Allá por los años 70 , vivían en el pueblo de Young, una pareja que habían venido de la capital con el propósito de esconderse.

Amelia Carrillo y León Cohen, ella oriental y el judío; hijo , nieto, bisnieto de judíos  llegados al Uruguay a fines de 1800.

Nadie nunca en esa familia se le había pasado por la cabeza siquiera, casarse con alguien que no fuera de la colectividad. Jamás, eso hubiera sido motivo de perder la herencia , perder la estima familiar, ser un paria, con todas las letras.

Por esa época los Cohen tenían en Villa Muñoz, el barrio judío montevideano, una tienda de telas, que regenteaba Jaime Cohen el padre de León. Un hombre austero y hablador que podía hacer que las clientas que llegaban compraran hasta lo que no necesitaban.

_ Pero «yevelo, yevelo,» a dónde va a conseguir esa calidad a ese precio isha!_.

León creció en esa tienda que daba sustento a su familia, bastante numerosa por cierto. Su padre, su madre Esther, sus hermanas Esthersita, Rebeca y Deborah, unas muchachas preciosas a las cuales ya le habían echado el ojo algunos amigos de su padre para casarlas con sus hijos.

Leon les tomaba el pelo diciéndoles que los pretendientes eran unos insípidos, que seguro se aburrirían a muerte casándose con ellos.

Las pobres no tenían alternativa, pues cuando su padre hablaba no se le cuestionaba, se hacía como él decía y listo, y si no les parecía a don Jaime le importaba bien poco. El había sido criado en la obediencia ciega a los padres, en guardar la ley mosaica lo más que se pudiera.

La tienda » Jaime», era un negocio próspero que al poco tiempo de abrir ya tenía algunas sucursales en los barrios más populares de la capital uruguaya.

Aunque el joven León estudiaba odontología, tres veces a la semana debía colaborar en la casa matríz, eso era una regla indiscutible, él tres días, sus hermanas tres días en diferentes turnos.

Una mañana, poco tiempo después de levantar la cortina metálica, llegó un hombre que saludó efusivamente a don Jaime.

_  No me olvidé que me dijo que si necesitaba algo viniera a verlo don Jaime, no me olvidé por eso estoy acá. El frigorífico está en huelga, no trabajo desde hace dos semanas, por eso quería pedirle si tiene alguna vacante para mi hija en su negocio.-

_ Tampoco yo olvido su servicio a mi familia, dándonos carne cuando escaseaba , veremos qué podemos hacer por ésta niña don Santos. Tal vez no sea mucha la paga- dijo secamente,  pero será de ayuda para usted-.

El hombre agradeció asintió con la cabeza y se fue dejando a su hija desorientada y ansiosa.

Por supuesto que enseguida le buscaron quehacer. La encargada de la tienda era una criolla robusta y de pocas pulgas a quien todos llamaban » sargento» por su don de mando. Ésta sin mucho miramiento la mandó a armar paquetes de ropa interior que se pondrían de oferta la siguente semana.

– A ver mijita, no te me distraigas que un descuido puede costar  muy caro- , cómo si no supiera que era ropa de segunda que le compraba don Jaime a los palestinos y sirios del Chui en la frontera con Brasil .

Leon entraba y salía de la tienda , haciendo diligencias, visitando clientes deudores, cuando en una de esas entradas vió a la muchacha nueva. Ella apenas levantó la vista pero le corrió un frío por la espalda que no pudo entender.

El saludó educadamente y la encargada le dijo que Amelia Santos era una nueva compañera, a lo que el joven asintió inclinando la cabeza .

Lo demás que siguió era de esperarse.

Se enamoraron, don Jaime y su mujer rasgaron sus vestiduras, el muchacho huyó con su novia al interior , a un pueblito diminuto dónde no había nada más que necesidades.

Nadie contó con que Amelia que no  practicabas las costumbres judías, todos los sábados se largaba hasta Buenos Aires y compraba ropa barata en el barrio Once, barrio judío, y abrió su tiendita en el pueblo, negocio que prosperó rápido ya que daba crédito y cobraba intereses altísimos, mientras su marido intentaba no hacer sufrir demasiado a sus pacientes con mala dentadura.

Cuando al fin pudieron abrir una cuenta bancaria prefirieron hacerlo en un banco extranjero, así que se fueron a Montevideo pues donde vivían sólo habían bancos nacionales. 

Gran sorpresa se llevaron cuando se encontraron en el banco con Déborah,  la menor de los Cohen. 

Como estaban por la ciudad vieja, León invitó a su mujer y as hermana a tomar algo en el café Brasilero,  allí sentados junto a la ventana, Déborah les contó que su padre había muerto y que habían vendido la tienda. Les contó también que ninguna de las tres se había casado y que se dedicaban a cuidar de su madre .

La muerte de su padre había sido un terrible malentendido. Una tarde llegó a la tienda un hombre que pretendía comprar una frazada. Don Jaime que estaba cerca del mostrador pero ocupado en sus cosas ordenó a la encargada que atendiera al cliente.

_ Sargento trata bien a la gente, no olvides quien paga tu sueldo! . El cliente resultó ser un sargento del ejército vestido de civil y creyendo que don Jaime se dirigía a él, sacó un arma de entre su ropa y disparó sin pensarlo . 

Una desgracia.

Al mes de ese casual encuentro entre los hermanos, abría sus puertas en Montevideo la tienda » Jaime Cohen e hijos», con Amelia a la cabeza y León dejando de hacer sufrir a los pacientes.

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