Cuando era un niño mi padre me contó que el suyo le había contado que en tiempos muy, muy lejanos, había personas extraordinarias que eran capaces de hacer cosas extraordinarias y a quienes todos adoraban y admiraban, en la mayoría de los casos, por ser auténticos benefactores para la gente más humilde. A estas personas se les llamaba ‘Héroes’.
Durante mi infancia mi padre y mi madre me leían noche tras noche, entre otras cosas, las hazañas más increíbles de aquellos personajes extraordinarios como Ulises, Hércules, Teseo, Aquiles, Eneas, Andrómaca, Penélope y otros tantos héroes y heroínas con los que yo soñaba y que, a la postre, estoy seguro que despertaron en mí la dosis de imaginación necesaria para mi humilde afición por escribir.
Aquellos prodigiosos personajes de la mitología que sobresalían y eran considerados ‘Héroes’ o ‘Heroínas’ por su valentía, sus virtudes y honestidades, sus sacrificios y sus bondades hacia los demás, me hicieron reflexionar y con el tiempo he llegado a valorar que los verdaderos héroes de mi vida fueron aquellos quienes me los presentaron, es decir, mis padres.
Son tantos mis recuerdos que no cabrían ni en una enciclopedia.
Recuerdo perfectamente, cuando aún no levantaba ni un metro del suelo, jugar a ser el Dios Zeus pasando rápidamente las manitas entre las llamaradas rojas, amarillas y azuladas que se desprendían de un caldero relleno con alcohol de farmacia, en mitad del suelo de la cocina, que mi madre prendía los días más fríos de invierno para vestirnos, a mi hermana y a mí, antes de ir al colegio.
También recuerdo a mi padre regresar del trabajo, cansado y ojeroso, y llevarme feliz de la mano al parque para auparme a coger hojas de morera que yo necesitaba para alimentar a los gusanos de seda que tenía en una enorme caja de zapatos y con los que me pasaba horas enteras jugando a ser un explorador en África, acariciando mis dedos con cuidado entre las ramas, las hojas mordisqueadas y los gusanos que engordaban, día tras día, una barbaridad. Podría escribir un libro de recuerdos, pero entonces seguramente yo sería el protagonista y esa no es la intención de este relato.
Por aquél entonces la vida era muy diferente a lo que es ahora. De niño yo no evaluaba los pensamientos, aceptaba todo lo que veía y todo lo veía normal; pero nuestra generación sobrevivió al frio, al hambre y a las condiciones precarias gracias a todos esos padres y madres que, sin duda, fueron los verdaderos héroes y heroínas de cada casa.
En estos días recientes hemos vivido, y seguimos viviendo, una crisis que ha empobrecido a mucha gente y que ha hecho cambiar las prioridades de muchas personas; pero en mi infancia la crisis para mucha gente era perenne. En todas las crisis, las de antes y las de ahora, siempre hay unos pocos que tienen mucho, casi todo o todo y muchos que tienen poco, muy poco o nada. Los héroes y heroínas de los que quiero hablar son aquellos hombres y mujeres, padres y madres, que han pertenecido o pertenecen al grupo de aquellos luchadores con escasos recursos.
Creo no equivocarme si digo que no hay nada peor en la vida que una guerra, y si es una guerra civil, entre los habitantes de un mismo pueblo, es sin duda alguna la peor de las desgracias. Nuestra guerra civil y su posterior posguerra fue un mal que no deseo a nadie; tan solo quiero mencionarlo para ubicar la dificultad, el miedo y las penurias que padecieron miles de hombres y mujeres de mi país; incluidos mis padres.
Antes mencioné como características de los héroes y las heroínas del pasado la valentía, la honestidad, el sacrificio y la bondad; pues bien, creo que mis padres reunían todas esas características. Ellos fueron muy valientes. Hay que ser valiente para, en una época tan dura, mirar a la vida con esperanza y optar por formar una familia pese a las dificultades. Después de un incendio los primeros brotes son los que luchan desesperadamente en un paisaje arrasado por volver a la vida. Yo nunca podré agradecer lo suficiente a mis padres por su unión y su decisión de luchar por la vida.
También fueron honestos. De todos los recuerdos que tengo, y son muchos, nunca hubo reseñas de rencor, resentimiento u odio sobre lo sucedido. Más bien fueron años de construcción, de fortaleza, de un empezar de cero, con ilusión y solidaridad entre todos. Lo más positivo fue la decisión de aprender, de estudiar, de leer y desarrollar las manifestaciones culturales y artísticas como cimientos en la vida de sus hijos. Recuerdo tardes enteras viajando con la imaginación enfrascado en las aventuras de Julio Verne, creyéndome ser el correo del zar o navegando por el fondo del mar en el ‘Nautilus’, También recuerdo pintar muchas tardes con lápices de colores, en hojas en blanco, las aventuras que se nos ocurrían a mi hermana y a mí.
Tengo que reconocer que en aquella época todo supuso un gran sacrificio para mis padres. Criarnos, educarnos y alimentarnos con su esfuerzo y trabajo debió suponer una tarea complicada de la que siempre estaré eternamente agradecido. Y, por supuesto, muchos de mis recuerdos me llevan a la bondad y a la solidaridad que se desprendía en cada una de las casas. En esos tiempos los ‘favores solidarios’ y el actuar de manera desprendida daba fuerzas a la gente.
Recuerdo a mi madre, que era enfermera, poniendo inyecciones en casa a los vecinos de manera solidaria, mientras que Vicenta me llenaba de besos y me apretaba entre sus enormes brazos cada vez que venía a peinar a mi madre de igual manera. Y recuerdo salir corriendo al mercado con los libros y los tebeos debajo del brazo para dejarlos por otros nuevos en el puesto de intercambio.
Los héroes y heroínas de la antigüedad hacían cosas extraordinarias. Los héroes y heroínas de los que hablo, incluidos mis padres, sencillamente eran extraordinarios.
Fin.
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