Recuerdos imborrables de la tamborrada de San Sebastián.

Los sueños de los momentos que has disfrutado, perduran en el rincón de tu memoria yo diría por siempre, así como también los tristes que a veces nos persiguen.

En este caso, se trata de algunos días imborrables, la tamborrada de San Sebastián. Data desde el 1597, pero su sabor no ha perdido en absoluto, muy al contrario cada año que pasa va ganando su tradición, algarabía y solemnidad.

El motivo de esta celebración se debe a una causa muy dura. Una epidemia muy grande asoló nuestra tierra por el año 1597. Por dicho motivo, el pueblo de Donosti se dirigió en procesión a la iglesia de San Sebastián para rogarle al santo su desaparición. Así fue y, en agradecimiento al santo le nombraron su patrón y decidieron en su honor la celebración de esta tamborrada y, además que se celebrase el 20 de Enero.

Empezó siendo una fiesta sencilla, pero a medida que los años han ido pasando, cada vez va cogiendo mas auge y hoy en día es la fiesta principal de los donostiarras. Se celebra con mucho más ostentación que los carnavales que se festejan unos días después.

No solamente la conmemoran los donostiarras sino que también, acudimos mucha gente de los pueblos cercanos para sumarnos con gran entusiasmo a este festejo tan popular, alegre y vistoso.

Una servidora, natural de Tolosa, villa cercana a la capital, también he asistido en diversas ocasiones a este festejo. Al principio resultaba algo complicado, al no disponer de coche de tu propiedad. Pasados unos años llegó para nosotros el 600 y con él disfrutamos de los festejos nocturnos, como el izar la bandera desde el balcón del ayuntamiento en la Plaza de la Constitución, para a continuación agregarnos a los grupos para entonar con ellos las melodías. Participábamos con nuestros vecinos donostiarras adornados con sus trajes militares napoleónicos, mientras los replicantes portaban barriles de madera vestidos de cocineros. Todos, contagiados por el entusiasmo popular, entonábamos las melodías compuestas por el maestro Sarriegui. Con el tiempo y debido a mi edad madura he ido olvidando parte de la música y letra.

Debo confesar, que no todo era placer, pues siendo el mes de Enero, casi siempre estaba lloviendo, e incluso intensos goterones de nieve nos empapaban. Nuestros zapatos embarrados y mojados e incluso los bajos y hasta las rodillas de nuestros pantalones.

Pero apenas nos acordábamos de los remojones y los pies helados, la tamborrada con su algarabía nos metía de lleno en los festejos disfrutando a tope, saltando, bailando y entonando parte de sus canciones.

Desgraciadamente ahora resido en Madrid y llevo unos cuantos años, demasiados para mí, sin poder acudir a este gran festejo, el mejor para la capital guipuzcoana.

Luego, estaba la tamborrada de los niños con sus trajes napoleónicos unos, y otros con la vestimenta de cocineros. Un placer acompañarles y admirarles.

Antes, las jóvenes (chicas), no salían bailando y cantando, ni disfrazadas de napoleónicas o cocineras, mas ahora con los derechos adquiridos por el seso femenino, compiten unos con los otros.

Después, los bares nos tentaban con sus barras llenas de pintxos y sus vasos de vino, chacolí e incluso a pesar del frío reinante vasos de sidra.

Nos gustaba juntarnos con amigos y entre la degustación de tantos líquidos introducidos en nuestros estómagos más el acompañamiento del humo de cigarrillos y puros, con el fondo de la música y unos cuantos años menos el humor se iba engrandeciendo y hasta osábamos besarnos y tocarnos, a pesar de que los vascos dicen somos poco besucones. Al mismo tiempo, la marcha de San Sebastián la entonábamos todos, cuya letra la compuso Serafín Baroja, padre de nuestro famoso escritor Pío Baroja.

Llegábamos a nuestros hogares con una gran resaca, te hacía quedarte dormido al instante con el calorcito de tu cama, después de una noche larga y jolgoriosa. Más era un sueño agradable y reparador. Hasta el próximo año.

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