Astou no fue hoy al colegio. Hace días que en su aldea, a unos doscientos kilómetros de la capital de Mali, Bamako, donde nació y creció, las aulas están cerradas por falta de agua. Con optimismo pero sin esperanza, sus padres le piden como cada mañana que se acerque al pozo del pueblo, a ver si por milagro o casualidad ha brotado durante la noche el líquido elemento.

Pero sigue sin haber buenas noticias, lo que supone que habrá que esperar al camión cisterna que un día más racionará la dosis entre los habitantes del pueblo y para ella el contratiempo de no poder un día más ir a clase.

Aburrida y jugando con la muñeca que su madre le hizo por su último cumpleaños, se dirige al local donde se reúnen los hombres mayores, entre ellos su abuelo, y donde una desvencijada televisión vomita noticias que Astou ni entiende ni le interesan.

En una interrupción de su juego, se detiene a mirar a la vieja tele y presta atención a lo que en ese momento está comentando el presentador más famoso de su país. En su limitado entender de una niña de siete años cree oír que una nave espacial de una empresa llamada NASA lanzada por un lejano país, algo así como Estados Unidos, se dirige al planeta Marte en busca de agua como paso previo a la búsqueda de vida extraterrestre en ese planeta. Logra captar también que la misión costará no sé cuántos millones de “dólores”.

Astou no llega a comprender cuan grande es esa cifra y que tan alegremente se ha gastado la agencia espacial, pero se queda reflexivamente divagando antes de preguntarle a su abuelo: “¿y buscar agua en nuestro pueblo sería tan caro?”.

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