– Cuando tengas las piernas flexionadas, dobla las rodillas y te darás impulso. ¡Ahora!
Ésas fueron las mismas palabras que utilizó mi padre cuando me enseñó a deslizarme a través del aire en aquel viejo columpio que tenemos en la terraza de nuestra casa.
Un buen día, cuando ya era todo un experto, se me ocurrió darle un poco de acción al simple y rutinario movimiento que me entretenía cuando tenía inocencia. La intención creada en mi mente era tan grande como aquel superhéroe de capa roja; nada podía salir mal.
Tras alcanzar una velocidad temeraria, el salto fue olímpico: volaba. La caída me dejó con un sabor de lágrimas y sangre además de la rotura de el radio y el cúbito de mis dos brazos.
«Ahora sí que eres Superman» me dijo el traumatólogo y a lo que mi padre añadió:
– hijo todo lo que sube baja, esa es la ley de la gravedad.
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