Como año tras año como los últimos diez, volvíamos a la vendimia en Francia mi madre mi hermana y yo, lo poco que quedaba de la familia después de que las enfermedades y la mala suerte se habían cebado con ella, yo con veintiocho años no conocía otra cosa, así era la vida en el pueblo el esperar que llegase esta fechas, viajando en el viejo autobús repleto de gente, de vidas y de sueños rotos, horas de viaje que llenábamos recordando historias de vendimias anteriores, eran tres meses de trabajo pero era el sustento del resto del largo año, cada vez el hambre hacia que más gente de dirigiese a este eventual e indigno trabajo.

  Lleguemos a la localidad de chablis  ya de noche, como siempre nos esperaban los capataces franceses, al dueño el Señor Abelard solo lo habíamos visto un par de veces en todos estos años, con prisas nos  metieron en los barracones para empezar a trabajar pronto al día siguiente, cenemos poco y a descansar en colchones en el suelo o con surte en viejas literas de madera que crujían más que nuestros estómagos, la noche fue rápida al contrario del día trabajando de sol a sol, ya nos conocíamos casi todos de otros años por lo que sobraban las presentaciones , por la noche no reunimos en grupos a cenar, al  echar un vistazo general al barracón observemos que faltaba Juana, paisana nuestra y chica muy formal, preguntemos el los barracones vecinos pero nadie nos dio ninguna explicación, avisemos a los encargados pero también volvieron sin razón, pasemos la noche preocupados los pocos que no cayeron rendidos por el agotador trabajo.

  EL día amaneció nublado como mi pensamiento por la desaparición de la muchacha, las voces más nocivas comentaban que estaría con algún mozo francés, pero yo sabía que no, la conocía  desde niña, no habían trascurrido dos horas del comienzo de la jornada cuando vinieron con la noticia de haber encontrado el cuerpo de una joven estrangulada en un arroyo cercano de cual nos abastecíamos de agua, quisimos salir corriendo para ver si era ella pero solo dieron permiso a  su madre para ir, volvió llorando tristemente lo que nos indicó que se trataba de ella, las sirenas de la gendarmería  rompían el silencio producido por la noticia, la noche termino cayendo y el murmullo de la gente sonaban en mi cabeza como rezos mortuorios.

  Volvieron las preocupaciones cuando entraron preguntando por otra joven de las trabajadores que no habían visto desde las seis de la tarde, aunque era pronto para alarmase la tragedia del día anterior nos ponía en preaviso, las jóvenes eran las  encargadas de las limpiezas de la ropa y otros trabajos para la comunidad, podía estar en cualquier zona, de todas formas formamos una partida de hombres con faroles para vigilar la zona y dirigirnos al arroyo, sin encontrar nada inhabitual, dimos una última vuelta y volvimos a las viviendas.

El amanecer se me volvió a hacer interminable, sin duda este no era mi mejor año, esta vez nos despertaron los gendarmes aporreando la puerta con insistencia, puesto que habían encontrar el cadáver de la joven desaparecida cerca del lugar en donde encontraron el anterior cuerpo, el pánico se apodero de las trabajadoras y sus familias que no querían volver al campo, razones no les faltaban pero necesitábamos trabajar para comer todo el año, los guardias y los capataces prometieron que vigilarían la zona para tranquilizar a los que no querían ir a sus puestos de faena, comencemos más tarde pero al final fuimos la gran mayoría.

  Estábamos quinientos trabajadores solo en esa zona, más la gente del pueblo cualquiera podía haber asesinado a las chicas, con la gente de la localidad nunca había pasado nada, salvo las discusiones típicas entre españoles y franceses por el trabajo y las mozas de ambas nacionalidades, de todas formas para ellos éramos personas de segunda fila, alimañas, nos llamaban despectivamente  pero no eran motivos para tan macabros hechos.

Al día siguiente afortunadamente no ocurrió nada, pensé que la pesadilla había acabado con la vigilancia, fue al despertar, cuando dirigiéndome a los camastros de mi familia observe que el de mi hermana estaba vacío, cosa inaudita en ella porque siempre era la última en levantarse a costa de mi insistencia, salí rápidamente en su busca  sin avisar a nadie, corrí hacia el arroyo que se encontraba a apenas dos kilómetros de las viviendas, aún no había despuntado el día y las nieblas a esa hora eran frecuentes en el valle, pero no encontré evidencias de nada extraño en las alrededores, cuando volvía percibí una sombra en la lejanía tenia largos brazos y una delgadez extrema, arrastraba algo por el suelo, grite como jamás había gritado escuchando en el silencio mi propio eco, aquella sombra corrió torpemente perdiéndose entre los cultivos, sin duda conocía el sitio, fui tras él hasta que topé con algo en el suelo, era mi joven hermana su cuerpo permanecía rígido y frio como el sudor que corría por mi frente, hasta que puesto de rodillas, comprobé que aunque un poco mareada seguía viva, ya no había duda esa sombra era la causante de las muertes de estos días.

  Rebusquemos durante días en los campos y en los bosques cercanos alguna pista que nos llevaran hasta el, pero fue en vano, este año la vendimia duraría menos, no consentiríamos ni una muerte más, todos éramos una gran familia y estaríamos unidos en esto, fuimos a cobrar antes de nuestra partida, porque no quería pagarnos el Señor Abelard por incumplir el contrato, note que alguien me observaba desde su casa, fue allí cuando entre las cortinas del piso superior vi la figura esquelética del amanecer, era el hijo del de Abelard ya era mayor de edad y lo habían expulsado del sanatorio mental infantil, los gendarmes se llevaron a ambos, con cara cabizbaja me miro el padre, pero claro que iba a hacer, ese monstruo era también su familia.

Un_grupo_de_vendimiadoras,_d.jpg

 

FIN

 

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