El lugar donde está ubicado el casco es alto, rodeado por una arboleda sombría, con largas avenidas de tilos que llegan hasta las tranqueras. A cada lado de la nave central, dos bloques mohosos y rosados enfrentan sus galerías, compartiendo un aljibe al centro del patio. Blade Runner: “He visto cosas que no creerán; naves en llamas más allá de Orión” – Al oír esta frase del televisor, Margarita Azcurra, viuda de Ostue, sintió un miedo horrible, como de muerte inminente, un susto torcido en el estómago, seguido por un fuerte dolor en el pecho. Las manos le temblaban. Un sudor frío le recorría el cuerpo. Se sintió enloquecer, la urgencia de tener a sus hijos al lado, la insoportable ansiedad por un helado. Llamó a todos al mismo tiempo, en teleconferencia al heladero, a las primas solteronas, al escribano Pitrella, a sus hijos desparramados, al médico en la sala de operaciones.

-¡Me estoy muriendo carajo! ¡Los quiero aquí y ahora, voy a despedirme! – les dijo.

Inmediatamente partieron hacia el campo desde Buenos Aires, París y Madrid en distintos charters. El heladero llegaría más tarde, en helicóptero.

Uno a uno los ubicó alrededor de la cama. Fingió un largo, larguísimo silencio que cerró frunciendo los labios, exhalando un estruendoso pedo. –“Veo que ya están todos. Anotá Pitrella: No estoy loca ni enferma. Pero sé que voy a morir. Pasáme el helado Arturito y gracias”.

– Sin despegar la vista del helado, repartió los campos, la hacienda, los silos y los tractores, las maquinarias y las pinturas, los muebles y los canarios, los perros, los caballos. Al llegar al edificio de Libertador se le dieron vuelta los ojos, la cabeza le giró sobre sí misma y cayó, muerta. De nariz sobre el cucurucho.

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