Qué difícil es hablar o escribir sobre “exclusión social” cuando se tiene el plato lleno de comida, un coche que te trae y te lleva todos los veranos a cualquier playa para tostarte al sol, no te faltan las divertidas salidas de los fines de semana y un techo  en uno de los barrios pijos de la ciudad.

Este concepto de “exclusión social” apareció allá por los años noventa, seguramente a los políticos de turno les parecía demasiado fuerte hablar de lo que realmente significa: pobreza, marginación, precariedad…y todo eso tiene mi protagonista a la que voy a llamar Penuria.

Es difícil saber la edad que puede tener Penuria, sus pelos siempre mal peinados, revueltos, la misma falda, camisa, chaqueta  y pañuelo al cuello, haga frio o calor; y colgando de su brazo una manta que no hay por donde cogerla y sobre la que pasa las noches de: primavera, verano, otoño e invierno. Siempre en el mismo portal, los vecinos ya se han acostumbrado a ella, a su miseria, a ese olor que desprende y que no es precisamente el de los perfumes que nos invaden a través de la tele. Yo misma he sentido repugnancia, la he excluido de mi camino y sin embargo me ha remordido la conciencia, pero no he hecho nada, nada.

A veces pienso que  Penuria es la que me excluye a mí porque mientras su cara esta alegre, sonríe… la mía es de preocupación, sé que no tardando mucho la excluida seré yo. No tendré trabajo, no podré pagar la hipoteca, lo que seguramente me deprima, mi familia no podrá mantenerme, volarán ilusiones y aspiraciones, pero eso sí, a Penuria y a mí nos dirán que vivimos en un ESTADO DE BIENESTAR.

Fin

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