Aún siento añoranzas de mi pueblo querido. La jornada de hoy fue larga, más que de costumbre. A estas horas ya debía de estar durmiendo, pues mañana tengo que madrugar; me espera un día muy pesado, pero, ¿qué podía hacer? ¿Dejar que el Juan se desangrara mientras yo veía que todo su pantalón se teñía de rojo sangre? Mira que, por ahorrarse unos minutos, en lugar de dar la vuelta y cruzar por el portón, como todos lo hacemos a diario, saltó el muro por ahorrarse unos minutos, sin imaginar que del otro lado, oculto entre la maleza, se iba a encontrar un azadón, como si estuviera esperándolo, incrustándoselo en la pierna derecha, atravesándola por completo, saliendo por el otro lado del pie, a la altura del tobillo. Estoy seguro de que le atinó a la arteria esa que lleva toda la sangre al pie. Tuvo suerte de que no le tocó en un pulmón, ni en su cabeza. De ser así, a estas horas le estaríamos cafeteando. ¡Oh my goodnes! Lo peor de todo es que, como no contamos con Social Security, no había forma de llevarlo a un hospital, pues, en un dos por tres, caería la migra y entonces good bye American Dream, aunque sería preferible regresar sin una pata, pero vivito y coleando, como dicen en mi pueblo, que en un saco de lona negra. Por suerte, todo salió bien y solo quedará cojo de por vida, pero con ambos pies, aunque al final hubo necesidad de hospitalizarlo, con sus consabidas consecuencias.
Esta subida de adrenalina me trajo remembranzas de mi juventud, cuando, terminando de chambear, llegaba a mi cantón donde mi prieta linda, y mis tres chilpayates, me estaban esperando para merecer taco. A esas horas, el comal ya estaba bien caliente, listo para echar tortillas. Los frijolitos recién hechos y una salsa molcajateada, eran suficientes para regresarme el alma al cuerpo. Claro que si, en épocas de calor, alcanzaba para una Tecate bien fría, o “cerbatana bien helodia”, como decíamos los cuates en lenguaje coloquial, hasta daban ganas de tener un entre con mi prietita. Ese día dormíamos entrepiernados, bien calentitos. Si por el contrario hacía frío, un cafecito de olla bastaba. La verdad es que lo de la Tecate era solo un pretexto para darle rienda suelta a nuestra pasión. Ambos éramos jóvenes; yo recién entrando al cuarto de siglo, y ella en su segunda década. Al día siguiente, con más energía que nunca, y las pilas bien cargadas, a darle cada quien a su chamba, yo a mis clases en la escuela y ella a limpiar la casa del presidente municipal. Éramos muy afortunados, pues ambos contábamos con trabajo fijo y una buena raya. Nunca entenderé porqué tuvo que pasar lo de la Paquita #bocadillo . De no haber sucedido, yo sería muy feliz, viviendo en mi pueblo querido, con mi familia, viendo crecer a mis críos, y no hubiera tenido que venirme de mojado a gringolandia. Hoy, cuando las ganas me rebasan, solo necesito de una paja para calmarme un poco. El otro día, tuve que comprarme un Playboy para tan siquiera emocionarme un poco. Me dolió mucho haber malgastado los seis bucks que me costó, pero también tengo derecho a darme un gustito de vez en cuando, y al cuerpo hay que atenderlo, la soledad es cabrona. Todo lo que gano lo mando a mi pueblo y, lo que me costó este lujito es mucho menos de lo que se lleva MONEY GRAM por cada comisión. ¡Damn!
Volviendo a lo del Juan, no sé qué vaya a pasar con él, si lo van a deportar o seguirá chambeando, pues eso de piscar algodón sin poder mover bien un pie, está cabrón, motherfucker. Platicando con él, me dijo que lo que más le dolía era su orgullo, pues todos los cuates, a partir de hoy, le iban a llamar “el cojo”. “Miren”, dirán, “ahí viene el cojo” y, en el peor de los casos “vente, cojo”. Él, que se sentía un verdadero galán y más bello que Gordolfo Gelatino, se parecía, ahora a Frankenstein, pero con el tornillo atravesándole el tobillo. ¡SHIT!
Al día siguiente de la tragedia, terminando mi jornada, me pasé a verlo al hospital. Me encontré con un Border Patrol parado junto a él, entretenido viendo su celular. Entonces confirmé mis sospechas: al Juan lo van a mandar de regreso a su país lo antes posible.
—Hola —le dije—. ¿Qué hay de nuevo?
—Pues ya te imaginarás, nada más ve a este pinche gringo que no se separa de mí ni cuando voy a cagar. Hasta una madre de estas me pusieron —me dice, mostrándome su mano derecha esposada a la cabecera de la cama.
-—¿Y, cómo te sientes?
— ¿Tú qué crees? Por un lado con ganas de pegarme un tiro, aunque por otro lado voy a poder regresar a mi casa y cuidar a mi jefecita santa, mi cabecita de algodón. Me avisaron que está muy deprimida. Desde que mi jefe falleció nunca volvió a ser la misma y, cuando me vine para acá, su mundo se acabó de colapsar. Además, ya estos pinches gringos me tienen hasta la madre. Por fin voy a poder mandarlos a la verga, y lo mejor de todo, es que ellos me van a pagar el boleto de regreso.
En ese momento, el agente volteó a verlo, dirigiéndole una mirada amenazadora, pues estaba claro que había escuchado y entendido todo.
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—¿Y, cuándo te vas? —le pregunté.
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—Aún no lo sé. Supongo que en cuanto me den de alta —contestó.
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A partir de entonces todos los días, terminada mi jornada, pasaba a verlo y platicábamos un rato, hasta que un día, sin previo aviso, encontré su cama vacía.
Entonces entendí que su American Dream, se había frustrado.
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