¿Qué fue de la tía Margara?

¿Qué fue de la tía Margara?

Julia Bosch

08/12/2015

—Buenos días señores pasajeros; les habla el comandante…

— ¡Que encanto! —pensé. La voz firme pero amigable y hasta paternal del piloto, me hizo sentir tranquila, reconfortada y es que,  a pesar de que siempre intento obviarlo, debo reconocer que me da pánico volar. Me acurruqué en mi asiento y bajé la bandeja, como una niña aplicada esperando que trajeran el desayuno. Afortunadamente, la persona sentada a mi lado, una señora agotadora que no había parado de hablar en las ocho horas de vuelo, continuaba dormida, así que aproveché, me puse los auriculares y busqué  algún canal de música relajante antes de aterrizar.

¡Aterrizar!, no podía esperar, sobre todo llevando en la maleta aquel tesoro. ¡Una fotografía!, sí, tan solo eso, una fotografía pero que significaba mucho.  Estaba deseando llegar a casa y llamar a Patricia, mi hermana pequeña. Ella me entendería;  las dos éramos uña y  carne.  Desde pequeñas siempre habíamos estado muy unidas y las dos tuvimos siempre una enorme curiosidad por la tía Margara. —Era muy buena, aunque un poco rara. — ¿Rara?, —preguntábamos nosotras —¿es que acaso tenía tres brazos, tres piernas? — ¡No!, que cosas decís niñas, — nos regañaba la abuela— es que la pobre no tuvo madre. — ¿No tuvo madre? —Bueno, su madre murió al nacer y ella se crió con su padre, hermano de mi madre, vuestra bisabuela y un tío. — ¡Vaya lío! —decíamos nosotras fascinadas,  mientras fantaseábamos acerca de la tía abuela Margara.

Criada por su padre y su tío. Pues claro, tendría que ser rara a la fuerza. — ¿Y quién era su tío? — ¡Pero mira que sois preguntonas!, pues quien iba a ser, el tío Amalio, que era  buenísimo. — ¿Amalio?— Si, él era como un segundo padre para ella. — ¿Pero cómo puede ser eso posible?

Recuerdo aquellas tardes de mi niñez en casa de la abuela. Jugábamos con las muñecas antiguas de mi madre, yo con Mariquita Pérez, Patricia con Juanín y  leíamos sus libros de “Matonkiki”;  pero lo que más nos gustaba eran las historias que la abuela nos contaba de su infancia y sobre todo las historias de su prima Margara.

Remontémonos a principios de 1900 a una ciudad pequeña y constreñida del norte de España, donde las habladurías corrían como el agua y el deporte nacional era,  como en el resto del país, la envidia.  El hermano de mi bisabuela se llamaba Eustaquio, joven guapo y de  buen porte, casado desde hacía un año con la dulce Luisina que falleció al dar a luz a su hija; la pobre perdió mucha sangre en el parto y su frágil envergadura no lo soportó.  Mi bisabuela, hermana de Eustaquio, acababa de dar a luz a mi abuela, así que le cedió a Aurorita el ama de cría y, tal vez esa fuera la razón por la que mi abuela Mariana y su prima Margara, crecieran como hermanas. 

Eustaquio, desbordado por las circunstancias, dejo la joyería que regentaba y decidió viajar por Europa para sobreponerse de la muerte de su querida esposa. Viajo a Lisboa, Londres y Paris, donde se reencontró con un primo lejano, el primo Amalio, que era artista y vivía de mala manera en el Sacre Côeur.  Según nuestra abuela, su tío Eustaquio, se apiadó del pobre Amalio y se lo llevó  con él, pues parecía un tísico.  En un principio mi bisabuela no vio con buenos ojos aquella situación algo extraña de su hermano: viudo y cuidando de una hija recién nacida y un primo desahuciado. —« ¡Tú lo que tienes que hacer es casarte de nuevo!», y no dejó de llevar mujeres casaderas a la joyería, sin embargo, a pesar de algún que otro escarceo, Eustaquio no acababa de encontrar a la mujer que pudiera sustituir a su amada Luisina. Amalio por su parte, parecía cada vez más encantando con la pequeña Margara; la sacaba de paseo al parque llena de lazos y bodoques que él mismo presumía mandar bordar.  Y claro…, la gente, que es mala,  empezó a murmurar. ¿Qué hacía el hermano de mi bisabuela viviendo con un primo lejano al cuidado de una niña? Hasta el párroco  intentó hacerle entrar en razón. Pero fuera por las razones que fueran, Eustaquio no accedió al matrimonio. Un buen día, los tres cogieron un barco y se fueron a Canadá. Poco más se supo de ellos. A partir de entonces la historia de mi tía abuela Margara, su padre y el tío Amalio se convirtió en un misterio, como si la niebla del Cantábrico se los hubiera tragado a los tres. Entonces, la cara de mi abuela se volvía triste. Bajaba la vista, volvía a su labor y nosotras ya no nos atrevíamos a preguntar más.

Este misterio nos ha perseguido siempre, pero nunca hemos tenido el coraje de saber qué pasó. Al fallecer la abuela, el recuerdo de Margara se fue con ella.

Cuando la semana pasada mi jefe me dijo que tenía que ir a Montreal, el corazón me dio un vuelco. Patricia y yo nos pusimos como locas a buscar en Internet. Apareció una entrada de una tal Margaret Campoman, mujer culta dedicada a la enseñanza. Tenía un día libre, así que me dirigí a la dirección que aparecía en internet. Debo reconocer que se me saltaron las lágrimas cuando vi aquel nombre grabado en piedra: Margaret Campoman  School.  El director, un hombre mayor, dulce y afable me recibió en su despacho. Como pude, le conté que era tía abuela mía, pero que las circunstancias, hicieron que abandonara el país. Luego las guerras…, el olvido. El me miró y sonrío con complacencia. —«Margaret era inteligente, libre, honesta y  tolerante; una mujer avanzada a su época, pero se lo debía a la educación que le dieron sus dos padres».  Abrí los ojos con sorpresa, incapaz de articular palabra. —Vuelva mañana —me dijo. —Tengo algo para usted.

Está en mi maleta. Lo mejor,  la dedicatoria que hay detrás: «A mi queridísima prima Mariana que nunca pude olvidar.»

FIN

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