soltera, luego de intentar infructuosamente mejor suerte, volvió a someterse a la única actividad que sabía nos sostendría, con el único objeto, dijo el día de la revelación, de darme otras oportunidades.

Comencé a escribir mi diario a los ocho años, contando con inocencia mis primeros amores y las discusiones con mi madre. Más tarde los rumores y miradas acusadoras por ser la “hija de una puta”, que me lastimaban y enfurecían porque aunque no quisiera aceptarlo, en un profundo rincón lo sospechaba, fueron llenando uno tras otro, cuadernos y más cuadernos de historia. escribiendo3.jpg

Hasta que un día enfrenté a Susana y le pedí, gritando y llorando, que me contara la verdad, que con trece años ya sabría entender y soportar lo que tuviera para decirme, que todo lo que ya estaba sucediendo por fuera de nosotras me estaba hiriendo y ofendiendo, que sabiendo la verdad podría defenderme, enfrentar con entereza los embates de necios e ignorantes. Argumentos sobredimensionados de la soberbia adolescente que convencieron a mi madre.

Yo era una niña presumida, sociable, segura, inteligente, pero luego de aquel día de estremecido testimonio, se sucedieron largos meses de confusión, retraimiento, reclusión y soledad. Era mitad de año y lo perdí por negarme a asistir a la escuela. Bajé de peso considerablemente y mi madre se preocupó tanto que decidió mudarnos nuevamente a la capital prometiendo buscar otra forma de ganarse la vida y ayudarme a reconstruir la mía con dignidad.

Fui arrastrando mis pedazos que solo se unían por partes y volvía a desgajarme a cada paso. La única continuidad con la vida anterior fue seguir escribiendo, tratando de armar el rompecabezas de infinitas piezas.

Mi madre se empleó en servicio doméstico y se desvivió para que siguiera estudiando mientras me atrapaba la necesidad de volar, de separarme de ella y esa nefasta historia.

La forma que adopté para aquella búsqueda, en los años que siguieron fue hundirme todavía más en las profundidades. Metida en tugurios, relaciones oscuras, a la par de prostitutas con las que pude convivir y ponerme su piel.

Pasé todas las pruebas autoimpuestas y decidí. Tomé el gobierno de mi vida encarando encuentros a los que desafiaba con toda la verdad que me precedía desembocando la mayoría, en frustración y desencanto.

Muy cerca de tener los cuarenta encontré un gran amor que logró exceder sus aprensiones y temores para unirse en un camino común en el que todavía hoy estamos y resiste afirmado en el amor y la palabra.

FIN

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