Carlota llegó del mercado con la bolsa rebosante. La casa se llenó de aromas. Mi abuela corrió a quitarle a su hermana el papelito de la cuenta que traía en la mano. Para ella era imprescindible revisar los números, remarcarlos, hacerse grande con ellos, encontrar signos que para otros podían resultar indiferentes.
Mientras apios y cebollas se refrescaban bajo el chorro helado, Carlota la perseguía para que la ayudara a limpiar el pescado. Mi abuela contaba las escamas transparentes como contaba los jazmines del patio en las noches de verano. Multiplicaba dos ojos por una imaginaria cantidad de peces después los dividía por los pocos mares que conocía y así, metódica y constante, no dejaba nada sin contar.
-¡Ay nena! Así nunca vas a conseguir novio. ¿Por qué no te esfuerzas en aprender a hacer la sopa? ¡Qué tonta eres! -le decía su hermana Carlota mientras deshojaba perejiles al ritmo de me quiere, no me quiere.
-¿Casarme? ¿Para qué? Prefiero multiplicar lágrimas por mariposas.
-Presta atención. Se pone la cabeza del pescado y las verduras en el agua fría. Fría, acuérdate. Y después la sal.
-¿Cuántos granos?
-¡Ay, nena! ¡No sé! ¡Qué sé yo! Ponle tantos como espinas.
Entonces mi abuela reincidía en la cuenta, atormentada por la exactitud, obsesionada por esa lógica que no encontraba en las muñecas, ni entre las verduras, ni en el almidón de las enaguas.
El aroma de la sopa va formando un halo alrededor de su cabeza. Ella cuenta los trozos de luces que vienen a buscarla.
Platos y más platos que se llenan van restando brillo a sus ojitos.
La escucho gritar.
-¡Carlota, me salió rica la sopa! ¡La nena se comió tres platos y quiere más!
Mi abuela se está yendo, contando sus pasos hacia atrás. En la cocina, mi madre prepara la sopa de pescado que había aprendido de ella y yo, sin saber por qué, repito las tablas de multiplicar.
FIN
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus