Eterna melodía.

Eterna melodía.

Mario Papich

28/05/2023

Siempre quise saber quién fue mi padre. Y, mi madre, en su lecho de muerte, me concedió ese deseo. Nadie más que yo lo supo y no por eso grité a los cuatro vientos el pedido de promesa de ella: que siga en secreto.  Mi madre… tan bella y hábil en sus quehaceres, tuvo que ganar su subsistencia y la mía como empleada doméstica. Una mansión,  un músico,  pianista por excelencia,  deslumbraba cada día con sus obras. – Por qué lo sé? Pues por embarcarme cada mañana con ella en ese sueño obligado y acogedor.  Un destello de luz entre tanta soledad, un susurro de sangre liviana. Cada amanecer ingresaba con mi madre a esa fastuosa e imponente casa, y me quedaba horas sentado en una silla de mimbre y madera, en la cocina. Mientras mi madre dejaba brillante cada sala, cada habitación; yo escribía lo que mi imaginación me dictaba, y sin darme cuenta tomé como mi pasión plasmar mis sentimientos. Un reencuentro de musas que susurraban en mi oído y que muchas veces me costaba escuchar. Esa frescura de palabras surgían automáticas cuando comenzaban a deleitarme las notas más suaves y placenteras de un piano que nunca vi, y de un intérprete que nunca conocí.  Con el paso de los años mamá contrajo una enfermedad incurable que la llevó a descansar en paz luego de muchos años compartidos.

Hoy, me atrevo a saltar una verja de ligustros, y penetrar en el jardín de una casa imponente, justo bajo una ventana que, en forma de ondas, hacen mecer las flores que me rodean; unas notas musicales inigualables que reconozco y que, ahora que sé el gran secreto revelado, me doy cuenta lo que expresa cada sonido, cada nota, cada melodía, que por tantos años escuché.

La gran historia de amor jamás contada, eternizada en un piano, y desgarrada por su autor: mi padre. 

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