Llovía afuera, pequeñas gotas inundaban el cristal, y mi mente, de repente intentó refugiarse en aquel desván de la casa, últimamente tan olvidado. Subí la pequeña escalera de madera, desgastada por el tiempo, que daba acceso a aquella especie de buhardilla donde todos los recuerdos esperaban. Estando frente a la puerta, mi corazón palpitaba nervioso, apenas si atinaba a meter la antigua llave en el cerrojo….Reencontrarse con los recuerdos a veces inunda el corazón de melancolía, pero necesitaba revolver aquellas viejas fotografías. Pequeñas motas de polvo inundaban la estancia, parecía una vida paralela a la realidad. Todo estaba como antaño, el viejo proyector, las películas, las cajas metálicas con aquellos objetos que en su día fueron de vital importancia. Silencio sepulcral, y desde la ventana, un hilo casi imperceptible de luz me guiaba. Ahí estaba, el viejo álbum de fotografías de mi padre, guardado con tanto mimo, y que tanto le gustaba mirar. Fotografías sepias, matizadas por el paso inexorable del tiempo, que dejaban huella de lo que un día fue. Cogí una que nunca antes había visto, la retuve entre mis manos, y al darle la vuelta, una pequeña inscripción “Barcelona, 1951 Para padre  con todo mi cariño.”. Las lágrimas brotaban sin cesar, estaba ante una imagen de mi padre inédita, y la sensación de alegría y melancolía inundaron la estancia.

  Sentada en la vieja mecedora, se agolparon en mi miles de sentimientos. La vida pasa fugaz, quisiera poder parar el tiempo, y quedarme ahí sentada, intentando imaginar su vida vivida, y la vida que compartió junto a mí. Parar el tiempo, y volver a aquellos tiempos felices de mi infancia, donde las tristezas eran amortiguadas por el cariño de los míos, donde mi padre, con su sonrisa me llevaba a castillos fortificados, donde nadie podía acceder.

  Sigue lloviendo afuera, algún trueno deshace el silencio sepulcral, volviéndome a la realidad. Mi padre está mayor, es la última etapa de su existencia, donde soy yo quien tiene que levantarle ahora  castillos para su tranquilidad, donde mis miedos crecen sin cesar, donde los recuerdos de antaño inundan mi mente temiendo enfrentarme al adiós definitivo. Acaso es un miedo egoísta, temo dejar de tener esa muletilla que siempre me acompaña, que siempre levanta mi ánimo en cualquier situación. El tiempo desdibuja los acontecimientos, los sentimientos y nuestra propia piel. El espejo nos devuelve la realidad de todas aquellas líneas que se han dibujado en nuestro rostro, perdiendo la inconsciencia de aquellos años perdidos.

  Ha dejado de llover, una sensación de frialdad recorre mi cuerpo. El viejo álbum vuelve a estar cerrado, los duendes del desván regresan a un sueño aletargado; de nuevo todo en silencio, y pausadamente, sin apenas respirar, me despido de la estancia. Mis pasos vuelven a la realidad, dejo atrás esos posos de nuestra historia, esas motas invisibles que tienen vida propia.

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