Noto a mis padres intranquilos, como cuando me llaman para salir al encerado a explicar la lección. Están preparando todo para la llegada de mis tíos. Suenan villancicos en la radio. Cuando mi madre abre la puerta de la casa, toda nerviosa, encuentra a sus hermanos. Lloran al abrazarse. Me extraña su llanto, porque pienso que los mayores con su pelo blanco y la cara llena de arrugas, no deben tener motivos para ello. Es la Navidad de 1968, mi tío Fernando viene a España por primera vez acompañado por su hija Nadine. Es ella quien nos hace la foto. Acabo de saltar la silla que hay pegada junto a la pared para coger en brazos a la pequeña Corine. Mamá nos sujeta por detrás, por miedo a que la niña se caiga, pesa un montón. Mi prima nos va a disparar con la cámara y pide que sonriamos, todos obedecemos. A nuestra derecha está el árbol repleto de adornos, lo he decorado yo con la ayuda de mi padre. Detrás están el marido de Nadine, Jean y el tío Pascual, delante de la ventana y al lado del televisor. En el centro está papá junto a mis tíos, llevan casi treinta años sin verse.

Tras la cena me quedo junto a los mayores, juegan una partida de mus. Toman copas de coñac y fuman puros que mi tío Fernando ha traído de Montpellier. Él dejó España en 1936 para encontrar una vida mejor, dice que se alejó de familia y amigos con mucho dolor. Iba en busca de la libertad (explica) y echa una calada. Nos relata cómo aprendió francés mientras trabajaba de jardinero. Me gusta escucharle, en una mezcla rara de francés y español que me hace sonreír.

Quand je suis arrivé a España, bajé de la voiture…

¿Qué querrá decir? No entiendo la mitad de lo que habla, pienso, y vuelvo a reirme.

Sentados a la mesa, mis padres y tíos conversan sobre la guerra civil española. Fernando y Felipe, hermanos de mi madre, eran comunistas. Ella recuerda las veces que llevaba comida a Felipe cuando estaba arrestado, deja caer entonces una lágrima, mi tío también lo hace y sus ojos azules se oscurecen por un momento. Recuerdan en voz alta historias de niños pidiendo comida, mujeres preguntando por sus maridos, el disparo de los rifles, el olor de la pólvora, el pan negro y la pena por los amigos muertos en la guerra. En ese momento estoy comiendo turrón y se me atraganta. No imagino una situación así, ahora, que les pudiera ocurrir a mis padres, amigos o a mí mismo. Es posible que España no sea el mejor país para vivir, pienso.

– ¡Toma Jesús!, te regalo un puro para cuando seas mayor y puedas fumártelo- me dice tío Fernando.

Me lo quedo ante la sonrisa de aprobación de mi padre, y lo guardo en mi dormitorio, en una caja de madera donde tengo todos mis tesoros.

Nadine me habla en un español que apenas entiendo. Jean sólo sabe algunas palabras en castellano: hola, gracias, vino y agua. Mi prima me explica que en Francia tienen televisión en color.

– Allí se vive mejor que en España, tenemos mayor libertad, cada uno vive su vida y nadie ofende a nadie-  tal y como lo cuenta, yo la creo.

A medida que pasan las horas, tengo más ganas de conocer su país. Su torre Eiffel, el río Sena, su lenguaje dulce y muy diferente al mío.

Me paro a pensar un momento, mi casa que normalmente está en silencio, se ha convertido esta noche en una fiesta. Mis padres y tíos disfrutan recordando su infancia y juventud. Yo sueño con crecer para ser como ellos.

Llegan las dos de la madrugada y comienzan las despedidas. Los primeros en irse son Felipe y Pascual, que apenas ha hablado en toda la noche. El abrazo entre mis tíos no termina nunca.

– ¡Te quiero hermano!- dice Fernando, que habla castellano mejor que en toda la noche.

A la mañana siguiente se marcha el resto de familiares. Mi madre ha madrugado para preparar una tartera con tortilla española y jamón serrano para el viaje. Fernando recuerda con ella cómo cocinaba en ausencia de sus padres, en la vieja cocina. La vieja tenacilla que utilizaba para levantar la tapa que cubría las brasas bajo la cazuela.

– El olor de los cocidos que tanto echo de menos en Francia…

Mamá le escucha con atención y sonríe.

Ya se van. Mis padres abrazan a mi tío. Veo llorar a mi madre, cómo cuando murió mi perro Choco. Entiendo lo que siente.

– Quiero verte autre fois en Montpellier, pronto nos vemos de nuevo- acaricia el pelo de mi madre.

– No te preocupes hermano, un verano vamos Jesús y yo con el niño a veros- y le besa en la frente.

Han transcurrido muchos años, ahora sé que no se cumplió aquel deseo, mi tío murió poco después. Le recuerdo mucho. Aquella libertad de la que hablaba, tardaría mucho tiempo en llegar a mi país. Quizá gracias a él y tantos otros que lucharon por un mundo mejor del que tenían.

Aún conservo el puro que me regaló mi tío, en la misma caja de madera. Nunca me lo fumé. Su olor, su tacto en mis manos, me devuelven a 1968, a mis ansias de hacerme mayor, el recuerdo de esa magnífica noche. Alcancé la libertad aquí en España, ahora sé que todo camino por recorrer no resulta fácil. Lleno de obstáculos, desventuras, desengaños, pero también de logros, alegrías y dicha. Visité Francia, me cautivó desde el principio, pero tras muchos viajes allí, preferí permanecer en mi país. Aún espero mi mejor destino, para poder fumar el puro que tío Fernando me regaló. Entonces exclamaré:

-¡Va por tu recuerdo!

ScannedImage-35.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus