Después de 30 días en barco con mareos lo único que quería era darme un largo baño. Mi hermana Carmen lo había dejado bien claro en su carta: cuando llegues debes tomar un taxi directo a Nuevo Rumbo. El ansiado baño tendría que esperar, el patrón de la panadería donde iba a trabajar quería que aprendiera a llevar el mostrador de forma urgente. Estrella se iba y necesitaba un remplazo.
El taxista conocía la panadería, no necesité ni decir la dirección. Bajé y mientras cogía las maletas Carmen apareció corriendo hacia mí, me abrazó tan fuerte que sentí mis costillas crujir, dos años eran mucho tiempo.
Entramos, los patrones estaban allí para recibirme y para indicarme cómo funcionaba todo. Mi hermana se encargó de presentar al personal: Jesús el maestro panadero y “el morocho” su ayudante. Ellos trabajaban en la cuadra y nosotras atendiendo a los clientes con sus interminables pedidos de bizcochos, panes marsellés y masas frescas.
– Bienvenida compatriota -dijo Jesús-
– Gracias -dije tímidamente-
– Ojo con este -me dijo mi hermana al oído refiriéndose a Jesús- es un picaflor.
Al día siguiente comencé a trabajar. Las colas eran larguísimas, daban la vuelta a la manzana desde las siete de la mañana hasta el cierre. Obreros que buscaban bizcochos para acompañar el mate del desayuno y un tumulto de mujeres por las tardes para comprar masas finas para el té o, según mi hermana, para deleitarse viéndole a Jesús.
– Hola Carmen, llamá a Jesús por favor -dijo una clienta con carmín rojo rabioso y un abrigo de visón-.
– Hola Mirta –contestó mi hermana- me dijo la patrona que vendría hoy por acá a buscar un postre chajá
– Sí sí, pero primero quiero hablar con Jesús, está por ahí, dile que venga por favor –insistió Mirta-.
– Esta es la querida de Jesús y la mejor amiga de la patrona – me dijo mi hermana discretamente- anda ve a buscar a Jesús antes de que empiece a dar el espectáculo.
Fui hasta la cuadra, Jesús estaba amasando los panes dulces para las fiestas. Me quedé en la puerta observándolo, tenía harina por todos sus brazos, era fuerte, con el pelo oscuro, delgado, alto y bien parecido.
– ¿Qué haces ahí? – preguntó Jesús al descubrir mi presencia-.
– Nada, nada -dije nerviosa- es que hay una señora que quiere verte
– ¿Qué señora? –preguntó con curiosidad-.
– Uhm…, Mirta creo –contesté-
– Ah, pues dile que pase anda –dijo-
Volví con el mensaje, Mirta entró empujándome. Me quedé en el rellano de la puerta observando lo que pasaba en la cuadra, Mirta se abalanzó al cuello de Jesús y lo besó de forma apasionada.
– Venga, venga, ¿has visto un fantasma o qué? -dijo mi hermana desviando mi atención-.
A toda prisa volví a atender a los clientes saboreando el beso de Jesús como si me lo hubiese dado a mí.
Pasaron los días, las navidades se acercaban y con ellas la gran fiesta en la Quinta de Galicia, muchos uruguayos y españoles se reunían para bailar sambas, paso dobles y jotas.
– ¡Que guapas estáis! -dijo Jesús con entusiasmo al vernos llegar a la Quinta-. ¿Habéis venido solas?
– Claro que no, hombre -dijo mi hermana- mi novio ha ido a por unos refrescos.
– ¿Y tú? –preguntó Jesús dirigiéndose a mí-.
– Con mi hermana y su novio -contesté-.
– ¿Bailas conmigo entonces? –preguntó Jesús riéndose pícaramente-
– Bueno, yo… -dije mirando a mi hermana sin saber bien que responder-
– Anda tonta, ve y diviértete –contestó mi hermana-.
Pasaron los días, Jesús me invitó al cine, al parque Rodó, a la rambla, al teatro, a la Quinta de Galicia una y otra vez.
– ¿Quieres casarte conmigo? -dijo un día mientras comíamos churros en el Buceo-
Intentando no atragantarme con un churro le di un beso tan fuerte que no me hizo falta responder.
La boda se organizó en menos de un mes. Mi patrona como regalo de boda se empeñó en hacerme el vestido a lo flamenca, con cola, volantes y una flor haciendo juego en el escote. Yo me había traído el vestido de boda de mi madre, le había prometido que si me casaba lejos de ella me lo pondría para recordarla, pero no quería ofender a mi patrona así que preferí seguir adelante con mi plan, nadie tendría porque enterarse.
El día de la boda llegó. Mi hermana, la patrona y yo estábamos en la planta de arriba con la peluquera. Jesús y el patrón en la planta baja a punto de marcharse para la iglesia. Después de que me peinaran y maquillaran les pedí que me dejaran sola para vestirme. Cogí la caja, la abrí, separé el papel de estraza y saqué el vestido que había confeccionado mi patrona.
– ¡No!, ¡No! -grité espantada-
Mi hermana, la patrona y la peluquera entraron corriendo alertadas por mis gritos
– ¿Qué pasa? – Preguntó mi hermana con los ojos igual que hogazas-
– ¡Dios mío! ¿qué ha pasado? -dijo la patrona- ¿pero quién ha hecho esto?
– ¿Quién va a ser patrona?, -dijo mi hermana llorando y apretando los trozos de tela desgarrada entre sus puños-. Su amiga Mirta, ¿quién otra sino?.
El vestido de novia de mi madre me hacía lucir hermosa en el altar, me arropaba como cuando era niña animándome con su presencia y su bendición.
FIN
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