» SÓLO LOS NIÑOS Y LOS QUE SEAN COMO NIÑOS, PODRÁN VIVIR EL CIELO EN LA TIERRA»

El atardecer pintaba de rojo anaranjado los árboles, con leves matices de verde y dorado.

Comenzó a sentir la brisa fresca penetrando su cuerpo. Instintivamente se acurrucó en las hojas secas al costado de la desolada ruta.

— ¿Dónde estoy? -se dijo, mientras recorría el lugar con la mirada.

Como en una película veía en su mente, que mientras olía el tronco de un pequeño árbol, el padre de Clarita la subía al auto que velozmente se alejaba; y a ella, asomada por la ventana llamándolo entre llanto. — ¡Jacinto! ¡Jacintooo! ¡Nooo…!

— ¡Oh! Deben estar preocupados por mi. ¡Iré corriendo a casa!

Intentó levantarse pero las patas traseras no le respondieron. Asustado volvió a intentarlo, más sólo lograba arrastrarse. Un dolor punzante le hizo recordar que mientras corría tras Clarita, no vio otro auto que se acercaba y que lo atropello e hizo rodar fuera del camino.

—No debo alejarme, ─pensó, ─así me ven cuando vengan a buscarme; porque van a venir. Sí, van a venir.

Tenía sed, mucha sed y un fuerte dolor entre las orejas.

Aún así, cuando pasaba un auto levantaba la cabeza y ladraba moviendo la cola al compás.

—Ya vendrán, ya vendrán…cuando vean que no llego, vendrán…

Y se durmió, pensando en Clarita, en los juegos compartidos, en esa pelota que por más lejos que se la tirara siempre encontraba. Las galletas que le daba por debajo de la mesa del comedor. Cuando subía cuidadosamente a la cama para no despertarla y amanecían abrazados. Confiaba en esa niña, sabía que vendría por él.

Llegó el amanecer con todo su esplendor; el sol lo despertó y abrazó calentando su cuerpo; el viento lo acompañó cubriéndolo de hojas secas.

Seguía sin comprender, no entendía su situación y sufría. Sufría por las patas traseras maltrechas, los golpes recibidos; pero la soledad y el abandono le provocaban una profunda tristeza en el corazón.

—Ya vendrán, se repetía, cuando vean que no llego vendrán…

Cada vez que pasaba un auto, con esfuerzo levantaba la cabeza y movía la cola al compás.

Así pasó otro día, otra noche y otro día más… Ya no tenía recuerdos, ni sed, ni dolor, aceptó su condición y se entregó a la muerte.

Un vaqueano volvía de la labranza con su hijo:

— ¡Mira papá, acá hay un perrito!

El padre se acercó, separó las hojas con el pie.

—Está muerto ¡no lo toques! -dijo el padre- y siguió caminando,

El niño no le hizo caso; se arrodilló a su lado y lo acarició con suavidad.

El calor de la pequeña mano y la compasión que irradiaba, hizo que el perro moviera instintivamente la cola.

— ¡Esta vivo! ¡Papá! ¡Está vivo! ¿Lo llevamos a casa? ¡Por favor! ¡Y lo curamos! Lo tenemos que ayudar papá. ¡Por favor!

El padre no pudo negarse a ese gesto tan noble que manifestara su hijo; le recordó que él también, cuando niño, rescataba animales heridos; y emocionado asintió con la cabeza.

El pequeño acariciaba al perro con tanta ternura que éste abrió los ojos, lo miró, y sintió que una energía de Vida impregnaba otra vez su Ser.

Lo alzó con cuidado y le dijo muy despacio, al oído:

—Vas a curarte perrito, y siempre seremos amigos. Te voy a llamar… Jacinto.  —y alzando la voz, — ¡Sí! Jacinto Caminador.

— ¿Porqué ese nombre? ─preguntó el padre.

—Porque debe haber caminado mucho para llegar hasta acá y ¿Jacinto? No sé, me apareció en la cabeza, jaja.

Jacinto devolvió en fidelidad y amor el rescate y los cuidados que le propiciara el niño. Pero jamás abandonó a Clarita.

Todas las noches la visitaba en sueños. Ella lo llamaba, con todo el corazón, y entre juegos y caricias apartaba de su mente los fantasmas del miedo y sufrimiento que le provocara la crueldad, el egoísmo y la soberbia del mundo de los adultos.

Los niños y los perros son los únicos seres que manifiestan amor incondicional.”

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