Esperanza contigo o para ti

Esperanza contigo o para ti

Vanessa Jordan

30/08/2014

Miró una vez más (como cada noche) la fotografía, que con recelo guardaba dentro de una bolsita pequeña que siempre llevaba consigo. Una noche más: intentó perderse en la mirada de su pequeña; peinaba en su imaginación las negras trenzas que adornaban su cabecita e intentaba recordar su risa cantarina  desde primera hora de la mañana. Ya eran muchos meses los que llevaba lejos de su hogar, de su tierra, lejos de las personas que siempre habían estado a su lado. Ahora volvía diferente con una sensación de haber aprendido mucho más de la vida.

“Recordaba los días anteriores a la travesía, organizando las cuatro cosas que podía llevar de equipaje y que duraron apenas dos horas, por culpa de una mala maniobra que cubrió de agua parte de la barcaza e hizo que los equipajes se precipitarán al mar. Lo único que pudo conservar fue la fotografía de su pequeña escondida en su bolsita atada a la cintura. Solamente era su hermana la que estaba al corriente de la situación. Se lo comunicó tres días antes del viaje. Samia escuchaba atenta mientras él le explicaba, ella no podía ni siquiera hablar, ni pensar, ni advertirle de nada. Lo miró e intento aguantar la emoción, pero fue imposible. Él estaba tan asustado como seguramente lo estaba ella. Pero reflejaba tranquilidad. Samia aprovechó los tres días que tenía de plazo, para aprender algunas cosas que se le escapaban de la supervivencia de la familia. La mamá de Nora (su cuñada) murió cuando la niña apenas tenía tres años. Desde entonces se habían convertido en inseparables, esto era la única tranquilidad que le quedaba a Ahmed, pensar que su hermana cuidaría a la pequeña más que a sí misma.

Recordaba cuando entró por última vez a la habitación que compartía Nora con los demás niños de la familia. Se acercó a darle un último beso a su pequeña. No tenía ni idea cuando podría ser el próximo o quizás nunca existiría. Estaba dormida pero no podía irse sin darle un abrazo de despedida. La despertó dulcemente. Nora miró a su papá y dejo que la abrazará. Ella instintivamente le correspondió. A pesar de sus seis años, la vida le había enseñado ya demasiado. Y si su papá venía a altas horas de la madrugada a darle un abrazo, debía ser por algo importante. Además era un abrazo parecido al que le daba cuando recordaban a mamá, así que fue en ese instante cuando pensó que podría ser un abrazo de despedida. Escuchó como su papá le decía que tenía que irse un tiempo a trabajar fuera, que hiciera caso a Samia y se comportará bien con los mayores. Que él intentaría volver en poco tiempo, pero que a lo mejor el trabajo eran más días de los que pensaba. Nora miró e igual que Samia no fue capaz de decirle nada hasta que su papá se dio la vuelta para marcharse. Fue entonces cuando Nora se levantó de un salto de su cama y se abrazó de nuevo, ahora sí, llorando desconsolada. A Ahmed, aquella noche, en aquel instante algo murió dentro de él. Desde que enterró a su mujer ya no había sido el mismo de siempre. Pero ahora esto, era una nueva situación tan poco deseada que sentía que todo él era distinto. Samia le esperaba en la puerta de casa, camuflada en medio de la noche. Se abrazaron llorando, ahora no valía la pena disimular la angustia que a los dos le provocaba la marcha. Ahmed prometió volver algún día y que sería entonces cuando todos juntos podrían irse a una casa mejor y nunca más pasar hambre ni penurias.

Le costó muchas horas de sueño perdidas, intentar olvidar la travesía por el mar hacía España. Un negro mar que apenas se movía y no reflejaba nada. Aquellas horas frías en la noche, la incertidumbre, la soledad y las horas asfixiantes del día. Tantas sensaciones juntas que intentar explicarlo apenas haría justicia con la realidad. Además sin apenas ingerir agua ni alimentos. Presenció la muerte de algún que otro compañero de viaje. Dejaban caer su cuerpo al agua y ahí en ese momento acaba su historia, su vida desaparecía en el fondo del mar como si nunca hubiera existido.

Recordaba también el momento en que el responsable del viaje se giró hacía ellos y comentó que ya podía ver tierra. A Ahmed le pareció casi imposible. Se aferró con más fuerza a lo único que conservaba de su vida anterior, su pequeña bolsita y respiró con ganas y fuerzas para luchar por su nueva vida. Cuando la barca estaba a pocos metros de la orilla, el encargado dio la orden de que bajaran corriendo e intentarán escapar antes de que pudieran verles. Ahmed no sabía por qué razón pero corrió en una dirección distinta a sus acompañantes. Todos se fueron hacía la derecha y él lo hizo hacía la izquierda. El corazón palpitaba sin descanso. Sentía como el cansancio no le dejaba casi avanzar. Buscó refugio al lado de una casita que parecía de pescadores no lejos del puerto. Se metió debajo de unas redes y esperó. Escuchó mucho movimiento de personas, coches y por último sirenas y fue hasta transcurrido por lo menos una hora que no consiguió que la respiración volviera casi a su normalidad. En todo momento apretaba con fuerza su pequeña bolsita, tanto que la mano empezaba a dormirse. Cerraba los ojos y soñaba en que a lo mejor no había sido tan mala idea intentarlo.

A la mañana siguiente, Ahmed se despertó sobresaltado sin saber dónde estaba. Las redes lo cubrían por completo. Escuchó una voz que salía de la pequeña casita que estaba a su lado. Una puerta se abrió y entre los orificios de la red vio a un señor con cañas de pescar. Detrás salió una señora que le hablaba sin parar. Fue entonces cuando el señor se acercó hasta donde estaba Ahmed y empezó a coger la red. En unos segundos sus miradas se cruzaron. No dijeron nada solo se miraron. Y Ahmed sin saber que hacer solo se le ocurrió juntar sus manos y moverlas pidiendo compasión. El señor empezó a hablar sin gritos:

  • ¿Se puede saber qué haces ahí escondido? – Ahmed siguió con sus manos entrelazadas. No sabía que le estaba diciendo y era lo único que podía salvarle.

  • ¿Qué dices Antonio? – la señora se acercó hasta su lado. Y también descubrió a Ahmed. – ¿Criatura qué haces ahí, cuánto tiempo llevas?

  • No te acerques María. Igual es peligroso, no nos podemos fiar.

  • Antonio, no voy a dejar que se quede ahí escondido. Tendrá hambre, además mira que ojos tiene tú crees que es peligroso. Si hubiera querido nos hubiera matado mientras dormíamos.

María ayudó a Ahmed a salir de su escondite. Descubrieron ante ellos a un hombre joven, alto, muy delgado y con facciones mezcladas entre árabes y africanas. Apenas podía tenerse en pie. María lo llevó hasta el baño que había dentro de la casita. Le enseñó donde estaba la ducha, el jabón y cogió un pantalón limpio y una camisa de su Antonio. Abrió el agua y lo dejó solo para que pudiera asearse. Fue entonces cuando Ahmed empezó a ser consciente de dónde estaba. Se miró en el espejo. Su rostro en tan solo cuatro días ya no parecía el mismo que salió de su hogar. Estaba mucho más delgado y el cansancio hacía que pareciera mucho más viejo.

Se metió en la ducha y dejó que el agua le cubriera todo el cuerpo. Respiró hondo y agradeció haber escapado en la dirección correcta. Cuando salió del baño lo hizo despacio, en silencio y se detuvo en el pasillo que llevaba hasta un pequeño comedor donde escuchó hablar a sus descubridores.

  • Antonio, si yo veo correcto que vayamos a decirlo a las autoridades pero no sabemos que le pueden hacer. No creo que sea peligroso, no lo aparenta ni mucho menos. Además el otro día hablamos de contratar a alguien para que pudiera ayudarte en alta mar. Podemos dejar que se quede y que te ayude a cambio de un plato de comida y un hogar.   

  • María, todo esto no es tan fácil como parece. Sí, hablamos de contratar a alguien, pero en este caso no existe contrato y además ni siquiera nos entiende. Dime como demonios vamos a poder enseñarle nada.

  • No te preocupes. Yo misma le enseñaré. Si quieres llamo a mi hermano y le comento el caso. Él estará en el puesto de la Cruz Roja y sabrá que ha ocurrido con el resto.

  • Haz lo que quieras, de todas maneras lo harás. Pero solo te digo que espero que esta situación no nos acabe explotando.

Ahmed cuando notó que la conversación podía llegar a su fin, se acercó sigilosamente.

  • Mira que bien te han sentado la ducha. ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer? Ven acércate. Siéntate aquí con nosotros.

Se acercó hasta la mesa y tomó asiento. Intuyó que le estaban preguntando si quería comer. Se quedó mirando a María y asintió despacio.

  • ¿Sí? ¿Comer? – María hizo el gesto de llevarse algo a la boca y fue cuando Ahmed asintió convencido, ahora sí, de la pregunta. ¿Cómo te llamas? Yo María, él Antonio. ¿Y tú?

  • Tú Ahmed – contestó imaginando que era esa la pregunta.

  • Hola Ahmed, bienvenido.

María le plantó un plato de arroz con dos huevos fritos. Ahmed empezó a comer desesperado. No recordaba la última vez que lo hizo. Entre el viaje y los preparativos apenas había comido en los últimos días. Intentaron hablar con él durante la tarde. Y por supuesto que llegaron a la conclusión de lo evidente. Escapó hacía España en busca de dinero para poder mantener a su familia. Ahmed confió en estas personas así que no dudó en enseñarles la foto dónde aparecía Nora y Samia.

María al caer la noche se acercó hasta el puesto de la Cruz Roja. Su hermano es voluntario y sabía que si había ocurrido algo estaría al tanto de todo. Manuel le explicó, que hacía un día que había llegado una nueva patera a la costa. Ya era la cuarta que llegaba en tan solo una semana a las costas de Almería. María invitó a su hermano a alejarse un poco del puesto, tenía algo que decirle.

  • Ocurre algo María. ¿Qué es lo que pasa?

  • Manuel. Uno de estos emigrantes está en casa.

  • María, pero ¿cómo? Ahora mismo digo a uno de mis compañeros que vaya hasta allí y lo traiga al puesto inmediatamente.

  • Espera Manuel. No creo que sea peligroso y ya sabes que nosotros empezamos a necesitar ayuda con la pesca. Vamos a darle un voto de confianza y que se quede unos días.

  • Pero María, es peligroso. No sabemos si puede estar enfermo o si en cualquier momento os mata a los dos.

  • Manuel, nos ha enseñado una foto de su hija. Su mirada no refleja nada de lo que estás diciendo.

  • Bueno, le diré a Francisco que vaya hasta vuestra casa y le haga una revisión, más que nada para descartar cualquier enfermedad contagiosa.

Ahmed tenía una buenísima condición física. Estaba totalmente sano. Así que después de solucionar los papeles necesarios para su nueva residencia, Ahmed se quedó a vivir con Antonio y María.

Los días pasaban tranquilos, llenos de buenos momentos. Aprendió a hablar en español, cómo mínimo para poder llevar una conversación medio fluida. Ayudaba a Antonio a pescar y a María con el huerto y las compras. Escribieron una carta para Samia con la esperanza de que pudiera recibirla y así tranquilizarla. Pero a pesar de lo agradable de su nueva vida a Ahmed no se le podía olvidar el por qué de su aventura. Aquí no podría conseguir dinero. Antonio y María no podían ofrecerle esa ayuda. Así que sintiendo una pena enorme decidió abandonar Almería para probar suerte en alguna otra ciudad.

Una nueva despedida en su nueva vida.

  • Ahmed, solo queremos que seas muy feliz y que puedas conseguir todo lo que te mereces. Que tu familia pueda vivir sin problemas. Pero nunca olvides que nosotros estaremos aquí para lo que necesites. – María abrazó a Ahmed como si de un hijo se tratase. Este tiempo a su lado había sido un regalo para los tres. Ahmed había podido comprobar que España no era en parte como imaginaba. Aquí también existen personas humildes que luchan por sobrevivir y la ayuda que había recibido hasta ahora tanto por parte de Antonio y María como de la Cruz Roja era impagable. Habían aprendido los unos del otro. Antonio también lo abrazó y ninguno de los tres pudieron contener la emoción.

Ahmed volvió la vista atrás para despedirse de Antonio y María. Los quería como si fueran parte de su familia. Y sabía que algún día volverían a encontrarse. Su nuevo destino era Barcelona. Un primo lejano de Antonio vivía en la ciudad Condal y tenía una pequeña frutería en el barrio gótico. Así que pensó que no sería mala idea probar suerte en una ciudad así. Llegó de madrugada a la estación de Sants. Allí no había nadie esperándole. Así que desde un teléfono público intentó ponerse en contacto con ese tal David.

  • ¿Sí?

  • Hola soy Ahmed. Creo que hace unos días hablaste con Antonio y María. Y ya estoy aquí en Barcelona.

  • Mira Ahmed. Sí, es verdad hablé con ellos. Pero en ningún momento les aseguré que pudiera o quisiera ayudarte. Lo siento mucho, pero estoy cansado de los moros de mierda cómo tú. Así que búscate la vida como quieras y si no te largas otra vez a tu país de donde nunca deberías haber salido.

Ahmed, colgó el teléfono y pensó en Antonio y María. No podía decirles nada. Intentaría quedarse unos días y luchar. Estaba preparado en que esto podía ocurrir. Caminó sin rumbo durante parte de la noche. Llegó hasta una zona en la que había diferentes personas durmiendo en la calle. Era al lado de un parque. Lo que más le sorprendió a Ahmed es que eran todas españolas no había ningún extranjero. Uno de ellos se acercó y le habló.

  • Tú qué haces aquí. Vete a otro sitio, la ciudad está llena de lugares donde quedarse. Aquí no queremos a nadie más.

  • Perdone. Pero acabo de llegar y no conozco nada. Solo le pido poder quedarme aquí esta noche y mañana voy a buscar otro lugar. Me llamo Ahmed.

  • Bueno quédate por aquí. No creo que el resto de mis compañeros estén de acuerdo. Soy Pablo.

Compartieron unos cartones que tenía Pablo para poderse cubrir y no morir en la noche. Hablaron. Ahmed tenía curiosidad de saber que hacía toda esta gente española sin hogar y Pedro se interesó por los problemas de Ahmed.

Se sorprendieron mutuamente. Ahmed no podía entender que una situación económica hubiera podido provocar que muchas familias se quedaran sin hogar, sin posibilidad de empezar desde cero. Pablo había tenido una gran fortuna y en poco más de dos meses todo había desaparecido, quedándose sin apenas esperanza de nada. Pablo admiraba la valentía de Ahmed de haber dejado su hogar y haberse aventurado a un lugar sin rumbo, por y para su familia. Era una historia igual pero muy diferente aparentemente.”

  • ¿Qué piensas Ahmed?

  • Pablo, estaba recordando cómo, cuándo y porqué llegué hasta aquí.

  • Y después de todo éste tiempo ¿a qué conclusión has llegado?

  • En que da igual dónde vivas. Los problemas son siempre los mismos. El poder pervierte a la sociedad. Y los de arriba nunca piensan en los débiles. Sólo espero que algún día todo lo hagamos un poco más fácil. Gracias por todo amigo.

Pablo había conseguido a su lado iniciar una remontada para recuperar parte de lo perdido y Ahmed esta vez volvía en avión a su país. Después de diecinueve meses regresaba a casa con una maleta llena de historias, momentos, dificultades, sueños renovados y mucho aprendido y por aprender. Escribió poco a poco, con su nueva caligrafía en su libreta…

Que la vida es complicada se sabe cuando los años te van quitando la inocencia y te entregan la realidad.

 

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