Por las mañanas, cuando voy a trabajar, veo en la calle Atocha a una mujer llena de belleza y ternura.

Está sentada junto a un puesto de la ONCE en una silla de playa, pero en vez de contemplar las olas del mar, observa a una multitud de personas y  coches circulando que no tienen tiempo para mirarla en medio de tanta prisa.

Lleva unas zapatillas de deportes blancas, un pantalón negro, varios jerseys de lana y un sombrerito rojo con una flor. Es altísima, como un personaje de Tim Burton, y sus pies llenan la acera. Se pinta los mofletes de rojo de una manera muy extraña y habla sola en voz alta sin que nadie la escuche.

Lo más curioso es que entre sus manos abraza una lata vacía de melocotón en almíbar, siempre la misma, en donde de vez en cuando caen algunas distraídas monedas. Al momento, las saca del recipiente y las guarda en una bolsita que esconde cuidadosamente en su pecho.

¿Cómo es posible que ese bote de melocotón en almíbar se encontrase lleno de dulzura y en él solo habite ahora tanta soledad?

Entonces, me gusta imaginar que algún día en la calle Atocha, volverán a crecer flores dentro de esa maravillosa lata de melocotón en almíbar, ella las olerá y su frescura la hará feliz por unos instantes…

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