No sé qué decir, ni qué me esta contando esta señorita. Llevo dos horas disimulando, manteniendo la compostura, mientras los nervios me están rompiendo por dentro.
¿Dónde demonios se ha metido Lisardo? No es mi terreno. No conozco a nadie que me pueda ayudar. ¿Qué hago?
Lolita debe estar esperando, medio muerta… sin respirar.
Anoche me acompañó a mi habitación después de la cena. Estaba excitado, inquieto pero no más que cualquiera en su situación. No sospeché nada y mira que lo conozco.
Si no aparece, espero que Augusto no la tome conmigo. Soy el único de la familia que ha podido venir. Quizá ser oficial de la Armada Española me ayude.
Nunca he aprendido a tomarme con calma sus desatinos, ni entiendo esa manera suya de vivir sin pensar en las consecuencias de sus actos. Sin embargo parece que el destino ha jugado con él para traerlo al Perú desde el día que entró con su amigo Alejandro en el vestíbulo del Ritz de Paris.
Llevaba un turbante en la cabeza adornado con dos broches de perlas de nuestra madre y una casaca india, que no sé de dónde sacaría. Se dirigieron a la recepción, su lacayo dio su nombre: “El Majaraja de Kapurthala va a pasar unos días en la ciudad para hacer unas compras. Ha elegido este hotel como residencia”.
Su buena, o su mala estrella hizo que lo creyeran. Fueron los invitados mas esperados y disputados en las noches parisinas ¡hasta un artículo en Le Figaro hablaba del porte principesco del Majaraja!
Pero unos días después un camarero denunció que lo que hablaban los amigos no era Indi, sino Euskera y que eran vascos y vecinos de San Sebastián, como él.
¡La que se montó cuando le llegó la cuenta a mi padre!
Nunca, jamas lo he visto así. Primero no se lo podía creer, después lo quería matar.
Decidió mandarlo a Londres sin ninguna asignación para que se ganara la vida en la construcción del metro. Pensó que el trabajo duro le vendría bien para bajarle los humos. Pero no resultó porque al mes ya estaba de secretario y hombre de confianza de Augusto.
¿Cómo lo consiguió? Supongo que su carrera de corredor de comercio, el hablar varios idiomas y esa apabullante seguridad en si mismo ayudaría. Pero tiene algo más, algo especial que conecta con las personas sea cual sea su condición y que hace que cuando lo conocen no quieran separarse de él.
Recuerdo aquel día paseando por el puente de María Cristina, cuando una niña de ojos grandes y pelo desgreñado se acercó y tirando suavemente del abrigo que llevaba Lolita sobre los hombros, le pidió unos céntimos. La joven empujó a la pequeña que cayó al suelo de bruces y luego frotó enérgicamente las pieles donde las manitas habían tocado el pelo. Mi hermano de un manotazo lo agarró de la solapa lanzándolo por la barandilla. Ayudó a levantarse a la pequeña y le dio el dinero que llevaba en los bolsillos. Luego se alejó de nosotros mascullando improperios. Mientras una ofendida Lolita y yo mirábamos como su precioso abrigo navegaba por las frías aguas del Urumea.
Si, excesivo y muchas veces absurdo, encantador para tenerlo como amigo pero como marido…no sé.
Esta chica con la que hablo, ¿como se llamaba?, me la terminan de presentar pero no lo recuerdo. Tengo la boca seca , necesito una copa.
¿Cuanto tiempo más vamos a esperar? Los invitados se empiezan a inquietar.
Sería mejor que volviera conmigo a casa, que dejara atrás toda esta corte de aduladores que rodea al presidente y a su hija y se olvidara del poder y el lujo. Aquí en Lima, sus ojos perderán ese brillo especial que los anima y terminará como un pájaro exótico en su jaula.
Veo movimiento en la puerta.
¿Que pasa?
¿Lo ha encontrado ya la guardia?
FIN
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