Estuve perdido, pero tan perdido, que ni yo mismo me encontraba, me dejé llevar por placeres en los que no encontraba placer.
La comida me llenaba, pero no me saciaba.
El licor me embriagaba, pero me envilecía.
El sueño me hacía dormir, pero no descansaba.
El sexo me entretenía, pero no me satisfacía.
No fui consciente de lo bajo que había caído, hasta que me senté en una parada de bus al lado de un niño de más o menos 8 años, el pequeño me miró temerosamente asqueado y sin disimulo alguno abrazó la lonchera que estaba en medio de los dos; me pareció gracioso que pensara que iba a hurtar su lonchera, pero tras segundos de coherente razonamiento vi mi imagen reflejada en el acetato publicitario de la parada y entendí que era una persona poco grata; alterado por mi reciente descubrimiento me levanté abruptamente lo que hizo que el pequeño se asustara aún más, aferrado a su lonchera comenzó a gritar, todos los presentes me miraban con desprecio; antes de salir corriendo del lugar alcance a escuchar a un tipo decir: ¿Qué le hizo al chino, cabrón? Después de eso solo recuerdo una combi verde venirse sobre mí, irónicamente en esos momentos de angustia alcance a leer el letrero de ruta que decía: Ciudad Blanca- Altamira- Aeropuerto.
No sé cómo, pero cuando recobré la conciencia estaba sentado en una inmaculada sala de espera, todo allí resplandecía de limpio, incluso yo; me sentí como en una EPS subsidiada pues había muchas personas en espera, lo sé porque todos tenían un ficho, menos yo; confundido miré por todos lados, incluso busqué en los bolsillos de un pantalón que no reconocía fuera mío, pero lo traía puesto, no hallé absolutamente nada. Así que me acerqué a una especie de punto de atención, un hombre muy pulcro y educado me dijo: Por favor espere su turno, a lo que le contesté que no sabía cuál era mi turno pues no tenía ficho; nervioso se dirigió a un compañero que estaba en un puesto atrás de él; hablaban entre susurros a forma de debate, la única frase que logré entender fue: “Otro que se vino antes de tiempo, ni modo hay que reasignarlo”. Nuevamente en su puesto, el hombre pulcro me informó que debía dirigirme a la puerta No 123, allí me indicarían a donde ir; fácilmente llegué a la puerta No 123, toqué, pero nadie atendió, desconfiado abrí la puerta lentamente, estaba realmente oscuro, temeroso intenté devolverme, pero el hombre pulcro que estaba detrás de mí me cerró el paso y me dijo: “Felicidades, usted ha sido reasignado” acto seguido me empujó, comencé a caer en un oscuro vacío, sentí que me faltaba el aire, manoteé como un loco tratando de cogerme de algo, pero mi caída era inevitable.
Nuevamente no sé cómo, pero cuando recobré la conciencia estaba en un inmaculado cuarto, todo allí resplandecía de limpio, incluso yo, más esta vez estaba solo, acostado y sin poder moverme; el bip- bip repetitivo de un aparato me hizo entender que estaba en un hospital, tenía un cuello ortopédico y la pierna derecha enyesada, estaba tratando de ordenar mis pensamientos, pero el ¡Por fin despertó el dormilón! de una enfermera generosa en carnes me interrumpió; gentilmente la mujer me explicó que había sido arrollado por un vehículo y como estaba inconsciente y sin papeles había sido trasladado al hospital, también me explicó que como estaba en estado de indigencia una trabajadora social vendría a entrevistarme, quise explicarle que no soy un vago, que mi aspecto se debía a que llevaba una semana de farra sin ir a mi casa a ducharme y cambiarme, pero me dio tanta vergüenza que preferí que pensara que era un indigente y no un sinvergüenza borracho.
Con la pierna y el cuello inmovilizado era imposible salir de mi casa, esos meses de recuperación y convalecencia me sirvieron para desintoxicar mi cuerpo y mi mente, difícilmente estoy tratando de sacar del todo esos vicios que fácilmente permití entrar, deseo vivir lo que me resta de una forma diferente, sin torpes excesos, espero que la próxima vez que vaya al otro lado sea mi momento en verdad, no quiero llegar sin ficho, mucho menos ser reasignado nuevamente.
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