Mi hermano estaba furioso. La única vez que le había visto así fue cuando le sorprendí masturbándose, concentrado, en la parte de atrás de la caravana. Es posible que ni siquiera entonces estuviera tan enfadado.

Fuera debía estar lloviendo. Lo sé porque podía oír el golpeteo del agua sobre la carpa. La gente se había ido ya, así que estábamos solos, mi padre, mi hermano y yo. Juntos en la pista central, rodeados por el estiércol pisoteado de la vieja Fani. En las gradas tan sólo quedaban los cubos vacíos de palomitas junto a refrescos olvidados.

—¡La muy idiota! —repetía una y otra vez, rojo hasta la coronilla. Me hacía gracia ver que el color de su cara hacía juego con nuestro traje.

—Habrá sido un despiste. A todos nos ha pasado alguna vez.

—¡Qué dices, papá! Lo ha hecho a propósito. Eres una idiota.

—No hace falta que me grites —La verdad es que apenas le prestaba atención. Estaba absorta mirando hacia arriba, más allá de los trapecios, que ahora pendían fofos. Me acuerdo que pensé en los banderines de colores que coronaban la carpa. Hacía mucho tiempo que no los veía ondear resplandecientes, ellos también se habían apagado.

—Eres una idiota. ¡Papá, es una idiota!

—Bueno cálmate.

—Te digo que no ha sido un accidente. Ni siquiera trató de agarrarme en la cogida. Por poco la diña, la mocosa. Eres una malcriada, y una mocosa.

—Está bien —Padre interponía su cuerpo esmirriado entre nosotros. Su frac chillón le quedaba demasiado grande—. Pero no ha pasado nada.

—Ha estado a punto de matarse. No sé ni como la he cogido.

—En eso tienes que pensar ahora, en cómo te las arreglaste para cogerla. ¡Con una mano! Dios, tenías que haber visto sus caras. Estaban todos de pie, aplaudiendo a rabiar. Eso era un público entregado, como en los viejos tiempos. Memorable. Dime hijo, ¿podrías volver a hacerlo?

—¿Estás de broma?

—Los dos hacéis una pareja estupenda —Padre nos abrazó cariñoso. No me gustaba cómo olía. Me pregunté si fuera seguiría lloviendo. Me gustaba el olor de la tierra, de la tierra cuando está limpia, antes de que lleguemos nosotros a montar la feria. No el barro pisoteado sobre el que acabamos todos nadando.

—Hablo en serio. Si hubierais visto su entrega. Seguro que mañana muchos repetirán. Quieren algo nuevo, algo trepidante. Os quieren a vosotros, os adoran.

—¿Quieres que la coja con una mano? ¿Sin la red?

—Bueno, sólo si estáis seguros. No es necesario precipitarse.

—No sé…

Mi hermano sí sabía. Padre ya lo tenía en el bote. Siempre se las arreglaba para convencerlo. A veces me preguntaba si aquél era realmente su sueño, o si era algo que padre le había metido en la cabeza desde muy pequeño.

Esa noche recuerdo que hubo una pequeña fiesta en nuestra caravana. Padre estaba fuera de sí, extrañamente receptivo a todas las ideas nuevas. Así que el resto aprovechó para emborracharse un poquito y soñar despiertos.

Yo me escabullí en cuanto pude. Tampoco es que se preocuparan demasiado por mi. La gloria era siempre para mi hermano, como si todas las acrobacias en el aire no fueran importantes. Sólo él, que tenía que asegurarse de cogerme, para que no terminara volando veinte metros y acabara mezclada con la mierda de un elefante viejo y triste.

Fui hasta su jaula, a oscuras. Creo que las nubes habían firmado una tregua y la luna se asomaba de vez en cuando. Descubrí a Fani de pie, inmóvil junto a la jaula. No podría explicarlo, pero era como si me hubiera estado esperando. Agitaba la trompa de un lado a otro, muy despacio. Ni siquiera gruñía un poquito. Al fin me atreví y metí la mano por entre la verja para tratar de acariciar su trompa. Creo que nunca lo había hecho antes. Supongo que siempre la había visto como una parte más del circo. Como las gradas mugrientas cubiertas de refresco o las cuerdas de los trapecios.

Su piel era áspera y dura.

Quité el candado y abrí la puerta de la jaula de par en par. Fani no se movió.

—Vamos, eres libre —creo que dije. Fani seguía quieta. Parecía mirarme fijamente, pero no se movía.

—Vamos. No me hagas esto.

No me hizo caso. Estaba quieta, sólo movía la trompa de un lado a otro, muy despacio. Nos quedamos así, una frente a la otra, mucho tiempo.

—No suelen irse muy lejos —Fue padre quien me encontró. Olía a ginebra barata y tabaco. Pero su voz era cálida, como cuando se fue madre.

—¿Por qué?

—No sabrían dónde ir. No conocen otra cosa.

Padre me ayudó a cerrar la jaula.

—Vamos dentro.

Yo contaba los vaivenes mientras ganaba velocidad, y me sorprendió descubrir al público dando palmas, siguiendo mi ritmo. Muy abajo, padre les pidió silencio, gesticulando de una forma casi grosera. Mi hermano estaba ya preparado, colgado boca abajo como un mono. En dos movimientos debía saltar hacia él.

Lo último que recuerdo es que me fijé en el frac de padre, sus colores chillones volvían a resplandecer. Brillaba.

Tomé el último impulso. Abajo, finalmente, no habían colocado la red. No estaba nerviosa. Cerré los ojos y comencé a volar.

FIN

20151129_Sin_red_-_copia.jpeg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus