Dada la complejidad manifiesta a la hora de hacer perdurar una melodía a través de generaciones mediante la transmisión oral de la misma, surgió a medida que las mismas formaban parte casi inseparable de determinados rituales, su esencial representación literaria.
Si bien en el siglo VI A.C Pitágoras descubre la relación sonora que mantienen una cuerda tensada sobre una madera, advirtiendo que la longitud de dicha cuerda tenía mucho que ver con el tono de su sonido (grave/agudo),a su vez también había podido apreciar la variabilidad de sonidos que se desplegaban al presionar dicha cuerda en diferentes sitios de la misma, descubriendo que existían ciertas frecuencias que chocaban y sonaban bien (consonánticas) y estas nociones eran todo un descubrimiento, obviamente para la época ya que se estaba adquiriendo una idea sobre el fundamento de la armonía. Mozart llamaría, siglos más tarde, notas “amigables” a los sonidos que emanaban dichas notas consonánticas.
Aproximándonos al siglo VI, la humanidad acunaba un amplio bagaje musical gestado en el incipiente cristianismo, dentro del inestable imperio romano, siendo expresado en sus reuniones en una base primitiva de lo que hoy día conforman los cantos gregorianos(en alusión al papa San Gregorio I, el Magno ).
Si bien existía en el momento una primigenia representación literaria de origen griego (Pitágoras), que carecía del conocido pentagrama, compuesto en ese entonces por una única línea, donde era casi imposible determinar tonalidades, tiempos y ritmos entre otros tantos componentes de una obra musical, se hacía por demás complicado replicar exactamente una obra sin una base escrita previamente que contenga todos los parámetros necesarios para estos fines. Podemos decir que la conservación de dichas obras durante centurias era un suceso casi milagroso.
Se exigía para poder darle el vuelo que la música se merecía el salto de la expresión oral al papel, que finalmente alrededor del año mil se produjo. Imaginemos que sería de la música hoy día de no haber dado ese salto, que nos permita leerla. El encuentro entre la música y su expresión literaria era indispensable para poder elevar el potencial musical y difundirlo. Imaginemos por un momento un mundo sin letras: ¿Qué porcentaje de “La Biblia” me podrías transmitir en forma oral?¿Qué porcentaje de “La Peste” de Camus?¿De “Rayuela” de Cortazár? De “Así hablo Zaratustra” de Nietzsche? Por nombrar algunas obras. ¿Qué distorsión interpretativa contendrían esos escuetos resúmenes que podrían transmitirse? Las letras por ende son fundamentales e indiscutibles, como base estructural de toda obra literaria, importante también ha sido la imprenta para su rápida difusión y las bibliotecas para su almacenaje, si es que se pretendía transmitir un mensaje más elaborado que el que podían portar las leyendas o mitos de transmisión oral. Con la música pasa exactamente lo mismo, tomemos la mejor orquesta la más completa y renombrada, vamos a pedirle que nos deleite escuchando un nocturno Nº 20 de Chopin ¿En Do menor? Sin partitura y sin saber que es esa cosita llamada “do” ¿Ha sido capcioso mi pedido? Bueno me conformo con “La marcha turca” de Mozart. ¿Cada integrante de la orquesta sabría interpretarla en su instrumento, sin la creación de las notas musicales, sin partitura?
Creo que con mucha suerte sonaría muy distorsionada, por más esfuerzo que haga el director de la orquesta.
La música depende estrechamente de su expresión literaria y dicha realización se la debemos en gran parte al monje Benedictino Guido D`Arezzo quien en el siglo XI puso nombre a las notas musicales y es considerado el padre de la música al inspirarse en las primeras silabas de las estrofas que componían unos versos dedicados a San Juan Bautista. Esta estrofa tiene la particularidad de que cada frase musical acepto la última, comenzaba con una nota superior a la que antecedía.
“Ut queant laxis
Re sonare fibris
Mira gestorum
Famuli torum
Solve polluti
Laabi reatum
Sancte lohannes”
Guido de D´arezzo creó una aproximación a la notación actual, al asignarle nombres a las notas musicales y al utilizar la notación dentro de un patrón de cuatro líneas (tetragrama), abandonando la utilización de una sola línea como era costumbre en la época. Estos elementos sentaron las bases del solfeo, fundamentales a la hora de impartir enseñanzas musicales.
Si bien han surgido con el correr del tiempo algunas modificaciones como por ejemplo la realizada en el año 1640 por Giovanni Battista Donni, quien le asignara el nombre de “Do” a la antes nombrada “Ut”. Seria recién hacia finales del siglo XVI, que finalmente un monje compositor Anselmo de Flandes le asignara nombre al séptimo tono “si” ya que este tono no era nombrado en la edad media, por creer que el séptimo tono era portador del tritono maldito, instaurando además la quinta línea que la contenga y de finalmente forma al pentagrama.
Podríamos dejar volar nuestra imaginación y generar miles de historias macabras a partir de dicho tritono, que en la edad media causaba la inquietud de quien lo escuchaba adjudicándole poderes malignos dadas las disonancias que el oyente experimentaba, generándole en mayor o menos medida pensamientos impuros guiados por los efluvios acústicos de Satán, según se creía en dicha época. Les dejo un punto de partida interesante para poder seguir profundizando el tema y generando nuevos escritos literarios, que se sumen a tan prestigioso certamen, ya que a mí se me están acabando las palabras.
Espero que este escueto resumen histórico, en el cual he pretendido enlazar música y literatura, sea del agrado de los miembros de la comunidad Fuentetaja y que el propósito de la convocatoria sea alcanzado por el mismo. Gracias por leer y escuchar.
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