Abril de 1962, una fecha para recordar pensó. Se levantó despacio del sillón intentando no hacer ruido. Tropezó con su propia pierna, con la otra pierna. Enfrente había un espejo en el que no se reconoció, al menos al principio.

Abril de 1982, otra fecha para recordar pensó. Esta vez se encontraba queriendo inútilmente encender un cigarrillo. El encendedor no funcionaba más. Llovía. 

En Septiembre de 1985 nació Merlina. Su padre la observó y se acordó al verla de esa serie tan famosa que daban por aquellos tiempos en la televisión y que recordaba haber visto en más de una oportunidad acompañado de su mujer mientras compartían unos mates amargos.

Ahora todo era diferente. Su esposa había tenido complicaciones con el parto y él debía ocuparse de criar a una niña, que era muy blanca, de ojos grandes y muy negros. Lo aterraba la idea de que no le gustase más adelante su nombre, entonces lo olvidó por completo. Nunca más pensaría en eso. 

Los años fueron transcurriendo duramente bajo una ciudad adolorida. Los días de feria, Merlina acudía contenta acompañada de Pablito, su amigo y vecino de la casa de al lado.

La esperaba al atardecer en la puerta con los brazos abiertos. Sobre la mesa la esperaba un chocolate caliente mientras le preguntaba qué había visto y qué había hecho. Merlina entusiasmada empezaba sus relatos, a veces un poco más verídicos que otras de las tantas veces.

A veces sufrían esa soledad de a dos que es bastante incómoda. Porque de a uno al menos se está con uno, pero cuando se está con otro, no se lo puede sacar de encima así nomás.

Merlina, ¿Fuiste a comprar azúcar y leche? Mirá que a las 7 cierra todo, yo ya salí, te toca a vos. 

Los años transcurrieron a tal punto que Merlina ya se había enamorado, casado y tenido una hija, igual a su madre, a quien nunca conoció, ni una fotografía, ni una sola para saber por ella misma lo que su padre le contaba. 

Merlina había ido a la escuela de enfermería, y trabajaba todos los días, su hija quedaba al cuidado de su padre, y su esposo hace unos años había decidido que las dos iban a estar mejor acompañadas, porque dos es un problema, pero tres… ¿Viste Merlina? Al final te tocó mi misma suerte, hasta eso se hereda. Va a crecer sin problemas, vas a ver. Miráte. Claro que si hubieses conocido a tu madre me odiarías. Ella era todo lo que no soy. -Calláte querés. Aquí nadie se ha quejado de nada. ¿El anuario de colegio llevaba su foto? ¿Su madre, padre, o quién haya criadola no le sacó jamás una foto? -Merlina…ella nació en abril de 1972, andá a preguntar al colegio. Claro, si existiese aún. No hay rastros. La conocí en la universidad, allá por el ’82, me parece que abril, claro, sí, abril. Me presentó a su abuela. Tiempo después murió. -¿Ustedes nunca compraron una cámara? -No. Nunca nos sobró el dinero. Salvo cuando naciste, ahí todo cambió. Para mal pero también para bien.

Por las noches solía pensar y dormirse imaginando sus manos, su tono de voz, su mirada. Inventaba recuerdos para extrañarla. Suponía que su hija Ursula era dosgotasdeagua como su padre le decía. Añoraba.

Merlina admira crecer su hija, mientras se mira al espejo, piensa en su olvidada y difusa madre. En su padre, hombre fuerte y dedicado. Testarudo y encantador. En su esposo, ex desde que se fue, ella nunca se esforzó por detenerlo. En su vida y la de su padre. En esa soledad de a dos invadida por su hija con la cara de su madre. 

La completa. Sonríe. Aunque no exista una instantánea, una luz capturando esa imagen. Merlina sueña.

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