EL SECRETO

EL SECRETO

BRAGI

29/03/2023

La banda tocó el bambuco «Esperanza». Una muerte y un entierro como lo hubiera querido ella, la Chata. Luto riguroso y discursos espontáneos, para después separarse los dolientes sin teatro alguno.

Yo fui a tomar cerveza a un bar con su hijo, el Chato. Interpretaban el fandango «La Verdotea» cuando entramos.

Luego, frente a esa mesa repleta de cerveza, el Chato y yo hablábamos de mi tía la Chata y de Teresa. Sin pensarlo sacó una fotografía ochentera. En la imagen, él abrazaba a su exnovia Teresa y yo con la mano derecha en el hombro de la finada. El silencio nos embriagó de nostalgia. Cerramos los ojos para recordarla. Y preciso, conspiró el destino y nos pusieron el pasillo «Confesiones».

Mi tía Alix Celina nació en 1.939. En el ámbito familiar le llamaban La Chata por su nariz. Fue la mayor de las tres hermanas de mi papá. La última en morir. Y la única madre con un hijo natural de padre desconocido. Su retoño: José Andrés Bonilla, o mejor, mi primo el Chato. Once años mayor que yo y estudiante de la Licenciatura en Educación Física.

Su imperio era la casa paterna, yo tenía la fortuna de vivir a una cuadra de ese infierno. Sin embargo, los visitaba con frecuencia. Andrés siempre me agradó. Al punto que me llamaba Gocho y yo le llamaba Chato. Y ese sistema de deferencias permitió que en enero de 1.983, él me pidiera el favor de hablar con mi papá, para gestionar en la casa paterna el cupo pago de la vivienda y la comida para Teresa Penagos, una universitaria Malagueña de la Licenciatura de Biología, su novia. Lo cual hice sin dudarlo, valiéndome del hecho de ser el mejor alumno de mi clase.

Por otra parte, en aquella ocasión, a regañadientes y por el respeto al machismo atávico que poseía mi familia, Teresa fue aceptada por la Chata con condiciones extremas y durmiendo después de las diez de la noche encerrada con candado.

De vuelta al bar, nuestro recuerdo lo interrumpió el pasaje de clarinete “Paola Andrea”. Abrimos los ojos a un tiempo, tomamos un sorbo de cerveza y volvimos a cerrarlos. ¡Hubo dos fechas que nos marcaron!

La primera fue un día de la madre del año 1.985, cuando en la tarde venía de entrenar fútbol y llegué a la casa paterna. Quería abrazar a la Chata, felicitarla, conmoverla y aprovechar ese minuto mágico para conciliar a mi tía con Teresa. Pero… no alcancé a tocar la puerta de madera, pues desde adentro se oía una discusión fuerte. Teresa y Andrés ebrios se gritaban verdades con Alix Celina, porque según ellos habían hecho el amor en siete oportunidades bajo ese techo perdiendo la virginidad el Chato en la primera, lo cual era un pecado mortal sin estar bajo el sagrado vínculo del matrimonio. Por eso, mejor me alejé.

La segunda fecha acaeció el sábado antes del día del amor y la amistad ese mismo año. Yo venía ayudándole a llevar el mercado a la Chata, y como era el único sobrino que le pedía la bendición me tenía una confianza única. Aquella vez, nos encontramos en el parque principal con mi profesor de Biología, a quien saludé. Mi tía me preguntó por él y yo le dije quién era y que incluso Teresa era parte de su semillero de investigación que funcionaba en el hogar materno de ese científico. Mi tía sonrió de manera burlona y me pidió que la llevara hasta allá. Cuando llegamos, la Chata cayó en cuenta que ese sitio era un prostíbulo camuflado. Allá sonaba el bambuco «Revolución».

Entonces, de la noche a la mañana Teresa desapareció de nuestras vidas. Dejó el sinsabor de la ingratitud. Con el tiempo, el asunto se echó al olvido. Pero veinte años más tarde y cumpliendo labores para el Ministerio de Educación, yo me la encontré en el Colegio Oficial de Málaga. Teresa Penagos no perdió el tiempo y me dijo la verdad. La Chata la había chantajeado. Y me contó su historia familiar completa. Ninfa, su señora Madre analfabeta había sido trabajadora sexual. Por eso, ella había estudiado la licenciatura. Y se enamoró del hombre equivocado, del Chato, por el cual hizo un sacrificio extraño para el concepto del amor. Teresa en el prostíbulo donde la descubrió la Chata, fue amante del Secretario de Educación y lo había hecho para conseguir el nombramiento oficial de José Andrés Bonilla, como profesor de Educación Física en nuestra ciudad. Concluyó diciéndome que era madre soltera de un hijo varón.

Al terminar el contrato con el Ministerio, volví ese diciembre a nuestra ciudad e invité a mi tía la Chata a almorzar al mejor restaurante. Allí se escuchaba la danza «Camino Negro». En la tarde le conté sobre mi conversación con Teresa. Fue la única vez que vi llorar a Alix Celina Bonilla, la única vez que la escuché pidiendo perdón al Todopoderoso.

Por eso estaba allí. En el bar después de hacer memoria y dispuesto a ejercer la franqueza. Luego, abrimos nuestros ojos. Era el instante adecuado. Que mejor, hipnotizados por la cerveza, con mi primo que me llamaba Gocho, ese que al preguntarle por Teresa había sacado en esa mesa su tesoro más entrañable, una foto con los cuatro protagonistas. Reitero, era el momento preciso, sólo que el Chato alzó la mano derecha antes de que yo empezara a contarle la verdad sobre Teresa y me dijo: -Gochito, nunca le conté a mi mamá, que hace dos años conocí a mi papá biológico y en diálogos con él me confesó que amaba a la Chata, porque con ella había perdido la virginidad y las siete veces que había hecho el amor con ella, eran las únicas veces que conoció la verdadera felicidad. Ah, y que no sabía cómo había sido nombrado en el Ministerio de Obras sin tener opción, imagínese hermano idéntico en muchos aspectos a mi historia.

FIN.


LAS OBRAS MUSICALES SON DE LA AUTORÍA DEL MAESTRO JESÚS ALONSO COMBARIZA.



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