Fuego en la lluvia

Fuego en la lluvia

Esto es lo que me cuenta ella sobre cómo ocurrió todo.

Dice que llegaron con la tormenta. Que por eso no escucharon al perro.

Que había encontrado el sueño con la lluvia, que golpeaba primero el tejado y luego con fuerza contra las ventanas. Recuerda el silbar del viento entre las paredes, y a él inquieto por algo que había oído fuera. Dice que al poco dejó de escuchar la lluvia, que le despertaron los golpes y las voces. Que se levantó mareada por culpa del vino y que tanteó a oscuras hasta pulsar el interruptor, pero que ya habían cortado la corriente. Que buscó a ciegas entre los cajones hasta dar con el tacto del encendedor, que giró la piedra hasta que prendió y entonces, justo entonces, vio la llamarada que surgía del prado, junto al camino de tierra. Que le llamó varias veces, que él no respondía. Que echó a correr por el pasillo hasta golpearse la pierna contra una esquina. Que notó la sangre brotar desde su espinilla. Que al encontrar la puerta de entrada volvió a tropezarse, pero con algo más blando, así que acercó el mechero. Que el cuerpo del perro estaba sobre la alfombra, con la mandíbula dada de sí y las tripas grisáceas esparcidas por la moqueta. Que no pudo evitar la arcada y que vomitó a un lado del cadáver, todavía caliente. Que abrió la puerta hacia el exterior y que escuchó los gritos que venían del fuego.

Que el aire ya olía a grasa quemada.

Que consiguió ver su cuerpo ardiente entre todas esas llamas, a las sombras que se reunían alrededor de la fogata. Que acertó a verles con los faros de un coche en marcha. Que los había visto en el muelle, a esa panda de críos, apoyados contra la chapa del Volvo, escribiendo en la suciedad de las ventanillas. Que primero él se acercó al coche para espantarlos, que se echaron a reír y que cómenos la polla, marica, y que luego él le sacudió un tortazo al de la cicatriz en la cara. Que el chico le miró con una rabia que ella no había visto nunca. Que se giró hacia ella después, con los ojos demasiado abiertos y una sonrisa perfecta. Que desaparecieron rápido entre las calles oscuras de la puebla. Recuerda el camino en coche y las luces de un vehículo tras ellos, a lo lejos. Que le pareció extraño porque el sendero terminaba en la cabaña, y que cuando aparcaron ya no vieron nada.

Que se terminaron el vino y se metieron en la cama.

Que después de todo eso, de los ruidos y de la oscuridad, del perro vaciado en la entrada y de él pidiendo ayuda entre las llamas, ella se quedó ahí parada, presenciando junto a aquellos chicos aquella tumba carbonizada. Que uno giró la cara despacio, ese chico de la marca. Que comenzó a observarla con los ojos casi fuera de las cuencas, con esa sonrisa espléndida. Que el resplandor de las llamas hizo un extraño y que ella, me lo jura, por un momento, vio que la cicatriz se abría y que la carne se le desprendía de la cara.

Que entonces huyó hacia el monte en busca de ayuda, con todos los gritos a la espalda. Que dejó de escucharles al poco de llegar a mi granja.

Y ahora aquí, sentado frente a ella, yo escucho los truenos que acechan en la lejanía y pienso en una nueva tormenta. Escucho las gotas que golpean el tejado y al viento soplar hacia mis ventanas. Busco el mechero y me enciendo un cigarro. Escucho ladrar a los perros y luego dejo de oírlos. Y entonces aquí, justo enfrente de mí, sentada en el sofá que uso para dormir, ella levanta la cabeza y fija la mirada en la ventana que tengo a mi espalda. Levanta el brazo y señala algo y yo giro mi cabeza despacio.

Unos chavales apoyados contra la chapa de mi furgoneta.


Créditos
Canción: All the good girls go to hell Autor: Billie Eilish Vídeo subido por: iPerol

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