Todos los días, desde que murió mi padre,vuelvo del trabajo por la avenida del cementerio.A través de la ventanilla del coche, calurosa en verano o con gotas de lluvia pegadas en el cristal,observo sucederse ,como en un fotograma ,las tapias del camposanto,los cipreses y los puestos de flores bajo las cancelas de entrada.Y todos los días,en el mismo kilómetro, se me humedecen los ojos y se me arruga el corazón.Hoy no paso sin detenerme, me digo a mi misma, mientras pongo el pie en el acelerador.Y siento su soledad de muerte abandonada ,su tumba en ruinas. Y crece ,con el paso de las estaciones,un sentimiento de culpa , por ser incapaz de enfrentarme a su nombre escrito en la lapida ,literatura funeraria, ni aceptar la última visión de su rostro fantasmal.No creo que aquel niño enclenque que jugaba con Toby en la plaza del Salvador o aquel joven vestido con traje blanco de lino, que se parecía a Marlon Brando y se paseaba con mi madre por la calla Cuna, o el padre que me subía a hombros y yo sentía hundir mis pies en la fuerza tensa de su piel , o el abuelo , que construía con paciencia de arquitecto , torres efímeras de Exin, no creo que estén bajo esa loza de mármol. Y es ,también, el miedo a encarar la muerte propia, saber que me he quedado en la primera fila de la trinchera de la vida y que las balas no son de fogueo, se llaman vejez,cáncer o accidentes de coche.Unos minutos después,cuando el viejo Hiundai enfila la ronda y otros fotogramas me proyectan el río, las piraguas y los cerros del Aljarafe , recuerdo una infancia feliz ,con tardes de sábado jugando al parchis y domingos de excursiones, a los pinares de Oromana o a las playas de Mazagon. En noviembre, la visita era al cementerio, a rezar a la tumba de los abuelos.Con mis hermanos pequeños y de la mano de mi padre descubrí un jardín misterioso, donde los mayores caminaban encorvados y pálidos y el silencio se oía en los trinos de algún mirlo.Pero su fortaleza y sus palabras nos protegían de la tristeza ,del auténtico significado de aquel rito que vivíamos como un juego, como si estuviésemos en una película de la familia Adams.He aparcado el coche en el Arenal y mientras cruzo el puente de Triana, » pájaros de tinta china suben a la luna y bajan»,recuerdo mis paseos de adolescente enamorada en el cementerio.No se me ocurría ningún lugar más romántico en la ciudad.Mis novios se sorprendían al principio pero después se dejaban llevar por la excitación y el terror a los muertos ,que les ponía la carne de gallina,y nos ocultábamos en algún panteón para besarnos, bajo la atenta mirada de los ángeles. Pero ahora no puedo, he visitado y rezado, cumpliendo el mandato divino, en la tumba de abuelos,tíos ,amigos…pero en la de mi padre no puedo y si a veces lo he intentado, me falla la memoria y no encuentro el sendero o el seto donde reposan sus huesos.La última vez que fui con el al cementerio,ya muy viejo, frente al enterramiento de sus padres, me dijo, ya no vuelvo.Y ahora soy yo la que no puedo o no se llegar, o no quiero.
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