–No puedes usar la cadena musical del salón, es demasiado cara para que la uses.

–Muy bien –dije yo –es tu casa, puedes hacer lo que quieras.

El salón. Típico salón alemán de una familia alemana de clase media alta, en una ciudad dormitorio de las afueras de Wiesbaden. La típica familia que pasa sus domingos en el club de tenis jugando al tenis. Dos niños, madre y padre. Un au-pair que es la primera vez que sale al extranjero, diecinueve años. Yo. El salón. La puerta principal, un vestíbulo para dejar los zapatos, la cocina a la derecha, un aseo a la izquierda, suelo de cerámica anaranjada. Las escaleras. El salón, al fondo. Más allá, el jardín. Pero no voy más allá.

Son las ocho de la mañana. Los niños ya están en el colegio y los padres en sus respectivos trabajos, ella en el banco de Santander de la Hauptbahnhof, él no lo sé, nunca lo he sabido. Hace calor, todavía estamos a finales de un agosto demasiado caluroso. Si la temperatura sube de los treinta grados mandan a los niños de vuelta a casa. Así que pueden volver en cualquier momento. Muebles oscuros, buenos, pasados de moda. Todos cerrados.

Todas las tardes el padre se toma una copa y un aperitivo. Es su momento del día. Saca la llave de su bolsillo y va abriendo los armarios. En el más cercano a la puerta están las botellas. El más cercano a la cristalera que da al jardín está lleno de chuches: cacahuetes, almendras, chocolate. Los niños no pueden tomar chocolate, son diabéticos. Y supongo que tampoco alcohol. Nos alimentamos a base de palitos de merluza congelados. El mismo menú, que preparo desde hace un mes: ensalada de lechuga y palitos de pescado congelado. Para desayunar, cacao y tostadas. Una tostada por cabeza. No puedo hacer más tostadas, no hay. Las cenas son diferentes, hay embutido, un primer plato y un segundo, y yogures y fruta fresca de postre. Ella se toma siempre una infusión después, con pastas. La caja redonda de pastas danesas está en el salón, bajo llave también.

Los niños vuelven del colegio a la una, y a las dos ya hemos comido. Yo me marcho a mis clases de alemán a las cuatro. Como quieren que los niños hablen en español, les hablo en español. A mi ellos me hablan en inglés, porque lo hablo bien y así practican. Durante la hora que estoy en el tren no hablo con nadie, y tampoco a la vuelta. Cuando vuelvo ya han cenado, y yo también. Me he comprado un bocadillo en Der Fette Bulle y me lo como en el viaje de vuelta. Sé que ellos cenan porque una vez me puse enfermo y tuve que volver antes. No había plato para mi. Los fines de semana como y ceno solo. Ellos comen en el club y cenan fuera. 26 grados.

Ayer no fue una copa, fueron tres. Cuando volví de clases eran las diez y media. El profesor nos invitó a tomar una cerveza porque era su cumpleaños. Cuando llegué él estaba en el salón. Los niños y la mujer estaban acostados. En la mesita había tres botellitas de ginebra, de las que ponen en los aviones o sacas en la feria tirando con escopetas de balines. En la basura había un plato roto. En el suelo, la llave que siempre lleva en el bolsillo. Me preguntó si quería una copa. Le dije que no, que había bebido dos cervezas y estaba cansado. Con el pie, empujé la llave debajo del sofá. Subí a mi habitación y me puse el pijama. Cuando salí a lavarme los dientes estaba del otro lado de la puerta. ¿Quieres cenar? me preguntó. Yo le dije que ya había cenado, que muchas gracias. Me volvió a preguntar si quería una copa. Le dije que no, que muchas gracias, y me fui al baño. Estuvo mirando apoyado en el quicio de la puerta. Yo volví a mi habitación, me desnudé, y me acosté encima de la cama. Oí cómo bajaba las escaleras. Los oí follar.  Oí como bajaba a dormir al salón.

28 grados. En la tele están pasando deportes de las olimpiadas, en Barcelona. Tengo la llave de la mano. Abro el primer armario, el de las bebidas. No me apetece beber. Abro el de los chuches y me como dos Ritter Sport seguidos, una bolsa de cacahuetes fritos con miel y una de almendras con el logo de Iberia. En el tercer armario están los cds. En el cuarto los libros: El Martini, El Germania de Tácito, el libro. En el quinto, álbumes de fotos.

Ella, con su primer marido, de vacaciones en Castelldefels. Ella, en su despacho del banco. Ella, de vacaciones en Grecia. Ella con el niño de la mano en una calle que no reconozco. Ella y el primer marido brindando con champán en una fiesta. Ella subida en una vespino. Con amigas en una comida campestre. Delante de un cartel de la UCD, sonriendo. Ella, sola, mirando al mar.

El, con uniforme militar, brazo en alto. Él con un amigo subidos en un tanque. Él leyendo en una terraza. Él montado en bicicleta. Él en un barco, con el brazo del amigo por encima del hombro. Él y el amigo sentados en este mismo salón, sonriendo. Él y su primera mujer rubia. Las fotos de la boda. Él con la mujer y el amigo. El amigo en bañador, en el jardín. La mujer con la niña. Él con el amigo, brazo en alto. El amigo con la niña en los hombros. Él y el amigo, dormidos, en una playa.

Voy a la cocina a esconder los envoltorios de los chuches en el fondo de la basura. Por la ventana veo como él aparca el coche en la puerta. Me quito la camiseta. Cuando él me ve, apoyado en el quicio de la puerta, yo miro el termómetro. 32 grados.

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