En una palangana vieja,

                                                                                                      sembré violetas para ti…

                                                                                                           Teresita Fernández

Accidentalmente pernocté allí por primera vez y solo el paso del tiempo se encargaría de ir convirtiéndolo en mi Hogar-Refugio. Ardua tarea para uno de los tantos viciados en los escrúpulos medioambientalistas, minúscula partícula entre esos cientos; miles; millones que desesperadamente ansían escapar como un simple esfume para transmutar cual ave Fénix.

«¡Benditos todos los elegidos que pueden contar con un Hogar-Refugio (Home-Shelter) donde evadir las invisibles redes de este mundo tan preñado en las enajenaciones y las mediocridades!»

Cierto, aquello no era más que un simple y hediondo basurero del que todos se alejaban, pero tras una noche de farra; la resaca incinerándome la garganta; cada poro de mi cuerpo clamando por un vaso de agua, mientras aquella botella perfectamente conservada desde el último aguacero; repleta de larvas en un líquido ambarino y brindándose ostentosamente cual elixir salvador ante mí, sin lugar a dudas fueron los pinitos.

 Deseaba tanto una ducha para refrescar la cabeza y al mismo tiempo ir desprendiéndome poco a poco todas las máculas que aquel viejo asqueroso había logrado embutirme en el cuerpo entre el chupeteo de su fétida boca y que me hacían sentir muy sucio. Pero era un buen monto de dinero que por nada de este mundo podía despreciar y tan solo por suplirle en el compromiso de suicidarle los reprimidos deseos a su añeja esposa, además, sabiéndolo administrar podía dar mayores dividendos.

Sin embargo, ni loco me arriesgaría hasta la covacha y tener nuevamente que volver a escuchar a aquella vieja chillona repitiendo una y otra vez hasta el cansancio. “Solo Dios pudo evitar que reventara cuando tuve que cargarte durante nueve meses en la panza”, o al otro andrajo de una sífilis mal cuidada vociferándome endemoniadas lecciones de moral y buena conducta. Aunque ambos estaban convencidísimos de que era como pretender arar en el mar, pues jamás un árbol que ha nacido torcido vuelve a enderezar su tronco, ni siquiera con un seguimiento psiquiátrico desde bien peque, el apoyo incesante de trabajadores y organizaciones sociales y mucho menos internado en una terrible escuela de conducta.

En el fondo de aquel viejo tanque, rodeado por desechos fétidos se pasaba mucho mejor, importándome muy poco que la espera resultara tediosamente lenta hasta la noche, en que volvería nuevamente a mis andadas. Tras el deleite de unos cigarrillos de buena hierba combinados con varios tragos de un alcohol de mala muerte, conseguía calmar el ronroneo de mis tripas para enrolarme en una animada plática con los amigos que pude ir haciendo.

Accidentalmente conocí a Q, cucaracha gordinflona; charlatana y con un tatuaje en el dorso; muy idéntico al realizado por el tuerto de los Sánchez sobre mi hombro; aquella vez en que terminé enredando mis pasos en la hierba y quedando adicto de por vida. Pero Q sin el más mínimo escrúpulo admitía que solo era la vieja sutura del pisotón que la alejó definitivamente de aquella casa hacia estos territorios. Su lata, casi siempre terminaba fastidiándome, hablaba y hablaba sin escuchar muy entusiasmada sobre aquel hediondo mundo exterior, reino del Homo sapiens y además regido por la única ley del más poderoso, pero muy repleto de suculentas porquerías.

Por suerte, escapaba media hora antes que RR, quien a media tarde entraba tropezando; maldiciendo y culpando a la ceguera de sus ojos. Ratón autosuficiente-suficiente que sabía de todo, inclusive hasta de sexo, aunque en realidad sobre ese tema intercambiamos muy poco, pero fue más que suficiente oírle comentar alguna que otra vez que el sexo protegido tenía idéntico aroma a una flor artificial.

Sin dudas, me caía bien ese ratón y no por asegurar sin titubeos que los locos de mi clase eran los elegidos para cambiar radicalmente este mísero mundo, eso sí, única y exclusivamente cuando se les presentara la ocasión y aunque siempre puso todo su empeñó en repetírmelo una y otra vez; nunca pude llegar a creérmelo del todo.

RR era un roedor de firmes convicciones, pero tan apasionado que en más de una ocasión terminamos enrolados en acaloradas disputas. La primera fue sobre temas religiosos, terminando muy molesto conmigo y concluyendo tajantemente que era demasiado injusto culpar a Dios de las diferencias; cuando él solo había creado los bienes que más tarde los hombres repartieron a su antojo.

Allí arribaban otros bicharracos, pero nunca me he fiado de los rastreros, además, estaba convencido que Ws era una despreciable y adulona serpiente en acecho de la más mínima oportunidad para zamparse a RR y Jx solo un atolondrado cien pies, con cabeza únicamente para no errar el camino. Pero aquel era un lugar con cabida para todos, sin diferencias ni exclusiones, donde el valor no estaba en los títulos ni las riquezas, sino en la savia misma, muy al estilo de aquella sociedad que unos franceses locos trataron de crear en la primavera de 1871 y con la que según el criterio de mi vieja profesora de Historia “intentaron tomar el cielo por asalto para enarbolar un reino de igualdad y fraternidad”.

La tarántula Hp era harina de otro costal, siempre muy empeñada en encontrar hasta la más mínima coincidencia conmigo, aunque sabía de muy buena tinta que no bastaba el simple hecho de sentirse un enajenado universitario de pelo pintarrajeado y largo, sin la más mínimas posibilidades de empleo, pero tan adicto a los malos vicios; como el del Rock con sus arrastres, el sexo desenfrenado y salvaje más la osadía de enfrentar ingeniosamente cualquier adversidad. Sin dudas, a Hp le faltaba clase.

Pero en este estresante universo es imposible evadir la imperiosa necesidad de ser uno mismo; sin sentirse atrapado entre las invisibles redes de un mundo preñado en las enajenaciones, las mediocridades y teniendo como única ambición el simple hecho de estar entre esos cientos; miles; millones de seres que intentan escapar. Justo el momento para buscar, encontrar o simplemente inventarse un Home-Shelter y como uno de esos tantos benditos elegidos, transmutar cual ave Fénix en un simple esfume.

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