No quería imaginar cómo había llegado hasta allí. El karma mostró sus cartas, ahora me tocaba a mí cortar la baraja. Ya habría tiempo para reflexionar, una vez la partida acabara.
Sin querer para nada parecer egocéntrica ni presuntuosa, mi hermosa melena castaña, lisa y bien cuidada, enmarcaba un rostro perfecto que resaltaba mis ojos de azul intenso, haciendo que fuera el centro de todas las miradas. Bueno para ser honesta, el exclusivo vestido color crema hecho a medida con zapatos a juego, aportaban a mi pose, un poco rígida, un aspecto vintage que ayudaba a compensar, lo único que podría reconocer como un pequeño defecto, una sonrisa fría pero bien dibujada.
Es difícil entender cómo teniendo este aspecto angelical siempre acababa oculta en los lugares más inverosímiles, detrás de una cortina, dentro de un armario o debajo de la cama. Preguntas sin respuesta. Situaciones degradantes que durante un tiempo causaron extrañeza y provocaron algún que otro sobresalto a las personas con las que habitaba.
Mis esfuerzos por integrarme no obtuvieron los resultados esperados. A veces la aparente fragilidad encubre la dura coraza de un corazón de hierro. No contaba en convertirme en el punto de mira de el más pequeño de la familia. Ese pecoso pelirrojo que a pesar de sus reticencias, al final acabó confesando que había sido él el promotor de todas las fechorías sucedidas, alegando en su defensa que me odiaba y que cuando estábamos a solas no le gustaba cómo le miraba.
Llegados a este punto, entendí a la perfección que puestos a elegir, tomasen partido a favor de su descendiente.
De la noche a la mañana acabé formando parte de una asociación benéfica, uno de cuyos miembros muy agradecido, pasó por casa a recogerme.
Convivimos unas semanas, en las que mi estado de ánimo por lo acaecido no me permitió intentar entablar una relación adecuada. Esperé el momento propicio mientras acumulaba fuerzas, que sin duda necesitaría si al final podía optar a cambiar de vida.
El día de la recaudación de fondos, seguro que más de un candidato caería rendido a mis encantos, pero esta vez me aseguraría que no hubiese pequeños hiperactivos incordiando.
Tejí mis redes, debía acertar con la elección, no precipitarme. Un apuesto empresario aportó por mí un generoso donativo, (gesto muy de agradecer por cierto) y me llevó a su hogar. Si no hubiese estado obnubilado por el efusivo recibimiento de su joven esposa, el brillo especial de mi mirada me habría delatado. ¿Objetivo cumplido? ¿deseo hecho realidad?…
Un buen jugador nunca celebra la victoria hasta que se muestran todas las cartas. Quizás y solo quizás si nada ni nadie lo remediaba, con un poco más de suerte pronto dejaría de ser una bonita muñeca de porcelana.
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