Hay que trabajar con cuidado: primero los amarillos. Son los más interesantes. Se encuentran restos de juguetes, metales, incluso botellas de vidrio y papel.

Antes me dedicaba sólo al cartón, más rentable. Pero últimamente han puesto en la boca de los grandes contenedores de papel, una especie de dientes. Metes la mano y cuesta sacarla y, por supuesto, olvídate de lo de dentro.

Abro bolsa a bolsa, normalmente las rompo, porque la gente cierra sus basuras como si quisiera que nunca escapara nada de su interior. Encuentras cosas muy extrañas, algunas ni siquiera las cojo porque tengo miedo de que sean peligrosas y Pepe, que me acompaña, dice que no hay dónde venderlas.

Esta noche hay un silencio especial en este barrio. Supongo que la gente estará de vacaciones, no sé para qué se van, con esta piscina que se ve detrás de la reja.  Como siempre,  el perro que saca a pasear la señora con cara de sueño se acerca moviendo el rabo, yo creo que esperando que le dé algo de lo que encuentro. Ella es un poco estirada, aunque hace tiempo me bajó una bolsa llena de ropa y me dijo que si la quería. La vendí al día siguiente, a uno que tiene un puesto en el rastro. A ver dónde voy yo con trajes como esos, de chaqueta o de fiesta, de marcas que dice Pepe que son carísimas.

Arriba se asoma alguien. Siempre hay quien mira. Una vez salió el portero y me dijo que el presidente de la comunidad veía siempre las bolsas de basura desordenadas y fuera de su sitio y que iba a llamar a la policía…no tendrá cosa mejor que hacer, el presidente.

Esto se acaba por hoy. Llevo el carrito lleno, no me puedo quejar, igual con todo esto puedo sacar diez euros o más. Enfrente están sacando los restos de comida del restaurante, se acerca un grupo de gente y revuelven con prisa, acaparando y evitando que otros les reclamen lo que encuentran. Me alejo antes de que empiecen las trifulcas, porque hay gente muy necesitada.

 

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