Crónica desde la tierra prometida

Crónica desde la tierra prometida

No es un viaje más. El viaje del emigrante hacia una tierra desconocida es un cúmulo de ilusiones, esperanzas, pasiones y sobre todo, el camino hacia el sueño de conseguir una vida mejor, alejarse de la pobreza que azota su mundo, una andadura hacia un horizonte cargado de promesas que muestran que puede existir el paraíso, que está más cerca de lo imaginado y que le está esperando con los brazos abiertos.

Nada más lejos de la realidad. Ese viaje se puede convertir, azotado por el mar, en su propia tumba. Puede ver cómo niños y hombres se deshidratan hasta desfallecer, cómo las olas del mar les acercan a ese otro infierno al que va, el mundo occidental. Ya ha llegado. La travesía ha sido dura, la humedad le ha calado hasta los huesos y está muerto de miedo pero vivo, otros compañeros no han corrido la misma suerte. Cuando la patera toque tierra, hay que salir corriendo y no mirar atrás, morir antes que ser devuelto a su país. Pobreza no, miseria no.

Desde detrás de unos matorrales, agazapado como una culebra en lo alto de una colina, Abbas puede ver cómo a otros compañeros los han interceptado la policía. También llegan dos furgonetas de Cruz Roja con personas voluntarias que les dan palabras de aliento, mantas y alimentos a esas formas que simulan ser humanas y que se parapetan detrás de sus propias sombras, de lo que pudo haber sido y no fue. No dirán ni quiénes son, ni de dónde vienen para no ser devueltos a ese pasado que está nuevamente más cerca que nunca. Frustración, rabia e impotencia al comprobar que su sueño se ha truncado cuando estaba al alcance de su mano.

Abbas sigue su ruta. Saca el papel que guardó en un plástico que hacía de impermeable en el agua. Aún así, las letras escritas en un árabe casi ininteligible parecen mecidas por las olas del mar. A duras penas, puede leer las instrucciones que le dieron y el camino que debe continuar para encontrarse con sus compatriotas. Lo esperan en el punto fijado, a unos ciento veinte kilómetros desde donde está.

La ropa que tiene está húmeda, huele a salitre y el pantalón queda enmarcado por unos cuantos jirones. Saca del bolsillo los pocos euros que le cambiaron antes de salir. Debe tener para un billete de autobús y para comprar un poco de comida. Sus pantalones tendrán que esperar y el maloliente hedor que desprende deberá ser disimulado con un poco de agua y jabón. Espera llegar antes de que anochezca a su destino.

Se detiene en una gasolinera y puede usar el servicio para asearse. Cuando termina, entra en la tienda y compra agua, una barra de pan y un poco de queso para rellenarla. Los ojos del hombre que lo atiende se clavan en él penetrantemente, parecen juzgarlo sin haber articulado ni una sola palabra. Mejor salir rápido de aquí– piensa.

Ha cambiado de idea. Seguirá andando. Ahora es un fugitivo, una negruzca mancha que camina por senderos secundarios para no ser visto. Pero sabe que su fortaleza interior y su honradez le ayudarán a asentarse en esta tierra. Sólo ha venido a ganarse la vida, a trabajar en aquello que le ofrezcan. Piensa pasar lo más desapercibido posible, no quiere problemas. Y ya puede ver la carita de su niña cuando le mande una muñeca de esas que tienen muchos vestidos. Su sonrisa le da ánimos para seguir caminando, aunque está, literalmente extenuado.

Cuando llega a su destino, dos días después, le cuentan que ya no hay trabajo para él, que ha llegado tarde. Enrabietado, llama al teléfono que le dieron para casos urgentes, pero no lo coge nadie. Y de repente se da cuenta de todo. Lo han engañado. Lo han utilizado como una mercancía. Lo han arrojado a este mundo después de haber pagado el billete.

Desesperado, no logra contener las lágrimas. Un compañero inmigrante, le da algo que simula un colchón y lo acoge en su casa para que duerma esa noche. Mañana deberás irte, no quiero problemas con el casero – le argumenta – Te aconsejo que vayas a ver a Rabah si de verdad te hace falta el dinero.

– Pues claro, ¿por qué te crees que estoy aquí? Para ganar dinero y darle a mi familia una vida mejor.

– Amigo, ya te darás cuenta de que en este lugar ganarás algo de dinero pero a un precio muy alto. Descansa.

Y amaneció ese día, y otro, y otro más. Pasaron dos meses hasta que Rabah no le dio un trabajo como vendedor ambulante. Dos meses interminables en los que durmió en un campamento ilegal – como él mismo- y almorzó en el comedor social de unas religiosas. Tuvo que soportar miradas hirientes y un trato vejatorio en muchas ocasiones. Había gente que lo ayudó pero, lamentablemente, no lograron darle el brillo que traía en los ojos cuando desembarcó con la patera. Ese brillo se quedó en África.

Todos los días camina cargado de bolsos, de copias piratas de música y cine y de lo que le den para vender. Se ha dejado arrastrar por las mafias, no pensaba caer tan bajo. Su mujer piensa que está trabajando de jornalero, con un salario medio y con un contrato de trabajo. No le va a desmontar la historia tan bonita que tenían antes de salir.

– Mi guapa Maryam, no te preocupes por mí, estaré bien. Te llamaré todos los días y cuando tenga dinero y encuentre una casa bonita y grande, te vendrás con los niños y seremos una familia feliz viviendo en la tierra prometida – Esas fueron las palabras que Abbas le dijo a su esposa poco antes de partir.

Pero la tierra prometida se queda en eso, en promesas, en palabras que arrastra el viento mientras él intenta sobrevivir vendiendo productos falsificados y explotado por una mafia que le pide dinero por todo: por malvivir, por malcomer, por mal dormir y hasta por su libertad que tiene que hipotecar para enviar algún dinero a su familia junto con cartas en las que les cuenta que todo está bien, que España es muy bonita, que la gente es muy amable y que jamás ha tenido ningún altercado con nadie.

Mentiras piadoras para no creerse que en África no sólo ha dejado su tierra y su familia, sino también su dignidad. Cruzándose cada día con cientos de ojos que le muestran, en el mejor de los casos, indiferencia. Su jornada de trabajo es intempestiva y a pesar de todo, agradece en el fondo de su corazón el miserable salario que recibe. Es un “sin papeles”. Sí, sin identificar, como un perro vagabundo que nadie sabe de quién es y a dónde va. Él no ha venido a aprovecharse de nada ni de nadie, solamente quiere trabajar para que sus hijos puedan comer, comprar ropa y libros para ir al colegio, a ese sitio del que él tuvo que salir cuando apenas sabía escribir. 

¡Y echa tanto de menos a su mujer! Ya han pasado dieciocho meses y no sabe el tiempo que tardará en traerse a su familia o en volver. A veces, en el silencio de la noche, mientras una lágrima le resbala por la mejilla, piensa en coger la maleta y volverse al día siguiente. Pero no puede, no debe admitir su derrota. Aguantará durmiendo en la misma habitación con siete compañeros más porque está en la tierra prometida, en el lugar al que todos quieren llegar.

¡Qué equivocado estaba! Sobrevivir en esta jungla extraña y caótica es muy duro. Por lo menos él, está trabajando. Otros compatriotas duermen a la intemperie y comen de la caridad para seguir un día más con vida. ¿Quién les ha engañado? ¿Quién ha sido el que les habló de dinero, prosperidad y riquezas? ¡Maldita sea!.

¿Qué estarán haciendo sus hijos en ese momento? También se acuerda de su madre.Le han dicho por teléfono que está muy enferma y no sabe si volverá a verla con vida. Su madre, esa mujer dulce y piadosa que siempre le ha cuidado y que ahora, cuando lo necesita, no puede estar a su lado. Siente como si la hubiese abandonado. Un bocado de desazón le desgarra el alma. ¿Merece la pena tanto sufrimiento y soledad? 

Parece que está amaneciendo. Mira su reloj Casio y descubre que ya se acerca la hora de trabajar. Se levantará otro día más. Hay que seguir adelante. Pero, ¿hasta cuándo?

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus