CRÓNICAS DE LA MISERIA: TRES ÁNGELES

CRÓNICAS DE LA MISERIA: TRES ÁNGELES

A mi abuela, mi madre y mi hija, tres focos de luz que iluminan mis tinieblas

ESTACIÓN DE TRENES DE SANTS, BARCELONA, NAVIDAD 2012

El periodista en las inmediaciones de la estación acerca la cámara haciendo un barrido al exterior del edificio, se detiene ocasionalmente para captar alguna escena entre la marabunta de indigentes que allí se resguarda. Tiene sed, se aleja buscando un bar. Mañana hará una breve reseña para llenar un espacio que indignará a los televidentes el lapso de tiempo justo, el políticamente correcto, antes de continuar con sus asuntos.

 UN BARRIO DE BARCELONA, NOVIEMBRE DE 1945

Espera con la impaciencia propia de una niña y la postura encorvada de una anciana. Su vestido de tejido basto está lleno de remiendos y ya algún tímido agujero comienza a asomar de nuevo. Los zapatos, demasiado grandes, son apenas unas albarcas agujereadas con pedazos de cartón en la suela que se le clavarían a alguien más sensible, ella tiene los pies encallecidos. Los días de lluvia se mojan y hay que cambiar esas plantillas forzosas.

Está aterida de frío, el abrigo del año anterior se le ha quedado pequeño y lo ha heredado su hermana. La cola es larga y el hambre le roe el estómago hueco y vacío. Ayer a mediodía comió unas pieles de habas cocidas en una olla de cobre tan abollada como su propia alma, desde entonces nada. Aferra su cartilla de racionamiento mientras canturrea: “Siempre que pintas iglesias, pintas angelitos bellos, pero nunca te acordaste, de pintar un ángel negro…”

Ella no es negra, de hecho, jamás ha conocido una persona de color. Todavía han de pasar décadas antes de que en esta España cerrada a cal y canto al exterior en la que vive, aparezca la inmigración y se conviva con otras razas. Le suena exótico, como las habaneras que en sus sones hablan de una lejana Cuba.

Cuando llega su turno recoge los escasos alimentos que no darán más que para un par de días, son siete bocas en casa, y primero se ha de alimentar el padre, no sabe por qué pero así es. Al salir de la cola tropieza con una piedra y cae, sus rodillas sangran, pero ni una sola de las cosas que lleva tocará el suelo, ni aun a riesgo de perder los dientes las soltaría.

-Pero que torpe es esta cría, anda y dile a tu padre que te consiga unos zapatos.

Ella ignora las burlas y se dirige a casa. Hoy ha cumplido nueve años y su madre está trabajando en una fábrica de estropajos.  Aún tiene que hacer comida para los hermanos y el padre, estigmatizado por su participación en la guerra en el bando de los “rojos” Al llegar, se dispone a encender el fuego de carbón para hacer un engrudo de harina y agua, pero no quedan cerillas. Tendrá que pedirle al vecino malhumorado que siempre tiene de todo, y ya tiembla de pensarlo, pero no tiene otra opción, los niños lloran de hambre.

-Por favor señor ¿Cuenca me puede prestar una cerilla?

-Joder con los putos críos del Gori, menuda escoria, toma niña, una para hoy, otra para mañana y otra para que no me pidas más. Largo de aquí.

El viejo escupe a los pies de la niña y el salivajo cae sobre un dedo que asoma. Humillada y temerosa, baja la cabeza avergonzada, da las gracias y se mete en su casa.

Ella es tonta, no sabe nada Ni siquiera leer y escribir. Ir al colegio es un privilegio que no está a su alcance, su deber es ocupar el lugar de la madre en la casa. Se promete que cuando sea mayor solo tendrá un hijo y estudiará como sea. No tendrá los cinco de su madre, como que se llama Teresa.

BARCELONA CIUDAD, NOVIEMBRE DE 2012

Laura sale de su clase en la Universidad donde cursa Filología Inglesa. Con su pelo a lo Durero sobre su bufanda de mohair y la carpeta en la mano observa a dos mujeres rumanas que le preguntan dónde encontrar el comedor social más próximo, tienen la dirección pero no saben llegar. Ella consulta su móvil, acaba de recibir un whasapp de su madre, pero ya lo verá más tarde. Es hija única de otra hija única, pero no es una malcriada como suele suceder con los que no han de compartir las cosas con los hermanos.

Se conmueve por el atuendo de las mujeres, por sus expresiones de cansancio, las ve tan perdidas, que consulta en su móvil la dirección y decide acompañarlas. Al llegar, las mujeres se sitúan en la cola y Laura las despide dándoles unos euros. Es tarde y camino del metro recuerda el WhatsApp y lee:

“Nena, esta noche hay reunión de grupo, a las nueve ¿te va bien venir?”

Su mirada vuelve atrás, mira la cola a lo lejos, donde se aglutinan principalmente inmigrantes, pero también españoles que con la crisis han perdido sus empleos, han sido desahuciados y hoy viven en la calle. El estado de bienestar ha terminado para muchos en su país. Teclea en el móvil:

“Si, pero algo más tarde, me quedo una hora más en el trabajo, voy ya para casa a comer. ¿Estarás aun en media hora?“

 «No, me voy a trabajar ya, en la nevera hay un tupper de albóndigas con sepia. Te he comprado el vinagre de manzana y hay queso de cabra y nueces para la ensalada”

BARCELONA, EL BARRIO, DICIEMBRE DE 1945

Son casi las nueve de la noche y Teresa casi ha acabado sus tareas. Ha hervido unas patatas para cenar, de las que apenas ha quedado nada al retirar lo podrido, y las ha mezclado con agua y pan seco para que cundan más. Al padre le ha cocido el único huevo que quedaba. Acuesta a sus hermanos, a la pequeña ha tenido que llevarla a media tarde a que su madre la amamante en la fábrica. Antes ha hecho la colada en un lavadero que hay en la azotea con jabón de sosa y sus manos están llagadas. Ahora que sus hermanos están durmiendo, debería coser sus ajadas ropas, pero está tan agotada que mientras piensa en ello se queda dormido en la silla.

Así la encuentra Isabel tras llegar de su doble jornada a las nueve de la noche. Sus pies están hinchados, su cuerpo apenas la sostiene, y unas lágrimas furtivas se alojan en sus ojos. Los aprieta sin dejarlas caer. En unos días de nuevo Navidad sin nada en la mesa.

-Nena, ya he llegado, venga vete a la cama.

-Mamá intenta que no falten cerillas, el Cuenca me ha dicho que no me dará más, que está harto de nosotros

.-Ese fascista desgraciado ¿Te ha hecho algo? Porque si es así le arranco el hígado al señorito de los cojones

.-No me ha hecho nada. Voy a coser, quedan unas pocas patatas en la cazuela.

-Ya coso yo hija, mientras espero a tu padre a ver si ha encontrado trabajo. Ve a dormir.

Y Teresa, besa a su madre y se va a la habitación, donde, en una cama de matrimonio se hacinan cada noche cuatro niños. Pensando que cuando crezca el bebé serán cinco se queda dormida.

BARCELONA CIUDAD, DICIEMBRE DE 2012

A las nueve, como  siempre, Laura entra apresurada en el local. Hay ocho personas, su madre una de ellas, la besa y se disculpa con el resto.

-Lo siento, llego tarde por segunda vez, tenía que corregir unos exámenes de los niños, mañana no tendré tiempo y he de darles las notas esta semana.

Mireia sonríe. Es una mujer de la edad de su madre, unos cincuenta. En realidad Laura es la única joven de aquel grupo, le acerca una silla:

-No te preocupes, afortunada tu que tan joven y estudiando tienes un buen trabajo, eso hay que conservarlo tal y como están las cosas. Venga vamos al grano.

En  la  conversación  se  concreta que necesitan cien firmas para presentar una petición de ayuda a la alcaldesa de la ciudad. Están todas demasiado ocupadas para hacerlo por otras vías, por lo que acuerdan colgar un enlace para ello en la página de una red social que abrieron hace poco a tal efecto. El grupo de voluntarios se sostiene solo con sus escasos recursos. Se dedican a repartir alimentos, que compran con su propio y escaso dinero, en las zonas donde se aglutinan los indigentes por la noche. Todas esas personas que deambulan durante el día intentando vender pañuelos de papel o encendedores, y por las noches, duermen sobre cartones alrededor de la estación.

Son las doce de la noche y Laura y su madre llegan a casa. Como siempre reservan un rato para contarse sus jornadas antes de irse a dormir.

BARCELONA, EL BARRIO, DICIEMBRE DE 1945

Isabel entrecierra los ojos para dar las puntadas, es medianoche y bajo la escasa luz intenta hacer un zurcido en unos pantalones casi transparentes de tan gastados, tensa el tejido sobre el huevo de mármol. La puerta se abre y levanta la cabeza

.- ¿Qué, ya es hora de llegar? Como el del bar me reclame un solo céntimo, aquí no comes más

.-Isabel, nadie me da trabajo, se lo has de explicar a la nena, me mira  mal. ¿Qué coño queréis que haga? Al menos bebiendo a ratos me olvido y mi cabeza descansa.

-Y tu hija y yo ¿cuándo podemos descansar la cabeza o el cuerpo? ¿Eh? Solo tiene nueve años.

Gori tropieza con una silla de enea y se tambalea, se acerca a su mujer y la abraza, ella lo aparta.

-Estoy muerta, me voy a dormir.

Ambos se meten en la cama. Al lado hay una caja con un almohadón que hace de cuna para la niña de seis meses. Él busca un pecho de Isabel bajo el camisón, ella se queda quieta, intenta hacerse la dormida.

-Date la vuelta, sé que estás despierta. Ponte bien.

-No, no vas a hacerme más hijos que no puedes mantener, déjame en paz.

-¿Eh?

-He dicho que no. Si quieres te gastas lo que no ganas en putas en vez de en vino.

Se da la vuelta en parte indignado, en parte avergonzado y ambos se duermen. En la habitación contigua, Teresa llora en silencio, en parte de pena, en parte de alivio.

Los años transcurren, la situación económica de la familia mejora y los hijos crecen bajo un régimen político de férrea dictadura. Gori ha encontrado trabajo en una fábrica de tintes, e Isabel, entre los estropajos y el estraperlo algunas noches, ha conseguido el dinero para abrir una tienda de comestibles que más tarde se convertirá en bar. En ese tiempo, la familia ayuda con alimentos a otros en peor situación.

En 1963 Isabel es abuela, Teresa le ha dado una nieta. Más tarde sus otros hijos le darán más, pero la mayor, tal como se prometió de niña,  se quedará con solo una. Gori muere con cincuenta y cuatro años, para todos  víctima de una silicosis consecuencia del trabajo. Solo su mujer sabrá que la bebida se cobró su vida con la cirrosis.

A los sesenta y siete años, esa mujer, que contra viento y marea sacó adelante a sus hijos en tiempos de penurias, yace en un nicho. Fue dura como el acero, pero el cáncer lo ha sido más y la ha devorado.

BARCELONA CENTRO, 25 DE DICIEMBRE 2012

Teresa está junto a su familia en la sobremesa, que se ha alargado hasta la tarde como es de rigor en esas fechas. Conversan y cantan villancicos. Su nieta le pide que le cante aquella vieja canción de Machín y ella la mira con orgullo. A pesar de lo que ha cambiado la vida, tiene principios y el espíritu emprendedor de Isabel. Ella ha tenido la suerte de vivir su infancia en la bonanza económica, no obstante, no se ha malogrado como a tantos jóvenes les ha ocurrido. Y canta, como antaño: “Pintor de santos y alcobas, con el pincel extranjero, ¿Por qué al pintar angelitos te olvidaste de los negros…?”

El móvil de su hija vibra. Sonríe pensando que, a pesar de su vida complicada, llena de vicisitudes y nada convencional también ha tenido mejor suerte que ella misma. La ve abrir el WhatsApp recibido y la oye leer en voz alta:

“Feliz navidad. Buenas noticias. En el hospital donde trabaja mi mujer hay un excedente de menús navideños para los trabajadores. Con la huelga sobran 53. Poneos las pilas que yo pongo el coche”

Laura mira a su madre.

– Vamos, tenemos que cambiarnos, que cuanto antes lleguemos, menos irán a  las  colas para cenar.

Teresa con sus setenta y seis años ya, cabecea con tristeza paladeando de nuevo la amargura de la miseria.

-Creí que nunca tendría que volver a ver colas para comer. Ojalá pudiera acompañaros.

Y piensa que esa noche los voluntarios repartirán esos menús por los alrededores de la estación y los cajeros automáticos donde algunos duermen. Unos menús, que pese a la pobreza existente, hubiesen acabado en un contenedor de basura. Así son las cosas, carencias para unos y derroche para otros, eso no ha cambiado.

El grupo se dirige donde desarrolla su pequeña iniciativa de acción ciudadana contra el hambre. Hoy apenas ninguno de los que allí se hallan ha comido nada, sucede a menudo. Tienen su organismo acostumbrado ya al ayuno, evitan en lo posible los comedores sociales y han renunciado a hacer cola para conseguir una cama, que a menudo, no logran por exceso de demanda y escasez de oferta.

Con cierta sorna no exenta de nostalgia encubierta, charlan de otras épocas en las que en esas fechas sus comidas eran copiosas, otros tiempos de alegría y abundancia. Los voluntarios conocen sus historias. Tienen sentimientos duales, por un lado están desgarrados ante tanta gente sufriendo iniquidades, con su dignidad más elemental vulnerada por un sistema sin piedad. Y por otro, están satisfechos de colaborar desde la base con sus escasos recursos. Pero saben que no es suficiente. No pueden más que desplegarse en las calles en busca de la miseria, paliarla algo, pero no erradicarla. Y eso quema.

Laura y su madre hablan con dos ancianos, viejos conocidos ya. Gustavo tiene un hijo económicamente bien situado, que se avergüenza de su padre por no integrarse jamás en el sistema y a quien hace una década que no ha visto. Se fue a vivir a Alemania por exigencias laborales,  él siempre piensa que también para lavar su conciencia escudándose en la distancia para no verlo.

Paca está sola, a su hija se la llevó la heroína hace treinta años y cada semana, una noche, va a verla al cementerio y roba alguna flor de otro nicho, para dejársela mientras le reza una oración: “Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan” Recuerda una  vida dedicada a la prostitución y se la oye clamar al cielo como un lobo aullándole a la luna y con idéntico nulo resultado:

-Dios, ¿dónde coño estás? ¡Baja y da la puta cara!

Desde un piso se oye cantar: “Noche de paz, noche de amor, claro el sol, brilla ya, y los ángeles cantando están…”

Y el periodista de antes, sale en ese momento del bar captando esa escena con su cámara. Se regocija de tener algo impactante para dar dramatismo a su trabajo, sabe que la politizada cadena televisiva se lo ha encargado solo para emitir en las noticias brevemente y condicionar a la población a sentirse afortunada con lo que tiene sin protestar. A él poco le importa esa desoladora imagen de pobreza y miseria.

En  la  cama, Laura piensa que todo el mundo se solidariza de palabra, es lo que exigen los cánones de la decencia y quisiera gritar: «Ciudadanos, ¿Dónde están vuestras huellas en el suelo de cemento de los desposeídos? Dirigentes, ¿Cuándo haréis cumplir el artículo de la Constitución que decreta que todo el mundo tiene derecho a un trabajo y una vivienda digna?

INFORMATIVO CANAL… 26 DE DICIEMBRE 2012

«Disminuye el número de los sin techo en sus calles. La campaña navideña de servicios sociales ha acogido a un gran número de ellos en sus centros. Les dejamos  estas imágenes que muestran el reducto de indigentes que prefieren la mendicidad o los hurtos. Buenas noches y Felices Fiestas.»

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