Camila, se miró al espejo. Ya no recordaba hace cuánto se había visto la cara por última vez. Sus ojeras denotaban su mal dormir y un rostro demacrado por la tristeza permanente que le agobiaba.
Abrió la llave y dejó correr el agua, mientras, intentaba borrar lo desagradable que veía en su reflejo, lavándola desesperadamente.
Cuando levantó la vista, avistó en el espejo a la dulce niña que le acompañaba y le contemplaba detrás. Sorprendida, cerró la llave y cogió la toalla, secándose apurada.
- Ah, “Pequeña”, ya estás levantada. – se apresuró a decirle, antes que ella le hablara.
- Sí, es que ya no puedo dormir más… ¿y tú, otra vez trasnochada? – respondió la niña.
- Eh… no, lo que pasa es que… es que… me desperté temprano. – dijo Camila, nerviosa.
- Creo que mientes de nuevo, sé cuándo lo haces, te conozco, tu ojo izquierdo siempre tiembla. – le espetó la pequeña.
Camila se dio media vuelta y salió del baño apresurada, huyendo de un interrogatorio que parecía habitual. Entró en su habitación y cerró la puerta con el cerrojo, como para asegurarse de que no le siguiera ni entrara.
Tras la puerta, apoyó en ella su espalda. Parecía cargar una culpa enorme que le consumía. Cerró los ojos e intentó calmarse y no pensar en nada en ese momento. Solo ansiaba paz y silencio.
De pronto, se oyó a lo lejos (detrás de la puerta):
- ¿Por qué no intentas dormir un poco? Te hará bien descansar… quizás ahora puedas lograrlo. – fue la aguda voz de la pequeña que se escuchó con eco.
De un sobresalto, estas palabras le despertaron de golpe y le alejaron de la entrada, impulsándole a sentarse en la cama. Su mente parecía perturbada. Se acercó al velador y hurgó entre sus cosas; del fondo del cajón sacó un frasco con píldoras que acercó a su pecho, con ambas manos y se recostó observando el techo. Acostumbraba a hacerlo, pues estando en esta posición le ayudaba mucho, a reflexionar sobre su vida y el mundo. Como fuere, esto le calmaba.
Pensar en “el tiempo” era un tema recurrente, le sacaba de aquello que le consumía y le sumía en una profunda tristeza e incontenible crisis interna.
Su sueño era descubrir el secreto del tiempo, develar sus propiedades y llegar a dominarlo a su antojo. Soñaba con viajes en el tiempo, viajar lo más lejos posible. Huir.
Después de unos minutos, aislada en su dormitorio, y sin ruidos que interrumpieran su estado emocional aún más, el silencio pareció sosegarle.
Todo el universo y la vida se proyectaba en su mirada centrada en el cielo de su alcoba. Por allí, pasaban miles de pensamientos y emociones que le hacían vibrar su golpeado corazón. Sentía una “casi adicción” a ‘entrar en trance’ mediante este hipnótico estado en que se perdía de este mundo y de esta realidad, para escapar a otros. Esto la mantenía lejos y a salvo, de un sentimiento oscuro que le dominaba y le sucumbía, a la vez, desde hacía años. Su familia y su pasado le habían marcado para siempre, y esto, desencadenó en ella una condicionante de por vida.
Perdida su existencia en el misterio del tiempo, minutos que parecieron solo un intervalo, su angustia se disipó, entonces se levantó y fue al baño nuevamente. Necesitaba refrescarse un poco y olvidar el reciente lapsus. Mojó su pálido rostro y bebió un sorbo de agua. Cuando levantó su cabeza, en el espejo halló a la pequeña observándole, esta vez, con rabia y una mirada penetrante.
Camila, inquieta, quedó inmovilizada. De repente, solo sintió las manos asfixiándole, mientras oía gritos:
- ¡No eres capaz de hacerlo!, ¡nunca fuiste capaz!, ¡siempre fuiste y sigues siendo una cobarde, no mereces vivir!
- ¡Lo siento mucho!, ¡perdóname por favor!, ¡no pude hacer nada!, ¡no fue mi culpa! ¡no fue mi culpa!… no fue mi… ¡Ellos eran los adultos!, ¡yo era solo…! ¡yo era solo una…! Yo era tan solo una niña… no fue mi culpa. – exclamó ella, Camila, ahogada y entre sollozos.
Cuando abrió los ojos, miró al espejo nuevamente, y vio sus propias manos en el cuello apretando su garganta. No había “pequeña” ni nadie más que ella, en su hogar.
Comprendió entonces, que en su mente habitaba la niña de su infancia, a quien le habrían arrebatado su propia familia, quebrantándole. Y esta, era una manera de autoflagelarse, ante la impotencia que generó la indiferencia de sus cercanos y la incomprensión de todos, y que ahora revivían reflejados en aquella niña resentida, en su subconsciente.
Se recostó en su cama de espaldas, contempló el techo una última vez, pero ahora se aseguró de tragar todas las píldoras, para dormir el largo sueño que tanto ansiaba ’su pequeña’…
FIN
(Texto, relato, efectos sonoros y música: Hermes Agridulce)
(Créditos imagen: Foto de Egor Vikhrev en Unsplash)
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