En memoria de José "El Gallego"

En memoria de José "El Gallego"

Todas las mañanas, tanto las del caluroso verano, como las negras, húmedas y bravas del invierno, con vientos y aguas, José «El Gallego», despertaba en el mismo y sucio banco del Bulevar de Sainz de Baranda, justo enfrente del supermercado, después de haber pasado la noche completamente solo, sin otra compañía que las caricias de las estrellas y las de la luna plateada.

Al clarear el alba, le despertaban de su sueño el gorjeo de los pajaritos acurrucados entre las ramas de los árboles y, el fuerte viento que le azotaba.

Siempre el mismo José, en su mismo banco, los meses de verano con su camisa a cuadros azules a juego con el color de sus ojos como el mar de su tierra (Galicia) y, sus pantalones vaqueros raídos. Durante el invierno, envuelto en los mismos pantalones, su anorak rojo y cubierto por su raquítica manta.

Al pasar junto a él, la gente del barrio lo saludaba, le daba dinero para que pudiera comprarse su botellón de cerveza y sus amados cigarrillos. Se sentía feliz en su banco, lo había elegido para su morada, durante el día respirando el aire fresco matutino, después de una noche oscura, serena y callada.

José, era de pocas palabras, así que despertaba viendo el ir y venir de sus vecinos por el bulevar. Si te fijabas en él, lo veías a veces con su mirada distraída, lejana, contemplando el cielo con sus nubes blancas, donde, a lo mejor se transportaba, para ser conducido en su imaginación a su tierra querida.

Hace aproximadamente seis años que conocí a José. En aquella época se le veía acompañado por dos jóvenes, primero por una y luego por la otra. Estas jóvenes desconozco si pertenecían a alguna organización como el EPAC o simplemente eran voluntarias.

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Estas chicas, trataban de ayudarlo, intentando convencerle para que dejara la bebida y entrara en un centro de rehabilitación. Incluso fueron mucho más allá, pues le ofrecieron sus casas para compartirlas y le procuraban comida, ropa y limpieza. Le animaban para que volviera con su familia. – Esto era precisamente lo que él no quería.- Había un cierto misterio en torno a su familia. Lo que sí estaba claro es que él quería ser libre.

Fue precisamente en esta época cuando me encontré con José en el Hospital Gregorio Marañón, por circunstancias muy dolorosas para mí. La enfermedad de mi marido.

Nos tocó compartir la misma habitación, así que me enteré los motivos de su internamiento. Además de su gran dependencia con el alcohol, el pobre tenía una lesión al corazón.

Estas dos jóvenes que antes he mencionado, le obligaron a internarse, para que le pudieran examinar correctamente.

Allí, encerrado en la habitación, sin poder respirar el aire de la calle, privado de las caricias de los rayos de sol, sin disfrutar del rocío mañanero, del cantar de los pájaros, del fulgor de las estrellas durante la noche, cuando todo está en calma, le entró una gran desesperación.

Añadido a esto, verse privado de sus cigarrillos y sustituirle el botellón del goteo por el de su cerveza, tener que permanecer en cama durante largas horas, contemplando un techo blanquecino, se sintió enloquecer.

Por más que intentábamos convencerle de que se encontraba allí por su bien, para su curación, él no lo comprendía, o, si lo comprendía, no le interesaba…Así que se ponía a gritar: – ¿Porque no me dejáis marchar a mi banco de Sainz de Baranda?-

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Recuerdo, que con nosotros José fue un muchacho educado, cariñoso, hablábamos de su tierra, algo de su familia y, tratábamos  de convencerle para que cuando estuviese repuesto, debía empezar una nueva vida; a ser posible, en su pueblo natal y cerca  de sus seres queridos. Era joven, bien parecido, tenía sensibilidad. -Nos escuchaba y respondía.-

-Sí lo voy a hacer.-

Pero en cuanto lo acostaban, no sé lo que pasaba por su mente que, le volvía a entrar la desesperación. Estaba claro, lo que verdaderamente José quería era escaparse. Como gritaba, los enfermeros no tuvieron más remedio que atarle a la cama. – Ahora sí, que se asfixiaba con aquella falta de libertad.

A veces, le ayudaba a tomar algo de comida, pues en estas circunstancias él no podía hacerlo. De verdad que me lo agradecía con todo su corazón herido.

Un día, creo fue el 5º de nuestra llegada al hospital, tuvo un mal día. Se puso muy furioso y quería huir. Sintiéndolo mucho, tuvimos que llamar al personal. – Como les tenía tan hartos, le dijeron:

-Mira José, si te empeñas en irte… vete.- – Pero asume las consecuencias.- Le hicieron firmar su consentimiento y le advirtieron:-

-Te vas, pero pronto tendrás que volver.-

Rápido, le vi lavarse, coger su ropa del armario, sus vaqueros, su anorak rojo, zapatillas, hacía mucho frío, era el mes de Diciembre, puente de la Inmaculada. Su ropa estaba limpia y planchada, se la habían dejado las dos jóvenes.

Me dio  un beso casto de despedida y salió tambaleándose de la habitación.

Pensé; José no llega al ascensor. – Pero llegó y unos días después lo volví a ver instalado en su banco habitual. (Su hogar).-

Pasaron unos cuantos días, su anorak rojo fue ajándose, sus pantalones vaqueros y zapatillas se quedaron raídas y sucias. La barba le fue creciendo, lo mismo que su ensortijado y moreno pelo, apenas dejaba al descubierto sus bellos ojos. – Parecía un viejo.-

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Me dio pena verlo en este estado, lo mismo que a la gente del barrio.

Después, sus ojos se volvieron rojizos por el efecto del alcohol y tabaco. Su mirada perdida en el vacío.

Una noche muy oscura, húmeda y fría, se tendió como de costumbre en su banco para no despertar.

Ya no estaba José «El Gallego». Se llevaron su cuerpo, pero no su alma. En su lugar, unos amigos del barrio colocaron la pancarta colocada en la foto de arriba en su banco.

  -Aquí ha fallecido nuestro amigo José,

  VICTIMA  DE  LA  SOCIEDAD-

Alrededor como si de un altar se tratara, adornando la pancarta, varias velas rojas encendidas, alborotada su llama por el clamor del viento, le recordaban.

La gente se paraba y le dedicaba una oración.

-Me hice varias preguntas-

– ¿Qué le pasaba a José por su mente?-

– ¿Cuáles fueron los motivos por los que dejó familia y pueblo y escogió precisamente este banco para vivir y morir en él? –

Seguramente podíamos haber hecho algo más por él , aunque también es verdad que se trató de ayudarle, pero él no aceptó las ayudas. Estaba bien como estaba.- ¿Quizás él era feliz?-

Unos días después, las velas se apagaron, la pancarta desapareció, pero los vecinos cuando pasamos por su banco, siempre recordaremos a José «El Gallego».

– Quizás esté allá arriba en su cielo, bajo una nube blanca, aquellas que tanto contempló y, nos esté sonriendo. –

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