Ella mitigaba la sed de la desolación tragándose sus lágrimas. A él, en cambio, se le fueron atorando en la garganta. El amor se les deshizo al paso de diez hijos .  ¿Se amaron, acaso? Porque el que a él lo hayan conquistado sus bien torneadas  piernas…Porque el que ella haya sucumbido a la arrogancia de su protección… ¿Era amor?

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A ella le amanecía siempre barriendo sus recuerdos. Pero ese fatídico día se quedó dormida.

Él despertó con azufrado aliento. Vacío del alma y muy flojo del cuerpo. Pudo levantarse apenas: sin prisas, cabizbajo, con álfica consciencia. El verdinegro limón esperaba en el patio de la casa vieja. Alrededor de éste habían jugado los tantos nietos  a los que nunca prodigó un “te quiero”. Acercó una silla, mientras su único amigo le suplicaba que no, con predictivo ladrido. A cambio le sobó el hocico con ternura. Trepó como pudo. Un nudo de corbata. Y se dejó llevar por el vaivén de su pesado orgullo.

Ella vio como se columpiaba, vencido, el verdugo de sus males. Sus ojos se encontraron y fue entonces, tardíamente entonces, cuando las lágrimas brotaron y sintieron que sí, sí había sido amor.

Ella y él, los padres de mi madre. Un par de lágrimas atragantadas en mi ser.

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