Al llegar al final de mis ocho años mi padre nos dejó para cantar con los ángeles. Un padre visto por mi, como juguetón pero con un pronto dictatorial que nos recortaba las alas a las tres mujeres que participábamos en su vida.

Con su partida, llegaron las Tres Reinas, las tres mujeres que unidas aprendieron a vivir una nueva vida. Mi madre, el Pilar que nos mantenía con fortaleza y valentía, mi hermana, con una recién libertad para proclamar su verdadero ser, y la pequeña, yo, que aprendí rápido a vivir sin un padre. El gobierno de las Tres Reinas fue una oportunidad de aprendizaje para las tres , tres mujeres unidas por el amor que se desarrolló con toda clase de asignaturas para superar.

Las tres bailamos al son de la música que nos iba trayendo la vida, jugamos a ser una para todos y todos para una. Nuestro reino de mujeres no estaba exento de guerras internas, propias de la enseñanza del camino, pero siempre unidas por el lazo del reinado.

Tras 38 años, nuestra Reina Madre, al igual que un castillo enfermo, el dolor la doblegó, su fuerza  se disipó, dejó de bailar y se convirtió en la sombra de un Pilar de oro, pero dentro de ella sigue una tormenta de carácter, aprisionado por un físico desmoronado. Las dos hijas ven con pesar como caen las piedras del Pilar, el tiempo es imparable.

Y yo, confío en que en algún momento de nuestra eterna existencia, las tres volveremos a reencontrarnos y nos reconozcamos como las Tres Reinas que fuimos.

 

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